Por Eva Llergo
«Ikimilikiliklik» son las palabras de un conjuro que los años 70 y 80 cantaba el cantautor vasco Mikel Laboa y que, en 2021, la compañía Marie de Jongh retoma para construir una historia sobre el miedo, sus límites y sus razones.
Martirio es una niña que tiene miedo a muchas cosas. ¿Y quién no? Entre ellas a la soledad, a las alturas… y a las brujas. Un día, harta de tantas limitaciones autoimpuestas, roba una poción “antimiedos” y se la toma de un trago sin pensar en las consecuencias de lo que sería vivir sin miedo… Pero, ironías de la vida, lo que acaba descubriendo gracias a ella es su propia singularidad. Para empezar, que tiene un extraño imán y maña con los insectos. Una rareza que, por otro lado, le granjea el desdén de sus iguales que en seguida la tachan de bruja… Otra enorme ironía: la niña que temía a las brujas acaba convertida en una a los ojos de la gente.
Martirio no está sola en escena. Cuando miras un miedo a la cara a menudo das un salto en el tiempo y ves, simultáneamente cómo nació ese miedo y la necesidad (o no) de matarlo. Pasado, presente y futuro. Tal vez por eso a la Martirio niña la acompañan en escena su “yo” adulto, a la que, como pasa en la vida, va cediendo progresivamente protagonismo. La tercera presencia femenina es la mascota de Martirio, una araña, símbolo aquí desdoblado que muestra, al mismo tiempo, lo que a los ojos de la gente pude ser terrible, amedrentador y destructivo, para otros es hermoso, cálido y constructivo, casi maternal (nos apunta una amiga de Bellas Artes, que recoge Marie de Jongh aquí el guante de Louise Bourgeois y su Spider, tributo a su madre). La “araña” en el espectáculo es representado por la apabullante coreografía de Maitane Serralde (a veces en los ojos no cabe tanta belleza…mi pequeña espectadora me recuerda que las acrobacias de la araña eran “espectaculares”). Un efecto de inmersión magnifico para el público. Como Martirio, nosotros no vemos el “bicho” negro y venenoso sino su gracilidad y pericia, su capacidad constructora tejiendo una red para salvaguardar a su protectora de la crueldad del mundo.
La Martirio adulta le enseña a su “yo” pasado el peligro y los dobleces de persistir en algunos miedos. Tal vez no sea una auténtica bruja pero a veces siente la tentación de portarse como tal (¿Será tan malo ser malo?, se pregunta). Ante la crueldad de la gente que la tacha de monstruo por su diferencia, ante su estulticia, ante el irresponsable acto de vivir sin pensar en las consecuencias de lo que dejamos tras de nosotros. Es asombrosamente certero el parlamento/conjuro de Martirio adulta cuando recoge y se posiciona ante los rumores de la gente. ¿Se inclinará nuestra Martirio, a pesar de todos sus miedos, hacia el lado oscuro de la brujería? No vamos a revelar nada más porque a estas alturas de la obra Marie de Jongh ya ha sembrado un buen puñado de dilemas morales sobre temas incómodos pero necesarios que hacen bullir la mente tanto de grandes como pequeños espectadores.
Y es que este es, a nuestro juicio, el sello más identitario de la compañía: su valentía al entrar en terrenos inexplorados, necesarios pero incómodos, por el teatro infantil y transitar por ellos con naturalidad y pureza. Sin vergüenzas, sin ambages, porque estos aspectos tan “antiartísticos” para otros, también le pertenecen a la vida, con sus luces y sus sombras, y por lo tanto también deberían ser ineludibles en el arte. Los intrépidos Marie de Jongh navegaron sin pudor por el mundo de los bebés terribles y llorones, que más que verdugos son víctimas de un abandono durante largas jornadas en las guarderías en ¿Por qué lloras, Marie?. Nos hablaron de la fuerza de un amor homosexual que rompe las fronteras del tiempo y las convenciones para hacerse posible en Amour y de la necesidad de resiliencia en Estrella.
Generalmente lo hacen sin palabras. Con el lenguaje gestual y universal que propician sus cuerpos y las máscaras y marionetas que suelen acompañar a los actores. Un lenguaje que no sabe de idiomas y sí mucho de emociones. Ikimilikiliklik es su primera incursión en el teatro verbal, su primera incursión en el territorio de la palabra. Y lo hacen así conjurando a los pequeños espectadores, conjurándonos a todos, a explorar nuestros miedos, a mirarlos fijamente a la cara, para enjuiciar su haz y su envés, lo malo y lo bueno en ellos, para ver, claro que sí, cuánto hay de nosotros mismos en ellos, para cuándo es cuestión de arrancarlos de nosotros y cuando es tiempo de convivir con ellos. Porque el mundo es complejo, sí señor, y rara vez existen respuestas cerradas a los desafíos de vivir. Qué hermosa lección y qué manera más certera de contárnoslo.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 27 de marzo de 2021 en Teatros del Canal
Autoría y dirección: Jokin Oregi
Intérpretes: Ana Meabe / Aiora Sedano, Amets Ibarra, Maitane Sarralde
Música: Adrian García de los Ojos
Diseño escenográfico: Ikerne Giménez
Vestuario: Rosa Solé
Arreglos Vestuario: Nati Ortiz de Zárate
Iluminación: Javi Kandela
Realización escenografía: Collider Film Solutions. Koop.
Atrezzo: Javi Tirado
Efectos: Joseba Uribarri
Foto: Pío Ortiz de Pinedo
Diseño cartel: Ane Pikaza
Producción ejecutiva: Pío Ortiz de Pinedo
Ayudante de producción: Nagore Navarro
Producción: Compañía Marie de Jongh
Agradecimientos: Mayda Zabala, Getari Etxegarai y Eneritz Zeberio
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