Por Eva Llergo
El Teatro San Pol lleva desde 1983 acercando el teatro a los niños y a las familias. Son muchos, si no todos, los colegios y sus alumnos, que han pasado por su patio de butacas para ver y escuchar las historias de grandes clásicos como La Bella y la bestia, La isla del tesoro, La vuelta al mundo en 80 días, Cuento de navidad, Los músicos de Bremen o El sueño de una noche de verano. Ayer tuvimos la ocasión de asistir a la jornada de estreno para público general de su última producción: Mujercitas de Louisa May Alcott (1868).
En un plano superficial la mayoría conocíamos la obra de Alcott a través de las adaptaciones cinematográficas (entre otras, la de 1949 dirigida por Mervyn LeRoy; la de 1994 por Gillian Armstrong, o la más reciente de 2019, dirigida por Greta Gerwig). Probablemente nos habíamos dejado encandilar por su ambientación navideña, su femineidad rebosante y sus momentos más almibarados. Sin embargo, cuando una bucea en la biografía de su autora y en sus intenciones narrativas la cosa cambia. Alcott fue una reivindicativa sufragista y abolicionista de la esclavitud, nunca se casó y sirvió como enfermera en la Guerra de Secesión. Una mujer “fuera de su época”, podría llegar a decirse. Y mucho de eso aparece en la trama de su obra donde cuatro hermanas comparten las penas y alegrías del tránsito de la niñez a la adultez. Es innegable que Mujercitas tiene tintes autobiográficos (la autora tenía también tres hermanas) y que Jo, la protagonista, esa muchacha “marimacho”, deslenguada y creativa, es el trasunto narrativo de la propia Alcott.
Así pues, con todas sus desactualizaciones por tiempo y espacio (no estamos en la Nueva Inglaterra del siglo XIX), Mujercitas sigue poseyendo un poso necesario, no solo por la reivindicación de una autora en un mundo, el de las letras, todavía muy masculino, sino porque los temas que saca a la palestra siguen estando perfectamente en boga: el papel de la mujer en la sociedad, el antibelicismo, la educación.
La adaptación que Ana María Boudeguer hace al teatro de la obra de Alcott tiene mucho del almibarado gineceo que nos retrata la autora, pero precisamente resulta un potente contraste para la segunda parte, donde la suerte de las muchachas cambia más todavía y la muerte y la enfermedad entran en sus vidas.
El montaje que nos ofrece la compañía La Bicicleta es una recreación fiel al espíritu y el texto (tras su traslación al lenguaje teatral) de Alcott. La ambientación escenográfica realista y con todo lujo de detalle incluye la recreación de la ostentación de la burguesía de la época en Nueva Inglaterra. Los frecuentes cambios de vestuario de las protagonistas y la recreación de los bailes de la época harán las delicias también de los fans del teatro más tradicional y fastuoso.
Sin embargo, el mayor hallazgo a nuestro juicio del montaje (y sello de algún modo de la compañía La Bicicleta) es el haber creado una fórmula muy personal tras el marbete de “teatro familiar”. El argumento de Mujercitas no es, ni mucho menos, destinado a público a partir de 5 años, como anuncia el montaje de la compañía. En las librerías lo catalogan a partir de 10. Sabemos de sobra que esas etiquetas por edades siempre hay que tomarlas con reservas. Es más fácil decir y de entender “a partir de X años” que “para lectores/espectadores con nivel de experiencia X” que sería, puestos a poner etiquetas, una mucho más certera. Pero lo cierto es que ayer el patio de butacas del Teatro San Pol estaba poblado por seres humanos de las más variadas edades (desde pequeños espectadores rondando los 5 años en adelante hasta sus abuelos, pasando por sus padres y hermanos) y todos parecieron salir satisfechos tras la representación. Probablemente cada uno disfrutó a su manera. Algunos más encandilados por lo externo (vestuario y escenografía), otros por la magia del argumento, otros por las simpáticas interpretaciones del elenco (especialmente naturales y acertadas nos parecen las de Karmele Aramburu, como la adusta tía March, y Mario Jiménez, como el encantador Laurie). Pero quien más y quien menos salió complacido. La fórmula de “teatro familiar” del Teatro San Pol entendemos que se basa crear un espectáculo sin mucha exigencia intelectual, amable y fácilmente digerible. Un teatro de entretenimiento, donde se nos lleva de la mano como espectadores de principio a fin de la representación, sin dejarnos un momento, para que nadie pueda sentirse perdido. A cambio, claro está, poco espacio queda para la imaginación propia de cada espectador; para activar la búsqueda y actualización de vacíos significativos dejados a propósito por los creadores con el fin de hacer trabajar frenéticamente la mente del público en búsqueda; para conseguirla descodificación de un mensaje que, finalmente, se revelará como la interpretación rica, personal e intransferible que cada espectador haga al poner parte de su experiencia vital al servicio de la interpretación de la obra.
Este tipo de teatro tendrá sus partidarios y sus detractores, pero es más que evidente que tiene una función muy reveladora y trascendental: introducir al espectador neófito (niño o adulto) en el mundo del teatro y instruirle en el lenguaje teatral más primigenio e inteligible. Aplaudimos por ello a La compañía La Bicicleta que sabe que su público, a menudo, tiene el primer contacto con el teatro a través de sus obras de campaña escolar y le ha hecho un producto a su medida.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 19 de noviembre de 2022 en Teatro San Pol (Plaza San Pol del Mar, 1)
Dirección y dramaturgia: Ana María Boudeguer
Reparto:
Jo: Marina Damer
Beth: Carla Moro
Meg: Ines
Amy: Mireia Martínez
Mami: Natalia Jara
Tía March: Karmele Aramburu
Laurie: Mario Jiménez
Cuadro artístico
- Diseño iluminación: Nicolás Fischtel
- Diseño escenografía: Chechu García
- Diseño Vestuario: Mario Pera
- Asistente de dirección: Natalia Jara
- Coreografía: Víctor Ramos
- Fotografía: Emilio Tenorio
Cuadro técnico
- Producción: Natasha Fischtel
- Iluminación y sonido: Joaquin
- Confección vestuario: Mario Pera
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