Por Lidia Teixeiro (texto) y Marta Larragueta (texto y fotografías)

Antes de ayer, 31 de octubre, viajamos a 1931, en el palacete de la Quinta de los Molinos. Tengo que decir que se trataba de mi primera experiencia paranormal. También, de mi primera obra de teatro inmersivo. Ambas situaciones superaron con creces las expectativas y me permitieron descubrir, además de un montaje redondo, una producción con muy buen gusto y saber hacer.

Dark Smile. El misterio de la Quinta de los Molinos es una propuesta del Espacio Abierto Quinta de los Molinos, un centro cultural gestionado por el ayuntamiento de Madrid de reciente creación. El nombre le viene dado por la finca en la que se emplaza, de titularidad pública desde los años 80, y posee un gran valor paisajístico y arquitectónico debido al arquitecto y artífice de su diseño y planificación, César Cort Bortí.

El edificio principal, hogar del Espacio Abierto, está dirigido fundamentalmente al público infantil y juvenil y a la creación artística, poniendo a su disposición además de espacios de encuentro y actividades concretas, programas de colaboración y apoyo a las artes. Las instalaciones son amplias y se encuentran muy cuidadas, en un estado envidiable, si tenemos en cuenta que se trata de un edificio de principios del siglo veinte.

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A nuestra llegada, con noche cerrada, pudimos comprobar como muchas personas asistían disfrazadas y esperaban ya impacientes a las puertas del lugar. Bastantes familias con los pequeños de la casa pero también pandillas de amigas y amigos y adultos. Después de las entradas nos identifican con unas pulseras de colores y nos indican que para la representación nos dividirán en grupos y cada uno tendrá un médium asignado. Participamos en el grupo plateado.

Con una luz muy tenue, en el hall de la entrada, nos vamos agolpando los 132 asistentes mientras intentamos vislumbrar dónde comenzará la acción. Delante de nosotros, una mesa con cuatro sillas y, al fondo una pequeña tarima donde parece haber instalado un banquete siniestro. Por las ventanas que dan al patio, diferentes luces de colores atraen nuestras miradas hasta recaer en la más llamativa: un ahorcado siniestro se mece lentamente, como si el viento lo acunara. Y, como de la nada, se despierta, saca un micro y empieza a hablar.

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Este singular narrador, con impecable indumentaria al igual que el resto del reparto, presenta a los guías de la velada con desparpajo, oscilando entre lo tenebroso y lo cómico. Se hace necesario ese juego de subidas y bajadas; alguno que otro de los pequeños espectadores presentes, ante la escenografía y los decorados terroríficos se sintió un poco apabullado, para asombro de sus otros congéneres que participaban y reían y correteaban, participando en la acción siempre que era posible. Mantener el misterio (que quizá busca más el público juvenil y adulto) y la tensión alternándolo con guiños y bromas es muy difícil, pero todo el argumento está tan bien hilado que efectivamente nos encontramos dentro de un universo sin aristas, fluido, muy sencillo de seguir su recorrido en todo momento.

Empieza la sesión de espiritismo en medio de una gran expectación. Sentados en la mesa, la luz del espacio empieza a cambiar e invocan a Dark Smile, un alma atormentada, y se revela el gran misterio, la desaparición de los amantes Beatriz y Maximiliano Benedicto Valbuena, la noche de los muertos, en 1931. La acción se desdobla: mientras que los médiums están abajo, con nosotros, los amantes aparecen asomados a la ventana en el primer piso, una acción simultánea muy vistosa y que obliga a concentrarse en la obra hasta al más distraído de los asistentes. Varios cambios se suceden, y enseguida nos damos cuenta de que Dark Smile, es un alma atormentada a la que no tendríamos que haber insultado en sus dominios. Hemos puesto nuestras vidas en peligro y solo quedan dos opciones, o intentar resolver el misterio del Palacio de la Quinta de los Molinos para dar paz a estos espíritus o huir temiendo por nuestras vidas.

