Por Eva Llergo

¿Les suena de algo un tal Lázaro de Tormes? ¿El Guzmán de Alfarache? ¿El Buscón don Pablos? ¿La Pícara Justina? Quizás les retrotraiga a su época de escolares cuando un bienintencionado profesor intentaba convencerles de las bondades de la novela picaresca española del siglo XVI y XVII a fuera de leer fragmentos (o hacernos leer las obras enteras) en esa malcarada lengua que nos empecinamos en hablar en España en los Siglos de Oro. Si se han reconciliado de adultos con los clásicos del canon o fueron de esos estudiantes predispuestos a valorar la literatura por encima de cualquier dificultad, reconocerán ahora el valor de aquellas obras. Las empuja la fuerza de la supervivencia, el humor hasta en los instantes más oscuros, el potencial de fingir estar riéndose de un individuo al mismo tiempo que se critica a toda una sociedad que lo permite.

Visto con distancia (con o sin estudios de filología) el valor de la novela picaresca española es incuestionable;  comprendemos que siga siendo materia de estudio obligatoria en la Educación Secundaria. Pero también comprendemos, y de qué manera, que se te atraganten cuando tienes 15 años y tus intereses circulan por otro tipo de caminos. ¿Cómo conciliar entonces la necesidad de enseñar estos clásicos y el respetable desinterés que suelen despertar en la adolescencia? La respuesta puede ir por aquí: conviértandolo en una experiencia. Y, ¿qué mejor experiencia que el teatro? Una vida delante de nuestros ojos.

Es aquí donde entra en juego la propuesta de MIC Producciones Pícaros, la gran epopeya del hambre. A pesar de nuestro introito, lo más importante de la propuesta es que supera y con mucho las producciones dirigidas a campaña escolar. Y eso es precisamente lo bueno. Una propuesta que no nace para venderse en un instituto sino que trabaja con valores universales y con una propuesta artística de altísima calidad es lo que precisamente se necesita en el ambiente educativo. No olvidemos que, cuando como profesores elegimos un montaje al que llevar a nuestros alumnos, debería primar ante todo la calidad artística del producto y no que trabaja tal o cual contenido o venda esto u otro valor enlatado.  Somos responsables como docentes de despertar en ellos el gusanillo por el teatro y hacerles consumidores de esta forma de arte y cultura que solo les puede traer beneficios. Y eso, es muy difícil de conseguir cuando la obra elegida está construida ad hoc para trabajar contenidos curriculares o valores trasversales.

Pero aterricemos de una vez por todas en Pícaros. El montaje que escribe y dirige Borja Rodríguez, se basa en textos del Lazarillo de Tormes, de Quevedo, de Mateo Alemán Vicente Espinel o de Francisco López de Úbeda, entre otros. Pero tejidos con tanta maestría y delicadeza que quedan ensamblados en el argumento teatral que planeta el dramaturgo de manera completamente orgánica. No pretende Pícaros ser una antología de la novela picaresca española a modo de sucesión de estampas, sino que construye la historia de Pelón un “pajarillo” recién caído del nido que cae en las manos de tres experimentados y hambrientos pícaros. Estos a medio camino entre el engaño y el paternalismo, le enseñan queriendo o sin querer el oficio del pícaro, a fuerza de artificios, palizas y vejaciones. El niño se hace hombre a fuerza de palos y hambre, pero manteniendo al final de su historia un poco más intacta su integridad que el resto de pícaros que nos vienen a la cabeza.

El montaje es ágil, dinámico y el escenario se metamorfosea sin parar ante nuestros ojos para hacer que cambie decenas de veces de localización para acompañar en este viaje, en esta caída moral, a Pelón. Asistimos a luchas, recorremos caminos, entramos en conventos, nos dirimimos como el protagonista entre el bien y el mal, con cierta sensación, no solo de estar entrando de lleno en el universo de la novela picaresca, sino de transitar también de algún modo por el teatro del siglo de Oro y en sus mojigangas y jácaras de hampones.

Los actores contribuyen al ritmo del montaje con unas actuaciones llenas de energía, insuflándoles vida a estos pícaros, a veces completamente animalizados por su hambre, pero terriblemente humanos a pesar de todo.

En resumen, no importa donde veamos Pícaros, la gran epopeya del hambre, si sobre un gran teatro para público general o en el salón de actos de un centro cultural con el patio de butacas lleno de estudiantes de Secundaria. Lo disfrutaremos igual, porque la calidad del montaje va al margen de su la adaptación a un público o propósito concreto. Probablemente ni adultos ni adolescentes serán capaces de cazar al vuelo las múltiples intertextualiades que contiene el texto con las obras picarescas originales, pero eso no es lo importante. Lo esencial es entender cuánto agudiza nuestro ingenio el hambre, en qué nos puede convertir la desgracia, en dirimir si podemos ser juzgados por nuestros actos cuando nuestra situación es desesperada.  Pícaros es una magnífica elección de teatro para adolescentes si lo que buscamos es mucho más que una conexión curricular. Apostemos por crear adeptos al teatro.

 

Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 22 de marzo de 2022 en el Centro Cultural Antonio Machado (C/ San Román del Valle, 8)

Versión y dirección: Borja Rodríguez

Elenco: Belén de Santiago / María Toledo | Víctor Boira / Alberto Gómez-Taboada| Abraham Arenas| Rubén Casteiva

Escenografía: Victoria Paz Álvarez y Brezo García

Vestuario:  Mai Canto

Iluminación: Juan Felipe Tomatierra y Borja Rodríguez 

Música: Miguel Linares y VVAA

Espacio sonoro: David Piedraescrita

Lucha escénica: Pedro Almagro

Coreografía: Fredeswinda Gijón

Voces: Rita Barber

Producción: Isabel Casares 

Duración: 85 minutos

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