Por Sara Barquilla Guerrero

Electra es le representación del dolor y la venganza, pero para entender ambos dos debemos acudir a la prehistoria mítica. Ella es el último eslabón de la tragedia familiar que se remonta a su tatarabuelo Tántalo, quien descuartizó a su hijo Pélope y se lo ofreció a los dioses en un banquete. Por suerte, Pélope fue reconstruido por las deidades olímpicas, pero una traición posterior le costó la maldición de Mírtilo que se transmitiría durante tres generaciones siguientes. Pélope tuvo tres hijos, de los cuales destacaremos a Atreo (padre de los famosos héroes de la guerra de Troya, Agamenón y Menelao) que fue asesinado por su sobrino Egisto. La maldición persigue a Agamenón que, al regresar de Troya más de una década después de su partida, encuentra a su mujer Clitemnestra unida a Egisto y dispuesta a matarle. Por fin llegamos a Electra, hija de Agamenón y Clitemnestra, heredera de este dramón, surcada por el odio hacia su madre y doblegada por la pérdida de su padre. Vive bajo el mismo techo que los homicidas, que la maltratan e incluso planean enterrarla viva. Con ella vive Crisótemis, su hermana dócil que decide plegar las velas ante la situación y dejarse llevar sin mostrar resistencia; sin embargo, Electra se niega a asumir este descalabro familiar, se mantiene fiel al espíritu de su padre y se enfrenta a su madre, a la que critica su traición. Sin embargo, atada de pies y manos, es prisionera en su propia casa y tiene bloqueada cualquier posibilidad de venganza; solo le queda aferrarse a una última esperanza: el regreso de su hermano Orestes.

En este punto empieza el texto de Sófocles y la versión de la directora Fernanda Orazi. Nos encontramos con una Electra desesperada y furiosa que solo tiene una idea en mente: la venganza. Y mientras llega su hermano querido, hace uso de su obstinado poder: gritar, maldecir, irritar a su entorno con la expresión de una cólera desquiciante. Lo que aún no sabe es que su hermano ya pisa las tierras micénicas que le vieron nacer. Ha consultado al oráculo de Delfos, que le ha sido favorable en su intención de venganza, y se dirige hacia los asesinos de su padre acompañado del Pedagogo, un antiguo amigo de Agamenón.

Hemos acudido al teatro a ver una tragedia de Sófocles pero tenemos en escena una curiosa versión o incluso otra perspectiva sobre este subgénero dramático. Lo es por la continuación de la maldición a la que no escapan los protagonistas: Electra y Orestes están marcados por el dolor y la muerte, pero ellos mismos lo perpetuarán con sus actos. Sin embargo, hay varios elementos que nos alejan de la tragedia, como el vestuario, el tono dramático y sobre todo los propios personajes, que pierden su carácter heroico para ganar humanidad. Electra y Orestes visten ambos con unos pantalones cortos que resultan tan patéticos como los gritos arrocinados de Electra o los miedos que trasluce Orestes cuando aterriza en Micenas. También visten unas chaquetas, que podrían ser abrigos de colegial y que, en mi opinión, solo pueden servir para señalar su juventud, la misma que les lleva a desesperarse, a actuar por impulsos, a dudar de sus fines. Pero a la vez les resta cierta dignidad como personajes de Sófocles.

Otro elemento que reduce el carácter trágico es el tono del texto. La humanidad de los personajes los lleva a trabarse, a hablar demasiado rápido, a dar gritos histriónicos o a tratar el tema con unos giros lingüísticos más actuales. Esta opción escénica despierta las risas del público porque algunas situaciones se tornan ridículas a la par de verse imbuidas en plena tragedia. Es curioso el contraste e incluso el público duda de si debe reírse o no.

La representación se hace a través de cuatro actores que representan a seis personajes. Electra, Pedagogo y Orestes son individuales, mientras que una actriz se desdobla en Clitemnestra y Crisótemis sin generar la mínima duda de quién es en cada situación. Y a la vez, todos los personajes, menos Electra, se convierten en el coro de mujeres micénicas que conversan con la protagonista. Y aquí está uno de los grandes aciertos de la representación: las voces del coro se superponen unas a otras, su discurso discurre a destiempo generándose una mayor multiplicidad de voces y cierto desasosiego con el mensaje que transmiten.

Otro de los grandes triunfos es la desnudez de la puesta en escena, que se dispuesto en U, con dos filas de espectadores a ambos lados del escenario. No hay nada, excepto unas ramas que sirven de ofrendas para llevar a la tumba de Agamenón y más adelante, con su pisoteo, humanizan aún más la desesperación de Electra. Solo eso, unas ramas. Esa desnudez puede ser un símbolo de la soledad que rodea a la protagonista, pero se convierte en una oportunidad para que observemos el texto de Sófocles y la vuelta de tuerca de la dirección de Fernanda Orazi, enfocada en buscar elementos patéticos, cómicos, melodramáticos.

Los cuatro actores a menudo se colocan en asientos vacíos en la primera fila y desde allí hablan a Electra, que apenas abandona la escena. Desde los asientos son el coro, pero también son los personajes que incluso le cuentan su historia a los espectadores que se sientan cerca. Esta cercanía nos vuelve a alejar de la tragedia y nos recuerda en momentos a un programa televisivo del corazón, donde unos y otros no paran de lanzarse pullas; así vemos la discusión de Clitemnestra y Electra, madre e hija desgañitadas por tener la razón. Es patético, pero también es trágico, porque los hijos van a matar a la madre y porque esta ha asesinado al padre acusándole de haber matado él a Ifigenia, otra de sus hijas, para hacer una ofrenda a los dioses. Realmente, una situación así daría mucho que hablar en los telediarios…

Una puesta en escena que obliga a detenerse en la historia y en la prehistoria, en los sentimientos y emociones desbordadas de los personajes, en las decisiones tomadas. Una puesta en escena que lleva de la mano al espectador por el texto de Sófocles de manera sencilla y fluida. Una representación que bien podría conectar con un pequeño espectador joven, porque verá sin duda una correlación entre la mano homicida de Orestes y la de Once de Stranger Things y porque es una oportunidad increíble para conocer de primera mano esta tragedia griega, respetando el texto original, a la par que se usan códigos actuales que acercan al espectador. Y porque, en definitiva, Sófocles trató con esta obra un tema universal que está a la orden del día y nos genera tantos problemas a nivel personal y sobre todo social: el deseo de venganza.

Por Sara Barquilla Guerrero

 

Vista el 4 de enero de 2024 en el Teatro de la Abadía (Madrid)

FICHA ARTÍSTICA Y TÉCNICA

Dirección: Fernanda Orazi.


Versión: Fernanda Orazi, a partir de la traducción de José Velasco y García.

Elenco: Carmen Angulo, Javier Ballesteros, Leticia Etala y Juan Paños.


Iluminación: David Picazo (AAI).


Música original y espacio sonoro: Javier Ntaca.


Fotografía y vídeo: Luz Soria-


Agradecimientos: Teatro de La Abadía, La imaginaria, Laura Klein.


Producción: Pílades Teatro.

 

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