Por Sara Barquilla

No había mosqueteros en la sala, más allá del número elevado de personas que se levantaron al final de la función para el aplauso. Tampoco se paseaba por los pasillos del Fernán Gómez un alojero ofreciendo un tentempié al público fiel que acompañó a Morboria Teatro en este viaje en el tiempo. Un viaje que nos transportó a un corral de comedias del siglo XVII y nos hizo sentir espectadores del Siglo de Oro español, con sus grandezas pero también con sus miserias. Empieza la función.

Saturnino es el director de una compañía de cómicos de la legua. Está desesperado por la cantidad de deudas que acumula y se pregunta por qué decidió ser cómico, arrastrado por una pasión que solo le hace malvivir. Sus reflexiones le llevan a un callejón sin salida, es decir, quiere suicidarse. Sus compañeros de profesión le escuchan sin inmutarse demasiado. Ven cómo trata de quitarse la vida con la espada roma de las representaciones, que no le hace el más mínimo rasguño, y siguen con sus quehaceres. Ya se le pasará. Es lo que tiene la precariedad de los cómicos del siglo XVII: la itinerancia, la búsqueda de mecenas, lo efímero de su arte.

Sin embargo, se les presenta una oportunidad para salir del bache. Un engreído noble adinerado les contrata para preparar un entremés para la boda de su hija. La bolsa de dinero ofrecida emociona a los cómicos. La fortuna se ha puesto de su lado. Peeeero, el conde pone una condición: su hija ha a ser la protagonista de la comedia. La hija. Una joven muy mona con una dicción indeseable y la cabeza llena de grillos, que despierta sentimientos contrapuestos en la compañía: envidia y desdén por parte de las cómicas frente al frenesí y la atracción sexual de la sección masculina. Saturnino recupera la batuta que le corresponde: Marylina va a ser la protagonista. Las manos quietas y las lenguas anudadas. La compañía no puede perder esta oportunidad caída del cielo.

De esta manera acompañamos a la compañía en los preparativos de la comedia: el reparto de papeles, los ensayos, los nervios ante el estreno. Pero también las dificultades: la impuntualidad, el olvido del guion, las juergas y los problemas con la justicia de algunos cómicos hacen que los nervios de acero de Saturnino se resquebrajen. Él quiere cumplir con el encargo y demostrar que su oficio se merece el pago recibido.

El homenaje al Siglo de Oro está presente de principio a fin. En primer lugar, se trata de un guion en verso creado por Fernando Aguado, nuestro ya querido Saturnino, que intercala distintos tipos de métrica, como mandaba Lope de Vega en su ensayo Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo. En segundo lugar, la obra se divide en actos y, para que el público se entretenga en las pausas, se amenizan las mismas con música en directo. Los músicos apenas salen de escena y sus instrumentos de cuerda apoyan ora el jolgorio, ora el drama. Tercero, y como no podía ser de otra manera, está el donaire, personaje gracioso que cada vez que aparece en escena desata la carcajada del público con sus intervenciones acertadísimas. Y, por último, no debían faltar nuestros clásicos. Se nombra a Calderón, Lope, Tirso, Moreto… En este punto las cómicas añaden la reivindicación de género: ¿Por qué nunca representan obras escritas por mujeres? Aprovechan el turno de palabra para recordar a María de Zayas, Sor Juana Inés o Catalina Clara Ramírez de Guzmán, entre otras. Auguran un futuro diferente, con mujeres dirigiendo las compañías. Sus compañeros cómicos ríen ante el desvarío. El público se sonríe desde la butaca del siglo XXI. Porque no todo es Siglo de Oro. Hay guiños a la actualidad, como el grito de “no es no” de una de las actrices, cansada del acoso masculino.

Del teatro y otros males… no solo es una comedia en el sentido clásico, también lo es en la acepción actual. Los chismorreos, las bromas escatológicas, las alusiones sexuales, las persecuciones con obstáculos, los accesos de locura, etc. son verdaderamente humorísticos. Y todo ello, siguiendo las recetas de los corrales: el donaire, que recibe los garrotazos de los demás personajes; el aparte, que hace partícipe al público de los pensamientos descabellados e imprudentes; las canciones, con su letra provocadora y los bailes cochambrosos; el poder del lenguaje, las rimas divertidas, las alusiones chistosas, los juegos de palabras.

Pero además de todo, Del teatro y otros males… es teatro que habla de teatro. Aunque es una comedia muy divertida, la obra intercala momentos dramáticos a través de disquisiciones sobre la precariedad de los cómicos, el miedo escénico y el hecho dramático en sí mismo. La vida es un teatro y los comediantes la viven con total intensidad.

Es necesario llamar la atención sobre el vestuario, creado expresamente para la representación: las ropas de batalla de los comediantes en contraste con las ricas texturas de los nobles y sus guardainfantes, así como el vestuario estrafalario y divertido de los personajes del entremés. En cuanto al atrezzo, su presencia va disminuyendo conforme avanza la obra. En el primer acto, el escenario es un horror vacui de baúles, taburetes, máscaras, telas y demás enseres de la compañía, mientras que en los ensayos, el escenario se desnuda de objetos porque se llena con la representación de los cómicos.

El pequeño espectador apenas está presente en la sala. Aunque no sea una obra dirigida al público infantil, este puede seguir perfectamente la trama y, sobre todo, empaparse del teatro del siglo XVII, de cómo preparaban los espectáculos, de cómo vestían, del ritmo poético del texto, etc.

Como broche dorado, señalaremos que el teatro más aclamado de la literatura española es una fiesta, un derroche de energía, un texto cargado de contenido, y Morboria Teatro sabe trasladarlo al siglo XXI. Quien lo probó, lo sabe.

 

Por Sara Barquilla

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 30 de diciembre de 2022 en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa

Diseño Escenografía Eva del Palacio y Fernando Aguado

Realización Escenografía Artefacto y Trajano del Palacio

Attrezzo Morboria

Música Milena Fuentes, Miguel Barón y Javier Monteagudo

Diseño de Iluminación y Sonido Guillermo Erice

Fotografía Carlos Bandrés

Gerencia Javier Puyol

Diseño Vestuario Fernando Aguado, Ana y Eva del Palacio

Maquillaje y Caracterización Fernando Aguado, Ana y Eva del Palacio

Realización Vestuario Ana y Eva del Palacio & Mónica Flores

Zapatería andante Fernando Aguado

Autor Fernando Aguado

Dirección Eva del Palacio

 

 

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