Por Luis Pradilla
Es esta una historia de pérdidas; pérdida de los recuerdos, pérdida de la verdad que se escapa, pérdida de los nervios…Y de hallazgos, de la arena que se lleva el viento dejando al descubierto los restos de una concha. También es una invitación. A pensar…y a cenar.
Para no perder el hilo de este Banquete convendría tatuarse por el cuerpo los hechos, a lo Guy Pearce en Memento, porque la memoria va a ser una de las claves del relato. Eso sí, con el láser cerquita para poder rectificar cada dos por tres lo escrito, pues La Ferviente no ha venido precisamente a ofrecernos seguridad. Así que…rebobina primo.
¿DÓNDE?
En la sala Ex Límite, un tremendo proyecto de investigación independiente en Usera, para alegría del teatro y del barrio.
¿QUIÉNES?
Seis actores y actrices en busca de autor. Carmen, Tony, Reyes, Eneko, Leyre y Carolina, a vueltas con sus personajes, con el relato, con su propia historia personal, compartiendo sus inquietudes a telón bajado, sentados a nuestra misma mesa, su compromiso sin taquígrafos con el presente, los jirones de piel que se dejan cada día en el escenario, preguntándose si alguien hablará de ellas cuando hayan muerto.
Es el final de la obra, una reflexión íntima y tierna que posa delicadamente la última capa sobre un dilema magnificamente planteado y que deja a un servidor en la lona desde el primer minuto, con las ideas del revés, pero agradeciendo al ring de la Ferviente sus certeras reflexiones y la frescura de su estilo. Todavía quema…
¿CÚANDO?
Los hechos arrancan en 416 AC, cuando Agatón, tras su éxito en las Leneas, celebra un fiestón dionisíaco, cuya resaca es aprovechada por los asistentes (Sócrates & co.) para debatir sobre el amor y sus dimensiones: que si Eros, Hedoné o Afrodita…pues no tenían dioses ni nada los griegos para estos temas…
…O quizá todo ocurre cuarenta años después, cuando Apolodoro, ejerciendo de DJ de la memoria, patina sobre los recuerdos de esa misma celebración a la que asistió de niño -¿realmente fue testigo?-, según rumorea Platón en su Banquete.
Pero realmente el meollo del asunto comienza cuando Toni Galán escribe “El banquete (inspirado en El banquete de Platón)” y, más precisamente, cuando la Ferviente entra en escena.
En todo caso, por no liar un Rashomon, no le voy a preguntar a la persona que tengo al lado cómo lo ve, no vaya a ser que me da una versión distinta de todo esto, por aquello del perspectivismo.
¿QUÉ?
La Ferviente viene a hablarnos de la fragilidad del legado, de su valor, de las trampas de la memoria, pero también, por qué no, del dolor de cabeza de la resaca -que no recuerdo nada de lo que hice anoche- y de las redes sociales e internet.
Apolodoro cede el control del relato a los personajes, pero luego no le convence el resultado. Con una palmada congela la acción y cambia algún parámetro para que esos rebeldes cuenten las cosas como él desea, ¡maldita sea!
Pero no lo logra y toda la escena se modifica en un efecto mariposa, donde Sócrates puede sufrir la aparición (o no) de una Alcibíades, borracha o sobria, cual gato de Schrödinger, más o menos engreída de belleza. Detalles. O más.
“Estaba embriagada, imaginando mis brazos tocando estas carnes blancas y perfumadas, mi boca de martirio bebiendo la miel de tu boca…”. Federico García Lorca, en la pantalla de la sala, en algún momento de la obra.
Apolodoro quiere acercarse a la verdad, en un empeño obsesivo por la correcta transmisión de los hechos, la narración fiel… pero ¿fiel a qué, o a quién?…”Traduttore traditore” … “se non è vero é ben trovato” … ¿Tiene sentido el boli rojo?
Pretende glosar el recuerdo como un periodista o historiador e incluso se permite medir la memoria de alguno de los espectadores sentados a la mesa del escenario.
Es entonces cuando los personajes se rebelan contra este gatekeeper errático y pasan de buscar autor a rechazarlo, cual protagonistas de nivola unamuniana, tomando el mando de la acción, para seguir hablando del lenguaje como vehículo del eco, de la distorsión, del qué dirán (y qué más da, si no lo controlo), del silencio, de política, de consumismo, del legado orgánico que se va por el inodoro, de nuestros cadáveres que tampoco abonarán la tierra, de las maravillas del mundo antiguo que ya no están, de la importancia de dejar algo que cambie el mundo.
