Por Almudena Pimentel Serra
Mi primer contacto con la anorexia fue en la ESO. Teníamos que realizar una presentación para la asignatura de biología y junto a una compañera, decidimos que ese era el tema que queríamos tratar. Por aquel entonces, mi compañera tonteaba peligrosamente (visto ahora desde mis ojos de adulta) con el tema del peso a través de una obsesión fit por las rutinas de deporte y libros de recetas de ensaladas. El caso es que, sin comerlo ni beberlo, (y nunca mejor dicho), nos sumergimos en el mundo de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Digo que nos sumergimos porque, por aquel entonces, yo no sabía que había varios tipos, que también afectaba a los hombres y que la gente llegaba a morir por padecerlos. Se abrió ante mí una brecha que recuerdo observar sin miedo, pero con cautela. Me podía más la curiosidad y el querer entender de qué se trataba todo aquello que la impresión, que recuerdo bien, nos provocaron algunas fotografías. También entramos en los famosos blogs plagados de <<consejos>> para aguantar sin comer o perder peso más rápido. Por si alguien no está familiarizado con el tema, estas “redes de apoyo” (qué ironía llamarlas así), estas comunidades clandestinas se escondían bajo los nombres de ANA (para la ANorexiA) y MIA (para la buliMIA). Sentía que habíamos llegado al agujero más profundo de Internet, y ahora, echando la vista atrás, me doy cuenta de que éramos unas niñas. Tan niñas como aquellas que estaban al otro lado de los chats. Tan niñas como Alma García, dramaturga y actriz en la obra Contra Ana. En ella, la autora nos cuenta su experiencia personal con la anorexia, trastorno que la llevó a ingresar por voluntad propia en una clínica de Barcelona durante un año.
Tenía pendiente ver este espectáculo desde que lo vi anunciado por primera vez. Me aventuro a decir que fue hace casi dos años cuando la obra fue estrenada. Aunque su pasada por Madrid esta vez ha sido rápida (de nuevo en el Teatro del Barrio), la obra busca seguir haciendo funciones este año, poniendo la vista en un festival que tendrá lugar en Santiago este junio para el que ya están programados. Cuando voy al teatro, me ocurre a menudo que recuerdo que es un espacio en el que estamos o acudimos para sanar. Y quiero recuperar aquí esta idea porque hay algo de las auto ficciones realmente poderoso e increíble: nos sirven para curarnos, para prevenir al público y a la vez, para contar desde un espacio seguro para el actor (ya que estamos inmersos en un personaje) nuestra propia experiencia. Así, canalizamos todas esas voces que llevamos dentro para que se exterioricen a través de los demás. Y aunque, como decía la propia actriz, nos muramos de vergüenza cuando vemos las caras del público al haber terminado de contar nuestra historia, es un ejercicio que considero importante dentro de nuestro arte.
En esta obra los personajes tienen un componente mucho más real que imaginario, pero es precisamente eso lo que hace que el espectador conecte con las luchas y conflictos de cada uno de ellos. Porque aquí no hay protagonistas y antagonistas, no hay buenos ni malos. Eres tú luchando contra ti mismo. A través del historial de Ana, Marta y Lucas, vemos cómo el verdadero drama de todo esto es que cuando estás enfermo, no te quieres curar a pesar del dolor que sabes que estás ocasionando a tus seres queridos y a ti mismo. Cada uno tiene su batalla individual, un incidente desencadenante mediante el cual, el trastorno se instala en ti y ya no recuerdas cómo eras antes de tenerlo. Alma se retrata bien en esta historia al ocupar el lugar de narradora, que va dividiendo en capítulos su propia experiencia. Mientras, cede el espacio a la actriz Carmen Climent para representar a su “antigua yo”, Ana. Por otro lado, León Molina (con sus múltiples personajes, todos ellos igual de brillantes) y Beatriz Justamante (interpretando a la compleja Marta) ponen el punto sobre la i en este reparto.
El tiempo en el que sucede la obra, combina escénicamente el año que Ana pasa ingresada con momentos en presente, recogiendo todas las experiencias junto a sus compañeros a la vez que recapitula constantemente sobre el viaje que sus cuerpos atraviesan. Y es que el cuerpo aquí, desde mi punto de vista, es otro personaje más. El cuerpo, dicen ellos, es todo lo que almacena lo que no nos atrevemos a decir; los famosos vertederos donde echamos para no mirar. Un gran linóleo blanco es la propuesta de la compañía, que potencia la transformación de dicho espacio a través de la palabra de los actores. Ellos son los encargados de transportar al espectador a través de discotecas, consultas psicológicas, el mundo de afuera y el mundo de dentro, (el de la clínica). Desde este último lugar, observan de forma angustiante cómo la sociedad, que es la que les ha hecho enfermar, afirman en la obra, no cambia.
Y me detengo aquí brevemente, en el tema de la clínica, porque se percibe una mirada hostil y con dolor sobre la estancia en ella por muy voluntario que sea el ingreso. En resumen, y para no destripar la obra, la clínica se describe como un micro mundo, una isla en la que se avanza por fases y en la que hay reglas para todo. Es un lugar en el que, mientras libras una batalla contigo mismo, el contacto con el exterior es casi nulo y en donde cualquier acción individual se castiga de forma colectiva. Creía importante remarcarlo aquí porque me creó una sensación de inseguridad y recelo, además de la pregunta, desde el punto de vista de una persona que no ha tenido una relación cercana con los TCA, de si esos métodos son los mejores para algunos casos en una situación tan límite y vulnerable.
Como he mencionado al principio, considero que la labor de prevención es una de las fundamentales, no solo en las auto ficciones, sino en el teatro en general. Una prevención que nos haga mirar, distanciados pero seguros, a las cosas terribles que también pueden ocurrir en nuestra vida. Ésta es una de ellas. Porque nuestros jóvenes espectadores han de poder observar, hacer y hacerse preguntas. Especialmente los adolescentes, a quienes yo recomiendo esta obra, han de conocer la doble cara de las tecnologías y que, más allá de los factores personales que pueden conducir a una persona a padecer un trastorno de la conducta alimentaria, existe un verdadero riesgo en el bombardeo constante de imágenes, estándares y comparación a través de las redes sociales. Aprender a convivir y a protegernos de todo ello es una tarea necesaria. Porque una vez hecho el daño, ya no hay vuelta atrás.
Por Almudena Pimentel Serra
DATOS:
Vista el 27 de enero de 2024 en el Teatro del Barrio
Escrita por: Alma García
Dirigida por: Paco Montes
Interpretación: Alma García, Beatriz Justamante, Carmen Climent y León Molina
Dirección de producción: Elvira Casado
Iluminación: Raquel Rodríguez
Contenidos audiovisuales: Alberto Baldini
Dirección de producción: Elvira Casado
Producción ejecutiva: Marta Aran
Distribución: Jorge Dubarry
Duración; 90 minutos
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