Por Natasha Stefan García

Abordar el teatro shakesperiano implica adentrarse en una de las madrigueras dramáticas más profundas e insondables que existen, precisamente por la gran cantidad de autores dramáticos y no dramáticos, que han descendido por ella a lo largo del tiempo para emerger con su propia lectura de los clásicos. Esta situación ha dado lugar a un patrimonio teatral con nombre propio y en continua transformación, que parece no encontrar fin.

Sin embargo, ¿podríamos los espectadores obtener una imagen periférica de lo que esconde esta guarida? Josep Pere Peyró, actor, profesor, autor y director teatral, persigue este cometido en su obra Siete maneras de ser Hamlet. Un versátil y ecléctico monólogo dramático, que, desde el humor, conforma un recorrido teórico y práctico por el texto original y por distintas representaciones que se han realizado a lo largo de la historia. Nace una proposición teatral que constituye una elaborada revisitación histórica a través de la actuación y que también pretende configurar un cuestionamiento artístico de lo solemne y de la dogmatización teórica del canon literario. ¿Qué hace a un clásico ser un clásico? Ese es el dilema.

En este sentido, conviene resaltar que se trata de una propuesta escénica que parte de un texto dramático abierto, donde la improvisación cuenta con un papel fundamental, que va desde los números seleccionados para cada función a la propia duración del espectáculo, que puede ser mayor o menor con base en la recepción del público y la conexión que este establece con el intérprete. Así, cada actuación conforma una unidad interpretativa independiente, pero interconectada, que fluye en todo momento, como si de un río se tratase. El propio Peyró explicó que cada función es irrepetible, puesto que las siete formas en las que el público conocerá a Hamlet variarán en forma y ejecución a lo largo de las sesiones.

Este espectáculo cuenta con múltiples referencias y alusiones al canon dramático que, además de provocar risas, también permiten abordar varios espacios de investigación, entre los que podemos destacar la actuación, la escritura creativa o la teoría dramática, entre otros. No obstante, se trata de una experiencia consustancial y enriquecedora para cualquier espectador, tanto si este es un amante experimentado del género teatral como si es casual.

Ciñendo el foco de la crítica a la función a la que acudimos, pudimos disfrutar de una divertida reflexión estilística y narrativa del papel de Shakespeare como escritor. Continuamos con una desternillante ejemplificación de la técnica actoral y estilística propia del teatro francés de Luis XIV, caracterizada por su pomposidad, voz silbada y marcas de paso exageradas, con las que, en palabras de Peyró, “o hablaban o se movían”. También exploramos la antigua herramienta recitativa del gramelot, inundada de onomatopeyas, cacofonías y palabras inventadas, que pretenden imitar una voz concreta, en este caso el inglés del texto original de Hamlet. Además, nos acercamos al teatro moderno mediante el método Stanislavski, que persigue la fusión emocional y física del actor con su personaje a través de distintos preceptos. Luego, pasamos al teatro contemporáneo, donde a los actores “ni se les entiende ni se les ve” y parecen llevar siempre con ellos un teléfono y un arma de fuego, para aportar mayor emoción. Este juego dramático continuó con la percepción del académico que, en este caso, se dedicaba al análisis superficial de los personajes desde una visión banal, que el autor incluso comparó en cierto punto con la prensa rosa. Ya cercanos al final, aparece uno de los números más aplaudidos: el Hamlet español, que llega con dos versiones, una mallorquina y otra andaluza, en un ejercicio de auto-ironía.  Para finalizar la experiencia, nos despedimos con el teatro postmoderno, en una búsqueda de lo internacional y una huida de lo local. Una tendencia que nos permitió disfrutar de un Hamlet brasileño que nos explicó su dilema al ritmo de la samba.

A nivel formal, la escenografía resulta concisa, sencilla y eficaz. Esta da forma a un ecléctico salón, compuesto por distintos muebles que parecen no compartir estilo, pero que, como los números interpretativos, cuentan con una esencia común, que les une y les da unidad. Así, sobre el escenario descansa todo el material y la utilería que se irá utilizando (o no), según fluya el ejercicio teatral. Entre otros elementos, destacan las distintas pelucas que Peyró emplea para dar vida a los personajes que interpreta.

Por su parte, en lo que respecta a la estructura interna, la propuesta tampoco cuenta con un inicio y un fin al uso, que el autor denomina como funciones de ¡tachán!  y ¡chimpún!, por conformar, con habilidad, patrones convencionales de cierre que el público puede identificar con sencillez. Por el contrario, en este caso será el propio intérprete el que informará tanto del inicio como del final de la obra, que toman forma de manera orgánica y casi impredecible. A este respecto, conviene destacar que Peyró llevó lo interpretativo mucho más allá del escenario, puesto que, en nuestro caso, además de la interacción que crea con el público y de ofrecer un coloquio al final, también participó en la recepción de los asistentes en su llegada al teatro, se encargó de cortar las entradas durante el acceso a la sala y fue el que ejerció el papel de técnico de luces y sonido a lo largo de su representación. Encontramos, por tanto, una reivindicación de todos aquellos que hacen posible el teatro y que dan forma al espectáculo mucho antes de que se abra un telón con un gran ¡tachán!

Por último, merece la pena destacar que esta es la primera obra dramática de lo que promete ser una trilogía: Siete maneras de ser Hamlet, Periferia Otelo (también sobre los escenarios) y Burger Lear (que está en proceso de creación). Tres propuestas que, para el autor, hacen referencia a distintos momentos de su propia vida: «He tenido la edad de los tres personajes en el momento de planificar estas obras y cada una de ellas se centra en un tema distinto. […] Mi relectura de Hamlet aborda la reubicación, la de Otelo el maltrato y la de El rey Lear el legado, entendidos estos temas en su sentido más polisémico».

En definitiva, Siete maneras de ser Hamlet implica un homenaje a las artes escénicas desde la propia interpretación, pero también una visión humana y cercana, que no teme jugar con el clásico. Así, son muchas las anécdotas y los recursos autobiográficos que el autor utiliza para construir este espejo, que refleja el interior de esa madriguera, pero también el suyo propio. Con asiduidad el teatro se relaciona con la máscara, esa careta con la que el actor cubre su rostro para interpretar a otro, pero que con la pasión se transforma en transparente cristal. Así, en esta propuesta dramática Josep Pere Peyró no solo divirtió a su público con creces, sino que mostró su esencia y su pasión por el teatro sobre el escenario, dando forma al arte desde el corazón.

“Y entonces no hay planetas que choquen, ni hadas que encanten, ni brujas que tengan poder de hechizar; tan sagrado y lleno de gracia es ese tiempo” (William Shakespeare).

Por Natasha Stefan García

 

DATOS TÉCNICOS:

Asistencia a la función el 15/12/2023 en el Teatro Lagrada.

Autor, director y actor: Josep Pere Peyró

Artista: COMPAÑÍA | PEYRÓ

Fotografías: propiedad de Josep Pere Peyró

Edad recomendada: adolescentes y adultos

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