Por Mario Jiménez

En el interior del teatro Quique San Francisco huele a estreno. Familia, amigos y admiradores de los profesionales que conforman la función se juntan con anticipación, tal vez con intriga, a ver qué tienen preparado. Se respira amor desde el público.

Lee El Venado Macalinden nos espera en el escenario, inquieto e imparable, sin prestarnos atención alguna. No espera dar la bienvenida a un grupo de viejos amigos. Ni siquiera nos invita a estar con él. Más bien, nos estamos colando en su historia de manera voyerista. Pero es que promete morbo, y eso es algo irresistible. 

Empieza la función (¿no había empezado ya?) y cambiamos el paradigma. Los cuatro intérpretes nos apelan. Saben que estamos ahí, que ya está el público. Que pasen, dicen. Vamos a formar parte de esto. 

La silenciosa Leila y Lee El Venado se encuentran en un veinticuatro horas una  noche de viernes. Son un par de adolescentes que se conocen de vista del instituto. Esa noche,un delito inesperado unirá sus caminos para siempre. Y nosotros, público, vamos a vivir ese viaje con ellos.

La pareja protagonista es interpretada por Paloma Córdoba y Raúl Pulido. Ambos personajes están exquisitamente definidos, sabiendo aprovechar la esencia e individualidad de cada intérprete para potenciar este juego de contrastes. La Leila de Paloma Córdoba no sólo es silenciosa, también misteriosa. Hay todo un universo de palabras en su interior que podríamos captar exclusivamente con su mirada. Ante una sociedad banal en la que poco parece importar la historia de cada persona, ella elige el silencio. La silenciosa Leila no está anestesiada, tan solo aislada.

En contraposición a la enigmática, silenciosa y calmada Leila de Paloma Córdoba, nos encontramos con un indómito, rebelde y sensible Lee compuesto con mucho nervio por Raúl Pulido. Un actor que demuestra una profunda facilidad para dejarse permear por lo que le sucede, enseñándonos a un personaje puramente humano. Marginal, delincuente, irrespetuoso y trastocado. Pero también generoso, amante, protector y humilde. Córdoba y Pulido conforman un tándem digno de ser disfrutado.

El resto de personajes que intervienen en la función se repartirán entre Juan Ceacero y Savitri Ceballos, las dos patas restantes de esta equilibrada mesa. La madre, el novio de la madre, Frank el borracho, Molly la celebrity y el coro serán los personajes que vayan transitando esta pareja de actores. Especialmente destacable el borracho, atormentado y tosco Frank de Juan Ceacero; y la excéntrica, disociada y también atormentada Molly. 

No quiero dejar de aplaudir la transmutación por la que pasa este dúo durante los cien minutos que dura la representación, ayudados del vestuario diseñado por Leonora Lax. 

Beatriz Jaén, directora de la pieza, consigue mucho con muy poco. Nos presenta una road-movie encima del escenario que habrá quien relacione con la historia de Bonnie y Clyde. El ritmo de la obra es trepidante y el montaje le sigue el pulso al texto. Las atmósferas que se generan acompañan a lo que la palabra dice debido, en gran parte, al acertado espacio sonoro de Pepe Alacid. La función es divertida cuando tiene que serlo, ágil cuando lo necesita y pausada cuando lo requiere. El elemento narrado ayuda a imprimir ese ritmo, en lugar de entorpecer. Si hubiera que hacer un apunte con este respecto, he de reconocer que el uso del micrófono para acompañar al trabajo de los narradores/coro (tal vez un poco anárquico para mi gusto) se me gastó pronto. Lejos de ayudarme a seguir el hilo, me resultaba distractivo.

En el plano espacial es donde este montaje se lleva la matrícula. La escenografía que plantea Pablo Menor Palomo está compuesta por dos mesas, unas cuantas sillas, un telón anaranjado y un falso suelo. Eso es todo lo que el montaje necesita para transportarnos a los múltiples espacios en los que se desarrolla la pieza. El reparto jugará con la poética de los objetos y la polisemia objetual para que el espectador pueda entender, mediante la convención que nos propone, cómo cambiamos de interiores a exteriores, recorremos largas distancias en una persecución, nos escondemos del revisor o viajamos durante kilómetros en un tren en movimiento. Una vez se establece esta premisa, una candileja podrá ser una hoguera, un abrigo puede ser un ciervo muerto y un telón puede convertirse en unas llamas.  El broche de oro lo pone un diseño de iluminación elegante y funcional, llevado a cabo por Enrique Chueca. 

“Yellow Moon, la balada de Leila y Lee” es un montaje al que le deseo larga vida. Se trata de un acontecimiento teatral en el que se narra una fábula desde el cariño, el entretenimiento y el buen gusto. Una fuente de inspiración para cualquier creador emergente con pocos recursos y un disfrute para cualquier amante de las historias. 

Como dijo mi acompañante al acabar la función:

“Ha sido como ir al cine”. 

Por Mario Jiménez 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 15 de junio de 2023 en Teatro Quique San Francisco (C/Galileo, 39)

DRAMATURGIA
David Greig

DIRECCIÓN

Beatriz Jaén

AYUDANTÍA DE DIRECCIÓN

Javier L. Patiño

INTÉRPRETES

Juan Ceacero, Savitri Ceballos, Paloma Córdoba y Raúl Pulido.

ESCENOGRAFÍA

Pablo Menor Palomo

DISEÑO DE ILUMINACIÓN

Enrique Chueca

DISEÑO DE VESTUARIO

Leonora Lax

MÚSICA 

Pepe Alacid

AUDIOVISUALES

Javier L.Patiño

DISEÑO GRÁFICO

Carlos Brayda (Ilustración)

Álex Velasco (Diseño Gráfico)

 

 

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