La voz sumergida por Compañía María Palma

Por Almudena Pimentel Serra

Estas últimas semanas, el Festival de Circo RIESGO (que está teniendo lugar en los Teatros del Canal) está ocupando un espacio notable dentro de nuestra revista, ya que nos acompañará durante casi todo el mes de febrero. Es emocionante ver que el primer festival de circo diseñado especialmente para un público juvenil tenga lugar en nuestra ciudad, y que también quiere poner el foco en la creación arriesgada, reivindicando el lenguaje del circo, que en muchas ocasiones es menospreciado. Hay compañías que han escogido Madrid y este festival como marco para estrenar sus propuestas, presentando un panorama que contiene riqueza internacional.

El caso del estreno en Madrid es el que nos ocupa con La voz sumergida, un espectáculo de la Compañía María Palma, interpretado y creado por la barcelonesa que pone su nombre a la compañía. Por lo observado en la propuesta, la exnadadora de natación sincronizada nos deja entrever que el agua fue un lugar de expresión y de creación desde la niñez al que luego ha sumado el equilibrio acrobático circense. La mezcla de ambas disciplinas da lugar a una propuesta extraña, algo oscura pero muy sugerente. Aunque no hay demasiado texto, María se pregunta quién es aparte del cuerpo sincronizado que se sumerge en el agua, y que la ansiedad y los agobios de no hallar respuestas solo callan cuando estás dentro de ella. Es como una playa en la penumbra, una orilla en la que poder descansar. El lenguaje de las caídas al agua, los equilibrios, la danza y la música en vivo, interpretada casi de un modo ritual por Lluís Casahuga, hacen de la propuesta un espacio abierto donde se pueden hallar mil conclusiones. Sin embargo, tanta apertura puede resultar desconcertante, sobre todo si se quiere acercar a los jóvenes al espacio escénico. Aunque la escenografía, formada por un cubículo gigante lleno de agua que permite que ésta rebose y caiga alrededor, no deja lugar para dudas sobre cuál es el centro del espectáculo, la mezcla incontinua de parte narrada con períodos de inmersión, baile o música no aportaban una estructura narrativa, a pesar de mostrar esfuerzos por querer serlo. Aún así, los efectos que provocan la luz, la propia superficie del cubo (que permite multiplicar un solo cuerpo) y el uso del lenguaje corporal y de la flotabilidad como elementos de expresión artística dan lugar a una creación que, desde mi punto de vista, genera imágenes muy potentes, bellas y que contienen muchas más posibilidades si se buscase extender la propuesta.

Había dos pequeñas espectadoras y un tercero que se acercaba más al sector juvenil. Una de las primeras preguntas que me lanzó el diseño del espacio escénico fue si un niño, al entrar en la sala, pudiera imaginarse que lo que le ofrece el espacio pueda darle circo. Lo pasamos bien, pero definitivamente no es el espectáculo de circo al uso que los padres están pensando para disfrutar con los más pequeños. Por ello, el rango de edad puesto por el teatro (12 años) me parece adecuado.

Por Almudena Pimentel Serra