Sara Barquilla Guerrero

Aria da capo, de la dramaturga y directora francesa Séverine Chavrier, se presenta en el Teatro de la Abadía enmarcada en el 41º Festival de Otoño. Presenta como subtítulo “Si la adolescencia fuera un estilo musical, ¿cuál sería?”, aludiendo a los dos ejes de esta compleja propuesta dramática, protagonizada por tres actores y una actriz muy jóvenes que, además, son músicos. De este modo, disfrutamos de piano, fagot, trombón, violín y voz en vivo.

Los dos ejes temáticos música y adolescencia vertebran la obra de forma perpendicular: hay un momento en el que se cruzan ambos, aquel en el que la adolescencia se encuentra con la música convirtiéndose en algo fundamental para su evolución. Un ejemplo serían aquellos jóvenes que siguen una enseñanza musical reglada, como el conservatorio; la obra contiene una reflexión y crítica sobre el tipo de aprendizaje que hacen y cómo les afecta en su devenir profesional o en su identidad.

La música puede ser una vía de escape o una oportunidad de ampliación personal, de trampolín a la creación, pero también puede convertirse en un lastre o un bloqueo para seguir avanzando. A este respecto, los actores utilizan dos tipos de máscara con una simbología críptica: por un lado, adultos muy mayores, masculinizados, calvos y de cariz severo; por otro lado, las máscaras son de gente joven, de pequeños ojos almendrados y rasgos poco definidos. No obstante, en ambos tipos las caretas igualan a los cuatro personajes y generan una sensación desasosegante. ¿Es un desdoblamiento de sí mismos en la edad adulta? ¿Y un mimetismo con el resto de jóvenes? En el primer caso, cuando aparecen en escena, sus interpretaciones se truncan por falta de armonía o por desajuste colectivo en la interpretación musical; en el segundo, se convierten en estatuas, creando unas imágenes bellas a la par que inquietantes, sobre todo por la falta de expresión.

 

La otra línea medular de la obra es la adolescencia. La obra se compone de una serie de cuadros, de escenas con un hilo conductor mínimo, que sería la propia esencia del ser adolescente: el paso del tiempo en soledad o con amigos, las reflexiones, las inseguridades. Los temas que se ponen sobre la mesa son aquellos que más puedan interesar a esta edad: el sexo, las drogas, las amistades, los estudios. Una de los aciertos de la representación es la naturalidad con que se comunican los personajes; el guion, como tal, parece no existir, porque los personajes se mueven e interactúan como si fueran “personas”. No obstante, el espectador siempre los ve como personajes por un elemento fundamental de la puesta en escena: el uso del vídeo. Se graban unos a otros, a veces sin intervenir en la escena, y en otras ocasiones siendo conscientes de que están mirando a cámara. Así que el espectador tiene la opción de ver la representación en sí o la imagen de la misma a través de una o varias proyecciones. Este aspecto puede aludir a la omnipresencia de las pantallas en la adolescencia, a la costumbre de verse a través de un recuadro tecnológico, pero también es un espejo que nos devuelve nuestra propia imagen, lo que somos y lo que no conseguimos ser. Algunas escenas de la obra podrían recordar los espejos cóncavos valleinclanescos, dada la imagen deforme/informe que nos muestran, aquella que los adultos tenemos de la adolescencia como momento de excesos y de búsqueda de identidad. Pero recordemos que el camino a la edad adulta transita por estos momentos tambaleantes donde el yo se conforma con el nosotros y el ellos.

Otro acierto en la dramaturgia es la creación del espacio escénico en dos salas minúsculas separadas por un hueco central que conecta el proscenio y el foro. En el proscenio salen los personajes con sus máscaras de adulto, quizá un guiño metateatral al hecho de la escenificación que también salpica a los intérpretes musicales. En ese espacio el actor o intérprete se expone y de ahí esa máscara que oculta su verdadera identidad, que esconde su verdadero yo. Este aparece dentro de los dos pequeños habitáculos, que simulan habitaciones y que conectan con el hábito adolescente de buscar la intimidad y las distancias cortas para abrirse y compartir. Aquí no hay máscaras sino jóvenes haciéndose confesiones, riéndose de sí mismos o de los otros, dejándose llevar por las circunstancias.

Destacaremos dos últimas aportaciones de la obra. En primer lugar, y en relación con el vídeo, se engaña al espectador respecto al lugar donde están los personajes. Esto nos saca literalmente de la representación y nos recuerda que lo es, que solo es una apuesta escénica y que quizá haya otras opciones. En segundo lugar, cuelgan alto unos globos que se van explotando conforme transcurre la obra y sueltan confeti. Podemos pensar que es un símbolo que marca el paso del tiempo para los personajes, su transcurrir hacia la edad adulta, o quizá solo sean momentos de distensión que generan una atmósfera realmente muy bella porque la etapa adolescente lo es

El pequeño espectador joven podría acudir a la obra y seguramente haría una lectura diferente al espectador adulto. Es una obra representada por jóvenes entre 16 y 18 años, con temas y situaciones muy adolescentes, pero está construida desde la mente adulta y llena de símbolos no fácilmente descifrables. El contraste entre las conversaciones fáciles y ligeras con la estructura intelectualizada quizá sea el mismo que convive en la mente adolescente, que mientras se despoja de su lado infantil va aprendiendo a convivir con ese nuevo yo que crece.

Sara Barquilla Guerrero

 

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista en el Teatro de la Abadía el 17 de noviembre de 2023.

Dirección: Séverine Chavrier

Intérpretes: Guilain Desenclos, Victor Gadin, Adèle Joulin y Areski Moreira

Texto: Guilain Desenclos, Adèle Joulin y Areski Moreira

Diseño de vídeo: Martin Mallon / Quentin Vigier

Diseño de sonido: Olivier Thillou / Séverine Chavrier

Diseño de iluminación y producción general: Jean Huleu

Escenografía: Louise Sari

Vestuario: Laure Mahéo

Arreglos: Roman Lemberg

Construcción escenografía: Julien Fleureau

Agradecimientos a: Naïma Delmond, Claire Pigeot, Florian Satche, Alesia Vasseur, Claudie Lacoffrette y Claire Roygnan

Producción: CDN Orléans / Centre-Val de Loire

Coproducción: Théâtre de la Ville-Paris, Théâtre National de Strasbourg

Con la participación de: DICRéAM

 

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