
Por Eva Llergo
No puedo remediarlo. Me encantan las historias de optimistas. De esos que deja el faro encendido mañana y noche y derrochan luz para que a los demás nos llegue cuando se nos funden las bombillas. En un mundo en el que se prestigia la sordidez y el desencanto, y en el que se utiliza la palabra “idealista” como si fuera un insulto, son oxigenantes las historias de estos personajes quijotescos que nos recuerdan que, a pesar de todo, la vida vale la pena vivirla.
Pepito (una historia de vida para niños y abuelos) (premio Morales Martínez 2019 de Teatro Infantil) de Itziar Pascual, es una oda a los optimistas, a los que siempre ven el vaso medio lleno, a los que no se les borra la sonrisa de la boca ni con la mejor goma Milán. Y, ojo, que lo es con mérito propio, por fuerza interior, por energía luminosa desbordante, porque a este Pepito que nos dibuja Itziar Pascual le han pasado lances suficientes (que otros llamarían desgracias sin pensarlo) como para bajar los hombros y esconder la mirada: una guerra, hambre, agotamiento, enfermedad… Pero él no. Él es inmune al desencanto. La pena, disfrazada de pájaro, le visita hasta once veces, intentado ganarle para su causa, pero él la combate con más sonrisas, la vuelve del revés, la agota; hasta que ella le suplica que le deje hacer su trabajo. Y entonces Pepito, por pena a la pena, se deja hacer…
Pepito es un texto lleno de sensibilidad, de belleza y poesía. Dibuja anécdotas selectas de una vida que nos atrevemos a imaginar que fue real; una vida heroica, pero de una heroicidad cotidiana y costumbrista Su hilo argumental transita a saltos por la biografía de Pepito, sin fijar una línea temporal homogénea que avance de manera equitativa: poniendo el foco a veces en episodios escogidos no tanto por su fuerza argumental sino, intuimos, por un valor íntimo que podría desconcertar a algunos espectadores (se detienen a contar con detalle el empacho causado por comer tras tanta carestía una maleta llena de bollos, pero pasa de puntillas por penas mucho más gordas como la muerte de la esposa o de los padres). Eso sí, todo con ese deleite del que rememora una y otra vez una anécdota familiar que ha alcanzado ya categoría de literatura.
El espectáculo tiene como base la narración oral, como los cuentos o las anécdotas que se degustan en las sobremesas de las comidas familiares. En ella irrumpen en estilo directo las voces de los personajes, sobre todo las de Pepito niño, joven y anciano y la pena, ese pájaro exótico que nunca le abandona y que, como símbolo, es el mejor jugado de la historia. La única intérprete, Leyre Abadía, defiende con solvencia el reto interpretativo de convertir un monólogo en dialogía caracterizando con su voz a los diferentes personajes y manipulando las máscaras/marionetas que identifican las diferentes edades del protagonista. La escenografía es sobria y funcional, aunque algunos de sus elementos, como el árbol o la mesa, resultan más meramente ornamentales que utilitarios o simbólicos. El espacio se enriquece gracias a las proyecciones históricas sobre el Madrid de la época que contrastan con intromisiones de gráficos de factura naif que, entendemos, tienden lazos con los pequeños espectadores, pero generan cierta disonancia con la estética general creada por el montaje.
Hablando de estos, nuestra pequeña espectadora, se dejó conmover por la historia de este optimista incurable, su magia y su poesía. Eso sí, se sorprendió a veces de ciertas apelaciones directas al público infantil (cuando se explica qué es un mandil o la pensión), teniendo en cuenta que la obra se indica dirigida para a partir de 11 años. Por el contrario, en otras ocasiones, nuestra pequeña espectadora requirió contextualizar algún otro símbolo: por ejemplo, por qué al padre de Pepito le resulta tan hiriente la camisa azul -falangista- que le han regalado en el colegio a su hijo.
En resumen Pepito es un precioso homenaje a los que no se rinden a la pena, a los que la combaten con una sonrisa, al mismo tiempo que una necesaria lección de nuestra historia que no puede ser olvidada.
Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS:
Vista el 19 de noviembre de 2023 en Naves del Matadero dentro del ciclo Vividero IV
Texto Itziar Pascual
Dirección Carmen Losa
Con Leyre Abadía
Diseño de espacio escénico y objetos Juan Sanz e Isabel Cobo
Diseño de vestuario Maite Álvarez
Diseño de iluminación ENT/NAE
Diseño de espacio sonoro y videocreación Luna Vídeo
Ireala Teatro
A partir de 11 años
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