Sara Barquilla Guerrero
Sala Princesa del Teatro María Guerrero. Cinco decenas de espectadores situados unos frente a otros, liberando un espacio central con una pared para proyectar en un extremo y un escenario al otro. Se apaga la luz. La oscuridad es inmensa y se alarga lo suficiente para generar inquietud. De repente, se encienden las luces con efecto estroboscópico y cinco personas aparecen corriendo por la sala, armando escándalo y sembrando el caos. La primera impresión de El teatro de las locas es apabullante. Además, esa oscuridad inicial es un contraste evidente con el foco luminoso que es esta obra, mirando sin ambages a la locura y obligando a ir más allá de ese desorden superficial para bucear en un mundo desconocido pero muy etiquetado. Los personajes aparecen de sopetón y el público se ve obligado a reconfigurar su percepción y a subirse a un carro que circula veloz, que despierta risas y retuerce los estómagos. Todo a una ritmo frenético.
El nombre de la obra es literal: es una representación teatral. Y las actrices y el actor lo son también dramáticamente: tratan de llevar a cabo una puesta en escena o, al menos, intentan organizarse a pesar de las dificultades que supone llegar a un consenso con tales circunstancias personales tan peculiares. Vestidas con ropa interior victoriana (pololos, enaguas, camisas y corsés), sus salidas de tono, sus miedos y, en general, su situación de encierro en un psiquiátrico es plenamente verosímil.
Y la segunda parte del título: están locas. ¿Pero qué significa exactamente la locura? Cinco personas con diagnósticos varios se van mostrando cual capas de cebolla según avanza la representación. Primero colectivamente, en la interacción grupal y con el rol que ocupan en el conjunto. A continuación, individualmente: momento de monólogos donde cada personaje nos cuenta su historia. Todas las locas se identifican con un personaje histórico o literario, véase Juana de Arco, Lady Macbeth u Ofelia, y se establece un complejo juego de espejos: se han creado personajes de ficción basados a su vez en otros imaginarios, pero que tejen hilos estrechos con la realidad. Y entonces se plantea la pregunta fundamental: ¿qué puede ser calificado como locura? ¿y en quién ha recaído la etiqueta de la demencia? Cuatro personajes son mujeres y esa mayoría refleja que la locura se ha identificado históricamente con lo femenino. Una loca, una histérica, pero también una mujer que se salía del itinerario preestablecido. Así lo cuenta la que se identifica con Lady Macbeth, abandonada en el sanatorio por su marido por no querer ser madre. Muchos casos están relacionados con el sexo, calificadas de ninfómanas y erotómanas, solo por querer disfrutar de su cuerpo, ya sea con hombres, con mujeres o consigo mismas. En definitiva, por intentar ser libres.
El quinto personaje es un hombre con trastorno de identidad. Curiosamente se otorga la de Cardenio el loco, un personaje perdido de Shakespeare, con un paralelo en El Quijote. Personaje perdido, del que no hay seguridad sobre su existencia. Es muy simbólico para las personas con enfermedades mentales, encerradas en lugares para no verlas. Si no están, se acabó el problema.
Pero la locura es un delgado filo fácilmente traspasable. De hecho, es una situación vital muy cercana a las personas relacionadas con los ámbitos artísticos, como pintores, escritores. Se proyecta La balsa de la Medusa, óleo de Théodore Géricault (1818). Los personajes comentan el proceso creativo, la utilización de cadáveres para la representación. ¿No es muy loco? La misma escena del cuadro refleja la situación desesperada de un grupo de personas, a punto de naufragar, abocadas al canibalismo. En tal situación, ¿puede primar la cordura?
La locura circula también en el ámbito teatral. El oficio de actor consiste en cambiar de piel, en convertirse en otra persona cada vez que se sube a un escenario, por lo que podría definirse como un estado de locura estacional y efímera. Lo curioso de esta afirmación es que está enunciada por personas catalogadas de locas, pero a la vez están representando unos papeles: su locura es parte de la representación, pero ¿acaso es un obstáculo para poder metamorfosearse en otros personajes y que sean cuerdos? No obstante, lo más punzante de poner la locura sobre la mesa es la reflexión sobre la lucidez, porque las verdades también circulan en medio del caos y la confusión. La locura no es tal sino cuando utilizamos ciertos parámetros para identificarla. Y aun así, ¿son categorías dicotómicas, la locura y la cordura, con un abismo de separación infranqueable? Realmente, no.
Todas estas reflexiones son magníficamente dramatizadas por Alda Lozano, María Pizarro, Nieves Soria, Alberto Velasco y Pepa Zaragoza. La locura que nos presentan es un caos con su propio orden; el humor utilizado otorga plena dignidad a los personajes; la ternura que desprenden es emocionante. Son actores y actrices con un texto larguísimo que se pone en escena a velocidades desorbitadas, acompañado además de gran dinamismo escénico y un trabajado movimiento individual.
Otros dos elementos son fundamentales para crear ambiente. Uno de ellos es la música en directo, a cargo de Vidal, que introduce sonidos y ritmos a veces discordantes y otras armoniosos. Y el segundo es la interactuación con el público. El tamaño de la sala permite una cercanía brutal no solo a la propia representación, sino a la locura. Las espectadoras somos público de esa representación de las locas, pero a la vez nos convertimos en voyeurs cuando observamos de cerca esos momentos donde no están actuando y sale a la luz todo ese mundo interior tan complejo y desconocido.
El pequeño espectador no está presente en la sala. No obstante, el público a partir de 16 años disfrutaría bastante de una obra en la que el humor se coloca en el centro, pero no para mofarnos de los personajes, sino para acercarnos de forma amable a un mundo que genera distancia y miedo. La salud mental forma parte de la vida cotidiana; debemos asumirla y darle el espacio que necesita.
Sara Barquilla Guerrero
FICHA TÉCNICA Y ARTÍSTICA
Vista el viernes 22 de marzo de 2024 en el Teatro María Guerrero
Texto y dirección: Lola Blasco.
Reparto: Alda Lozano, María Pizarro, Nieves Soria, Alberto Velasco, Pepa Zaragoza y Vidal (músico).
Escenografía: Luis Crespo.
Iluminación: Juanjo Llorens.
Vestuario: Pier Paolo Álvaro.
Movimiento: María Cabeza de Vaca.
Video: Elena Juárez.
Ayudante de dirección: Salomé Flor.
Fotos: Luz Soria.
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero.
Diseño de cartel: Equipo Sopa.
Producción: Centro Dramático Nacional.
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