Por Eva Llergo

 

El nombre de la propuesta de Laura Santos, como el propio nombre de la compañía que la refrenda, Almealera, son difíciles de retener. Uno tiene que mirarlos poco a poco para poder recordar después la combinación de sus letras, de sus palabras y reproducirlos sin la “chuleta” delante. Cuesta. Sus trazos se desprenden de nuestra memoria a corto plazo. Pero, ¿por qué esta dificultad titánica? ¿Podemos retener “electromagnético”, “ventrílocuo” o “instagrameable” pero nos volvemos locos con “empentar”? Me atrevo a aventurar que tiene algo que ver con el hecho de pertenecer al léxico de la vida de campo y de pueblo. Es como si a las palabras “barruntar”, “querenciarse”, les hubieran echado un hechizo arcano y remoto para imposibilitar fijarse en nuestra memoria. Y, sin embargo, son tan eufónicas, tienen tanto gracejo y encanto, que cuando entran en el paladar, ya no hay quien las saque. Almealera, por ejemplo, es una cerca de piedra que rodea un montón de paja o heno. Repitan conmigo (como ya les invitó Navokov con el nombre de Lolita): Al- me- a – le -ra. ¿Lo ven? No era tan difícil. Una palabra nueva (y tan vieja al mismo tiempo) que ya les pertenece para siempre. Además de retarnos a recordar y reconocer como nuestras estas palabras aparentemente tan alejadas, Laura Santos, nos acercó ayer al campo, al pueblo y, sobre todo a ese oficio perdido que son los molinos de agua a través de todos los sentidos. Piedra, tierra, grano, paja, harina, masa de pan. Su música (a través de Coetus y El Naan y los testimonios recogidos en el Museo Etnográfico de Castilla León). Sus voces a través de las grabaciones que Santos realizó durante tres años de sus conversaciones con molineros, pastores y ganadores de una región de Ávila. Voces que escuchamos en dos grados de cercanía: las grabaciones directas y las interpretaciones a modo verbatim de Laura Santos.

Y es que Una rueda que da vueltas entre molinos de agua y otras cosas en peligro de extinción es una obra de teatro documental que con mimo lucha por acercarnos a esos oficios, palabras y costumbres que el tiempo diluye peligrosamente cada día más. Las ocho partes de este teatro documento están marcadas cada una de ellas por una expresión típica del mundo rural que Santos reparte entre el público al comienzo de la obra y debemos leer a modo de cortinilla entre una sección y la siguiente. El sistema da una idea de la cercanía que pretende la intérprete con su público. Ayer, colocados a modo de semicírculo, casi recibiendo sobre nuestras cabezas la paja que lanzaba por los aires o la harina que llovía sobre nuestras cabezas como nieve, Santos nos recordaba esa necesidad de proximidad que tenemos los seres humanos y que nunca ha faltado en lo rural.

La ambientación rural se construye a penas con una mesa robusta, una banqueta, una alfombra de esparto, una par de jergones lleno de harina, arena y grano con el que dibuja senderos, pueblos, montañas, ríos. La iluminación nace de tres focos de jardín y una lámpara de pie. Todo sencillo, como la vida de campo. Todo accesible, para poder llevar el espectáculo y su reivindicación a todos los rincones de España. Para sacar el teatro de los teatros y llevarlo a os frontones, las plazas del pueblo, los lavaderos.

Santos soporta sobre sus hombros todo el peso del espectáculo, encarnándose a ella misma como entrevistadora de todos los vecinos del pueblo, y a sus entrevistados encarnando sus inflexiones, tonos, timbres y modismos a través de la técnica del verbatim. Siempre jugando el código del cuerpo junto la voz; un cuerpo que invoca la naturaleza y a lo rural y que los mima con detalle construyendo constantemente imágenes con los elementos de escena, para acercarnos a esos senderos, bosques, aldeas que nos narran los protagonistas.

Una rueda que da vueltas entre molinos de agua y otras cosas en peligro de extinción, se anunciaba como destinada a público a partir de 9 años. Sin embargo, entendemos que, con su defensa del folclore, la obra debió de concebirse simplemente “sin edad”, pues así han sido todos los relatos, poemas, romances, leyendas tradicionales, antes de que el siglo XVIII trajera la imperiosa necesidad neoclásica de parcelar y especializar la literatura por edades. El público del siglo XXI “tiene querencia” a estas etiquetas y por eso espera un tipo de contenidos y un nivel determinado de léxico y supongo también que, por eso, esta obra rompe moldes y no se adapta a esas ideas preconcebidas. Había mucho más público adulto que infantil en la sala. Los pequeños espectadores estaban innegablemente enganchados con el componente escénico: los continuos movimientos coreografiados, la transformación continua de la escenografía, el micro mundo que se formaba en la recia mesa de madera cada vez que las manos de Laura interactuaban con el trigo, la harina, el pan. Sin embargo, al menos a las pequeñas espectadoras que me acompañaban la parte textual les quedó un tanto holgada. Como esas prendas dadas de sí que heredamos de nuestros hermanos mayores. Captamos su aroma, e intuimos las historias que han vivido, pero, con todo, no acaban de acoplarse a nuestros cuerpos del todo. Los ruralismos se introducían con acierto a través de un contexto explicativo suficiente para el público adulto, pero quizás demasiado sutil para el infantil.

No obstante, lo esencial de Una rueda que da vueltas entre molinos de agua y otras cosas en peligro de extinción es la mirada honesta y llena de amor con la que se acerca a aspectos pasados con la total certeza de que en realidad se está contemplando a la humanidad misma. Porque hay cosas que, aunque parezcan pasar de moda, extinguirse incluso, siempre nos pertenecerán.

  Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 10 de febrero de 2024 en Espacio Abierto Quinta de los Molinos

Texto, interpretación y creación escénica: Laura Santos

Mirada externa: El Patio Teatro (La acompañaron jugando, iluminando y construyendo: Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López)

Fotos proyectadas: Miguel García de Oteyza y Miriam Montilla

Músicas: El Naán, Coetus y archivo oral del Museo Etnográfico de Castilla y León

Fotos: Ana Cristina Poza y Paula Santos Jiménez

Teaser: Majo Moreno

Producción: almealera

Texto, interpretación y creación escénica: Laura Santos

La acompañaron jugando, iluminando y construyendo: Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López (El Patio Teatro)

Fotos de retratos y molinos: Miguel García de Oteyza

Ilustración: Miriam Montilla

Músicas: El Naán, Coetus y archivo oral del Museo Etnográfico de Castilla y León

Fotos dosier: Ana Cristina Poza y Majo Moreno

Teaser: Majo Moreno

Producción: El Proyecto Almealera y 2Producciones Teatrales

Agradecimientos a Carlos Tuñón, Diana Talavera, Marina Santos, Pilar Valdelvira, Miriam Montilla, Miguel García de Oteyza, El Naán, Ayuntamiento de Navacepedilla de Corneja y al Patio Teatro

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