Por Eva Llergo

El poder transformador del amor nunca había tenido una encarnación tan concreta que lo sacara de su revestimiento metafórico y lo convirtiera en pura literalidad, como en La dama boba de Lope de Vega. Esta comedia de enredo escrita en 1613 por el Monstruo de la Naturaleza (así llamado por su capacidad casi sobrehumana de producir versos) nos regala la historia de dos hermanas Nise y Finea. La primera, hermosa e inteligente, intenta llevar por la buena senda a su hermana pequeña, poco interesada en la instrucción y con aparentemente poca capacidad para ella. Nada parece convencer a Finea de la necesidad de educarse y cumplir con los requerimiento sociales que se espera de ella para su época, hasta que entra en escena Laurencio, un galán pobre pero audaz y antiguo pretendiente de su hermana, que se decanta por Finea porque su dote es mayor. Ante los requerimientos de Laurencio, “la dama boba” por fin comprende que leer y escribir sirven para algo, puesto que así podrá embelesarse con las cartas de su enamorado y poder responderlas y, ¡voilá!, sin comerlo ni beberlo, la dama boba queda convertida en una dama instruida, sensata y dueña de su destino. Porque en este proceso de educación, el mayor logro que alcanza Finea es el de poder dirigir su propia suerte y usar su recién adquirido ingenio para labrarse el camino de su propia felicidad. La obra es una defensa de la capacidad de elección de la mujer (entiendo este “feminismo” como podía entenderse en la época de Lope, claro está).

Las hermanas, alejadas por presentar la distancia máxima entre la ignorancia y la sabiduría quedan igualadas por su sentimiento amoroso al mismo hombre. La reivindicación de su poder no nace de que Finea consiga enamorar a Laurencio (que se termina casando con ella solo por su dote) sino porque se acaba imponiendo a la voluntad de los hombres que tienen alrededor (principalmente a su padre que quería casarlas “bien” pero sin amor). El feminismo de la obra radica en que las mujeres triunfan sobre las convenciones de la época que dictaban que el matrimonio debía ser una convención social y económicamente rentable y no celebrarse por amor. No dudamos de lo revulsivo que debió de resultar esto en su época, pero, a un espectador del siglo XXI, el mensaje le puede dejar algo perplejo y llenarle de preguntas, ¿por qué, como espectadores, aparentemente no debe importarnos que Laurencio no quiera realmente a Finea?, ¿por qué Nise, llena de virtudes, tiene que “conformarse” con el pretendiente de su hermana al que rechaza durante toda la obra aceptándole de forma súbita y entregada solo al final?, ¿por qué, Octavio, el padre de las hermanas pelea por celebrar las bodas a su manera durante dos actos y medio y termina aceptando de golpe los matrimonios que proponen sus hijas en los últimos dos minutos de montaje?

Tal vez convenga recordar las palabras de Serafín González  que nos  avisan sobre la percepción caprichosa de la vida que tenía Lope: “La visión que a través de los personajes y sus acciones nos da la comedia no tiene la intención de recrear una percepción de la vida humana como algo congruente, sino, por el contrario, marcada por lo contradictorio, por la tensión de opuestos y el juego de equilibrios entre distintos ámbitos o aspectos de la realidad.” (La ironía y el humor en la dama boba. En Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas : Madrid, 6-11 de julio de 1998. Tomo I. Medieval. Siglo XVI y Siglo XVII, Madrid, Castalia, 2000, p. 577).

De todos modos, es muy posible que estas preguntas sean más propias de una espectadora adulta y filóloga porque nada de esto pareció importunar a los estudiantes de bachillerato que me acompañaron durante el visionado del montaje que ha llevado a cabo la Fundación Siglo de Oro el pasado martes en el fantástico Corral de Cervantes. Eso, o…  ¿es que les estamos educando para pensar que los clásicos son incontestables?

Por otro lado, el espectador que entra por primera vez en el Corral de Cervantes cree ejecutar por arte de magia un viaje al pasado con solo traspasar sus puertas. Ante sí tiene un teatro construido con jergones de paja y sobre el escenario una reproducción fastuosa de un corral de comedias del siglo de Oro.

Antes de empezar la función, el director de la compañía, Rodrigo Arribas, se sube a escena para contextualizar a los estudiantes los que van a presenciar. Destaco que les legitimó para “reaccionar” ante lo que vieran. Es oxigenante; no solo porque en la copia fidedigna del espectáculo de teatro aurisecular el silencio durante la obra no estaría ni remotamente contemplado, sino porque los adolescentes son un público muchas veces criminalizado antes de cometer siquiera un crimen. Aquí se confió en ellos y además, como digo, se les legitimó para reaccionar añadiendo que sus reacciones serían tenidas en cuenta para mejorar el espectáculo.

El montaje comienza con unos músicos saliendo desde el patio de butacas y enseguida las dos hermanas, a las que aún no conocemos, les replican desde los balcones de la corrala con un juego de palmas y zapateo. Un comienzo dinámico y sorpresivo que se repite varias veces durante el montaje incorporando bailes a la música y al cante. Pronto se pasa a la comedia como tal, planteada, a pesar del verso, con dinamismo. Apenas se ha marchado un actor por una puerta cuando aparece otro en la balconada; no hay ni un segundo de silencio y a penas pausas. El ritmo no decae en ningún momento.

Sorprende, sin embargo, la estética y el vestuario ambientados, posiblemente, a comienzos del siglo XX, pues no parece obedecer a ninguna otra decisión de dirección más que generar una estética separada de lo aurisecular. Eso sí, vehicula la entrada de un par de portadas de una revista del corazón, imposibles en la época de Lope que generar dos de los momentos cómicos más accesibles para el público adolescente.

No hay escenografía más allá de la multifuncionalidad de la corrala y sus diversas puertas y la iluminación tampoco permite muchos juegos puesto que no hay focos como tales sino lámparas de techo que permiten poca variación.

Los actores, el elenco estable de la Fundación Siglo de Oro, demuestran un buen dominio gestual y del verso, declamándolo desde la acción y con naturalidad. Aunque nos sorprendió la decisión de que Finea, antes de su transformación en mujer culta, hable con un deje que recuerda más a una parodia del habla de Tamara Falcó que al de una persona poco instruida.  No acaba de encajarnos con lo que persigue el personaje según Lope y dificultaba a ratos la recepción del verso.

En resumen, el montaje de La dama boba de la Fundación Siglo de Oro consigue, sin duda, acercar el original del Lope al público adolescentes del siglo XXI, con una versión fidedigna pero accesible y dinámica.

 

Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 23 de abril de 2024 en el Corral de Cervantes

EQUIPO ARTÍSTICO

Dirección

Rodrigo Arribas

Asistencia de dirección
Julio Hidalgo

Dramaturgia
Rodrigo Arribas

Diseño vestuario
Fundación Siglo de Oro

Diseño iluminación
Joaquín Iver

Música
Xavier Díaz la Torre

Dirección musical
Manuela Morales

Coordinación musical
Luis Miguel Baladrón

Coreografía
Paloma Alfonsel

Vestuario y caracterización
Pablo Porcel

Imagen
Laura Racero

Coordinación producción
Fundación Siglo de Oro

Adjunto a la producción
Axel Jesús Bajaña

Distribución
PTC 

Prensa
Silvia Espallargas

REPARTO

Nise
Manuela Morales

Finea
Leticia Ramos

Liseo
Martín Puñal

Laurencio / Leandro
Juan Carlos Mesonero

Celia / Turín / Feniso
Irene Camacho

Octavio / Pedro
Ángel Ramón Jiménez

Duardo / Criada
José Ramón Arredondo

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