Por Sara Barquilla

Eddy no es el diminutivo de Édouard, aunque podría ser. Su padre lo llamó así porque era el nombre de los tipos duros de las películas americanas. Por si fuera poco, Bellegueule, apellido poco común, también podría traducirse como ‘bellas fauces’. Un tipo duro con unas fauces preparadas para el ataque. Eso le habría gustado al padre de Eddy. O al menos es lo que se esperaba de él o de cualquier otro muchacho nacido en Hallencourt, pueblo obrero en el norte de Francia, en los años 90. Años después, se cambió el nombre y el apellido, y escribió sobre su infancia, en la que la violencia estaba a la orden del día, en la que había que ser lo que tocaba ser sin ponerlo en duda.

            La Joven Compañía ha apostado por representar la novela homónima de Édouard Louis que, publicada en 2014, se convirtió pronto en uno de los libros más vendidos en Francia. La Joven ha preparado una puesta en escena acorde a los tiempos que corren y muy atractivo para el público joven. Primero los entrantes. Mientras el público se va acomodando en sus asientos, suenan temas musicales de los 90, muy pegadizos, y un par de personas disfrutan bailando. El público se sienta animado, va a ver algo dinámico, aunque no todo lo divertido que pueda presuponer. Pasamos al primer plato. Empieza la obra, pero los actores no salen a escena como personajes, sino como narradores. Nos van a contar una historia y eso facilita mucho las cosas para el público joven: se lo van a dar todo mascadito. Sin embargo, el plato fuerte, la escenificación de la narración no es tan sencilla como aparenta. En escena dos actores que, al principio, son dos narradores y luego pasan a ser todos los personajes que aparecen en la historia. Los dos son todos. Uno es Eddy y el otro también. Uno es su padre, un obrero alcohólico en paro, y el otro también. Uno es su madre, ama de casa cuidadora de cinco hijos y fumadora empedernida, y el otro también. Uno es su hermano mayor Vincent, modelo de masculinidad imperante, absolutamente violento, y el otro también. Resulta tan natural el traspaso de rol de uno a otro que ni nos damos cuenta del desdoblamiento continuo al que estamos asistiendo. De vez en cuando vuelven como narradores para intercalar una reflexión, para explicar una salto temporal, para recordarnos que en la novela tal pasaje es más o menos extenso, etc.

            Esa multiplicación de personajes se simplifica con la puesta en escena. Solo dos personas, un biombo gigante móvil, que sirve para hacer las transiciones entre escenas, y un sofá de dos plazas. Y lo más importante, algo que no ocupa espacio pero lo crea: la tecnología. En escena hay un ordenador que los narradores utilizan para mostrarnos imágenes y para ir cargando los temas musicales, representativos de una generación y canalizadores de las emociones despertadas por el relato de Eddy. También hay una cámara que graba en directo y proyecta la imagen en el biombo. El personaje que nos están presentando, Eddy, está pasando por un filtro, lo vemos a través de un visor: es una ventanita a la vida de Eddy. Y, por último, se proyectan grabaciones preparadas con las que interactúan los actores como narradores y como personajes. Estamos en el teatro pero las pantallas están presentes, esas ventanas por las que nos estamos acostumbrando a ver pasar la vida.     Este punto de vista múltiple refleja, en mi opinión, todas esas voces que juzgaban a Eddy y a otros tantos niños y niñas que querían ser y no sabían cómo. Ser adolescente no es fácil, ni siquiera seguir la senda marcada lo es, así que mucho menos salirte de ella o, como en el caso de Eddy, no saber en qué lugar ubicarte. Eddy no quería reconocerse homosexual. Vivía en un entorno donde no sería aceptado porque, como demuestra su relato, sufría el rechazo constante sin decir que era maricón. A ver quién era el guapo que se atrevía a decir que lo era.

            Subyace en la obra el tema de la pobreza, las etiquetas sociales, la intolerancia, la falta de referentes. Se presenta un espacio asfixiante que en la historia de Eddy se trata de un pueblo, pero puede ser un barrio o un instituto o cualquier otro sitio en el que la persona no se sienta libre para saber quién es y poder ser. No obstante, la apuesta de la Joven es que el público salga de la sala con la esperanza de que es posible encontrar el lugar donde podamos ser nosotrxs mismxs y seamos libres para sentir y para vivir.

            Los jóvenes espectadores presentes en la sala el día de la representación eran de 4º ESO y Bachillerato. Los dos actores-narradores captaron de un plumazo la atención de los y las jóvenes que ya no se inmutaron de sus asientos. En el coloquio posterior, las intervenciones representaban el sentir general: el relato de la vida de Eddy les había impactado. Habían empatizado absolutamente con un joven como ellos y ellas, alguien que busca su camino pero su entorno no se lo facilita. El entusiasmo era generalizado. Un joven comentó que, gracias a lo que había presenciado, le había cambiado la idea que tenía del teatro y que a partir de ahora iría mucho más.

Por Sara Barquilla

Vista el 4 de noviembre de 2022 en Teatro La Abadía

Reparto

Julio Montañana Hidalgo

Raúl Pulido Jordá
 

Texto
Pamela Carter, a partir de la novela de Édouard Louis

Traducción
José Luis Collado

Dirección
José Luis Arellano García

Videoescena y escenografía
Álvaro Luna
 

Iluminación
Juanjo Llorens

Vestuario
Ikerne Giménez y Lua Quiroga Paúl

Espacio sonoro

Alberto Granados

Asesoría movimiento escénico

Andoni Larrabeiti
 

Dirección de producción

Olga Reguilón Aguado

Dirección técnica

David Elcano Villanueva
 

Regiduría

Daniel Villar