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Nos cogemos de la mano, creamos un círculo que nos proteja en nuestro viaje y comienza nuestra interacción con los actores. Ya no terminará hasta el final de la representación, interactuando todo el tiempo con nosotros sin salirse de los personajes de manera impecable. Nos sentimos protagonistas. De hecho,  incorporan al vuelo todas las intervenciones de los

“Hemos venido a jugar”, como diría el viejo presentador de la tele y nos vamos agrupando con las personas de nuestro color. Nos esperan cuatro paradas, con buena ambientación y aprovechamiento de los espacios, y en cada una de ellas tendremos que colaborar y agudizar el ingenio para salir adelante. Los itinerarios son diferentes para cada color. Vamos cambiando de guías en las estaciones, cada uno desarrolla la acción de acuerdo con su personalidad (mi favorita, la médium rusa, le viene el papel como anillo al guante). No hay margen de error, los cambios se suceden amparados en la música de Electra, un ángel caído: si toca su órgano, debemos abandonar el el lugar donde estemos y viajar al siguiente. Un punto negativo: en un momento en que para ir de un sitio a otro hay que bajar unas escaleras, habría estado bien un poco más de luz, para evitar traspiés y descender con un poco más de seguridad.

El tiempo no se detiene ni cuando viajamos al Limbo, la última de las salas. Hemos visto magia, metateatro, guiños que nos recuerdan la moda de las búsquedas del tesoro y las scape room. Aquí desciende el ritmo y volvemos a nuestra niñez, recordamos canciones y juegos de patio de recreo. En un momento, nuestra guía irlandesa pregunta “¿Alguien ha leído a Galileo?” Una niña, de unos 7 u ocho años, rápidamente responde: “¡Sí! ¡Mi hermano!”. Lo localizamos con la mirada, un chico de no más 9 años entra en escena. “¿Tú has leído a Galileo? ¿Y qué decía del movimiento de los planetas? “Bueno…, lo he leído pero no me lo he acabado”. La ternura de su respuesta nos regala una de las anécdotas más simpáticas de la noche. Se acerca el final y no nos hemos dado ni cuenta.

Poco a poco regresamos al punto de partida, para el desenlace final. En el patio, el baile de la noche de los muertos va tomando forma, lentamente. Todavía una última sorpresa, el personal del bar comienza a servir un aperitivo a los asistentes, con miradas atónitas. Bridamos y bailamos mientras la acción sigue transcurriendo, a nuestro lado.  Se para la música y la trama continúa, se reanuda la música. Así varias veces. De nuevo aparece en escena Dark Smile, en lo alto de una silla, solitario. El duelo entre el amor y el dolor se desata. Y ganan los buenos.

Los pequeños espectadores y los no tan pequeños disfrutaron y sintieron que la historia estaba contada en su lenguaje. De hecho, la mirada de los actores y actrices participantes, incluso la de los extras, acompañaba y estaba pendiente en todo momento de ellos y de sus expresiones. A excepción de los más miedosos, fue curioso ver como esta obra encajaba tanto a adolescentes como a un público más joven. El buen ambiente, la belleza de la iluminación y los juegos de sombras, la profesionalidad, la magia y las ilusiones… todo acompañó la noche pasada. Una representación eufórica, feliz, celebrando la oscuridad y la fantasía. Lleno hasta la bandera. Una producción tan bella y tan bien recreada que nos parece imposible que sólo vayan a realizar dos pases y esperamos que la repitan próximamente, para que más personas tengan la oportunidad. En medio de muchas obras que, o están por encima de las capacidades del espectador, o caen en tópicos, ver Dark Smile ha sido un soplo de aire fresco.

Por Lidia Teixeiro y Marta Larragueta

 

DATOS TÉCNICOS

Producción: Espacio Abierto Quinta de los Molinos

Dirección: Fernando de Luxán y Rubén Cano

Reparto: Guillermo Dorda, Emilio Flores, Lisi Linder, Jordi Buisán, Macarena Vargas, Mario Alonso, Arantxa de Sarabia, Fernando de Luxán, Carlos Chacón, Cristina Bertol, Laura Abril

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Duración: 2h 20 minutos.

Lugar: Espacio Abierto Quinta de los Molinos.

Accesibilidad: hay que subir y bajar escaleras durante la representación, desconocemos si hay ascensor en el edificio o no.

Aparcamiento: fácil.