Por Lorena Cámara

Domingo precioso y soleado. Caminando, llego a la sala, y allí tengo mi entrada, esperándome. Gustosamente, me sumerjo en el mundo de los niños desde una posición privilegiada, no sólo estoy en primera fila sino justo delante de una niña de casi 5 años deseosa porque salga Peloloco. En escena, números desordenados escritos sobre cajones forman lo que parece un biombo de tres piezas. Tiene algunos símbolos. “En un momentito va a empezar”, dice ella.

Tan solo tres luces azules. Suena un acordeón. Una mujer con gafas y sombrero negro aparece; como si llegase del pasado, lleva una máquina colgada al cuello y saca papeles de distintas partes de su cuerpo que lee y coloca nuevamente en los cajones: “existe un lugar donde se guardan todas las historias que no se escriben”- dice – ya estamos dentro. Y de repente, una de las historias se le resiste, los cajones la expulsan: es Peloloco, que quiere salir a ver mundo desde el otro lado, la mina de carbón.

 

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Una segunda mujer, con sombrero negro y acordeón, completa la escena. Ella acompaña movimientos y diálogo proporcionando ritmo a la obra, con destreza, reconvierte el acordeón en máquina de escribir o percusión cuando es necesario. Todo cambia, “no hay nada escrito”, nada es lo que parece y todo puede ser algo diferente durante toda la función. El biombo de tres piezas, sencillo, se abre versátil para acoger puertas y ventanas, cornisas, escaleras; y juega con el dentro y fuera, se autocompleta. Ella, le muestra el camino a nuestro pelirrojo para escapar a la ciudad y poder cumplir su sueño. Los coprotagonistas de las historias que nunca se escriben asoman por estos huecos buscando la interacción con el público: un rapero con cabeza de globo, una artista que busca la esencia, una castañera que compite con gigantes como un guisante o una niña hambrienta que ve comida en cualquier lugar nos hacen reír sin parar a todas las edades. Están disfrutando, les he visto.

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Juegos de palabras y sonidos, ritmo, rima, sorpresas, y los pequeños espectadores responden con sus carcajadas (especialmente uno no ha podido parar en toda la obra, tendrá unos 6 o 7 años). A risa por rima, se nos ofrecen pequeños guiños a nuestro presente en las ciudades y un juego de sombras detrás de las cortinas. Semillas que se cuelan por todo el diálogo con el deseo de despertarnos: “este es mi camino, busca el tuyo”, “la entrada es la salida”, “siempre hay una salida”. Un juego de pilla pilla entre personajes acompasado por la música y el traqueteo del abrir y cerrar del mueble, dinámico. De pronto, un apagón:

                                        –  ¿Qué clase de autor no tiene un boli?

Peloloco toma las riendas, quiere reescribir su propio destino y él sí sabe cómo, tiene la herramienta perfecta. Y todo se hace visible, – grita una niña: “hay luz”.

                                                                             F I N

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Aplausos y ojos humedecidos se entrelazan. Emocionada, mi piel aún sigue de gallina. He visto brillar los ojos de dos mujeres que luchan buscando el sentido con pies a tierra. Un abrazo de despedida; ellas, vuelven en furgoneta. Mi sonrisa es ahora imborrable y vuelvo a ser esa niña que veía títeres en el Retiro. “Gracias a las personas que han formado parte de esto, a la señora de la limpieza y al chico del café” – dicen. Quiero abrir bien los ojos para no perderme nada.

Por Lorena Cámara

DATOS TÉCNICOS

Género: Teatro de títeres

Lugar: Sala El Mirlo Blanco (Teatro Valle Inclán)

Sábado 12 octubre 13:00 y 17:00 h / Domingo 11:00 y 13:00 h

Edad: Público Familiar (Mimaia Teatro, Cataluña, recomienda a partir de 6 años)

Autor: Dora Cantero
Dirección: 
Dora Cantero
Intérpretes: 
Mina Trapp i Dora Cantero
Música: 
Mina Trapp
Escenografía: 
Mina Trapp i Ángel Navarro
Producción: 
Mimaia Teatre
Observaciones:
Titelles: Mina Trapp / Mirada externa: Carlos Gallardo / Personal tècnic: Ivo García