Y para ellos llega de nuevo el final. Actores y actrices repiten un día más ese momento íntimo en el que nos cuentan realmente quiénes son. Y claro que Carmen, Tony, Reyes, Eneko, Leyre y Carolina juegan también con el eco de la repetición, el meme en directo que es el teatro, pero el milagro es que esa repetición diaria, aunque ensayada, es auténtica cada vez, nunca vacía.
¿CÓMO?
En un escenario blanco y rojo con flecos y predominio de diagonales, una cena mesiánica que lo preside todo (con cuatro espectadores invitados a la mesa). Sobre el mantel manzanas, ¿o eran granadas?, porque para complicar la cosa, bajo de la fragilidad de la memoria nadan las limitaciones de la percepción sensorial, la caverna platónica en todo su esplendor.
Vestuarios cómodos y sugerentes. Arriba, una pantalla en la que aparecen citas de autores famosos.
Música disruptiva, con temas originales de Pablo y Juan Sánchez Pulido. Y humor, dos tazas. Y amor real y palpitante.
Con un arranque hipnótico, construido sobre la repetición. Cada personaje con su frase, sin escuchar al otro, superposición de discursos interiores que no esperan receptor, ensayo previo del acto comunicativo o epílogo del mismo, cuando aún resuena todo en la cabeza.
“Mi voz… ¿es mi voz”? “¿Cómo era?”
La voz se convierte en la única proyección posible del meme interior… hasta que se anota algo en una libreta. Lo oral frente a lo escrito. Sócrates sin dejar ni una sola línea para la posteridad.
«De los diversos instrumentos inventados por el ser humano, el más asombroso es la escritura. Todos los demás son extensiones del cuerpo, solo la escritura pretende ser una extensión de la mente» (Jorge Luis Borges), en la pantalla de citas, en algún momento de la obra.
¿POR QUÉ?
Porque te vas a sorprender y, claramente, “Pa que salgas con tu baby de la disco coronao” (Rosalía, en la pantalla de citas)
¿PARA QUIÉN?
Para cualquiera que ame pensar y sentir y en el caso de nuestra publicación, según mi opinión, recomendada para medianos espectadores de Bachillerato (por poner una edad), porque La Ferviente, además de proponer un reto intelectual con este discurso sobre discursos, rompe estructuras sin sobreprotección, verdad sin edulcorar, y habla de la fama, del alcohol, del amor, de la memoria, de la vanidad y de la amistad… y a la vez nos seduce visual y auditivamente, demostrando que la filosofía no está reñida con el espectáculo.
Corolario, off the record.
Ahora que todo el mundo habla de fútbol, ¿qué habría pensado Socrates si hubiera sabido que en el siglo XX un brasileño enamorado de la filosofía llamaría a su hijo como él y que este Sócrates, médico, líder social y político, defensor de la democracia, sería también uno de los mejores futbolistas de la historia, famoso por tirar los penaltis de tacón?. En Brasil hay dos Sócrates. Legado también, incontrolable, pero legado al fin y al cabo. «Eu só sei que nada sei».
Por Luis Pradilla
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 20 de Noviemnre de 2020 en Sala ExLímite. Calle Primitiva Gañán, 5 (Usera)
DRAMATURGIA
Toni Galán
DIRECCIÓN
Adrían Pulido
INTÉRPRETES
Carmen Adrados, Tony Galán, Reyes García, Eneko Larrazabal, Leyre Morlán y Carolina Neka
DISEÑO DE ILUMINACIÓN
Alvaro Guisado Garavito
MUNDO SONORO
Adrián Pulido, Pablo Sánchez y Juan Sánchez
DIRECCIÓN DE MOVIMIENTO: Juando Martínez Montiel
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Pablo Chaves
DISEÑO DE LUCES: Alvaro Guisado Garavito
AYUDANTÍA DE DIRECCIÓN Iñaki Danta
FOTOGRAFÍA Y CARTEL: Xose Roi Martínez
COCINA Elena N. Esperilla
COMINUCACIÓN Y PRENSA de Amanda H C – Proyecto Duas
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