
Por Marta Larragueta
El espectáculo inicia con una voz en off que parece presentar lo obvio: una inmensa rueda metálica que está tumbada en medio del escenario y que captura todas miradas. La sala está abarrotada y la expectación por saber qué pasará con aquel círculo mastodóntico se percibe en el ambiente. Muchos pequeños espectadores, pero también bastante público adulto ha acudido a ver la función, probablemente atraídos por la invitación que siempre plantean las acrobacias.
Entra en escena un personaje vestido con un traje granate, con aire elegante, aunque al mismo tiempo con cierto toque alternativo. Lo que llamaríamos hípster, quizás. Se sienta a los mandos de una estación de control llena de aparatos de sonido, instrumentos musicales y objetos capaces de generar diversos ritmos. Se hace la luz y comienza la música. Poco a poco van apareciendo los otros seis personajes que nos acompañarán durante toda la velada. Estos tres hombres y tres mujeres van ataviados monos y petos que permiten intuir la predominancia del movimiento en esta obra: una rueda metálica y actores con indumentaria cómoda es apuesta segura de piruetas impresionantes. Y no defraudan.
La sesión va de menos a más. Comienza con un calentamiento visual compuesto por carreras, saltos, brincos. Todo ello al ritmo de la música que escoge el señor del traje, ¿quizás al ritmo que marca la vida representada por esa rueda que gira incesantemente sin desviación posible? La voz en off aparece alguna vez más y los actores conversan entre ellos. Al público nos llega una reflexión sobre la incapacidad de cambio, la imposibilidad de desequilibrar la rueda, la tremenda dificultad de saltarse la cadencia establecida. Sin embargo, los personajes que están sobre el escenario tratan una y otra vez de desafiar esa estabilidad impuesta: trepan por la rueda, tratan de hacerla caer, tratan de moverla, saltan de un lado a otro intentando desviar el camino marcado.
Como decía, el espectáculo va in crescendo y, en el cuarto final, pequeños y grandes espectadores quedamos con la boca abierta una y otra vez a causa de las acrobacias que estamos presenciando. Vuela el magnesio para asegurar agarres más seguros, pero resulta difícil que no se encoja el corazón al ver saltos y cabriolas que nos deleitan y nos ponen en tensión. Los intérpretes demuestran una destreza formidable y, sobre todo, un gran placer en lo que hacen. Eso es lo que más conquista, verlos disfrutar mientras se arriesgan a caer una y otra vez.
Es complicado cambiar el orden establecido, sin duda la rueda es pesada y se empeña en parece inamovible. Pero parece que hay un resquicio para el juego, para la experimentación, para el intento de caminar fuera de las rutas marcadas. La compañía recibe el aplauso entusiasmado del público al final, en gran parte por su pericia acrobática, pero probablemente también por el susurro de esperanza que queda flotando en el ambiente.
Por Marta Larragueta

Vista el 9 de marzo de 2022 en los Teatros del Canal (Sala Verde) dentro del Festival Teatralia
DATOS TÉCNICOS:
Compañía: Kanbahiota Troup
País: España (Comunidad de Madrid)
Tipo de espectáculo: Circo
Duración: 50 minutos
Autoría y dirección: Irene Poveda
Coreografía: Iris Muñoz
Intérpretes: Ilia Miña, Miguelo Garrido, Diana Páez, Abraham Pavón, Miguel Barreto, Rossina Castelli, Jesús Rojas
Diseño de escenografía y vestuario: Kanbahiota
Dirección, creación musical y diseño de sonido: Jesús Rojas “Lápiz”
Diseño de iluminación: Jorge Rotunno
Diseño gráfico: Berbal Studio
Producción: Producciones Chisgarabís S.L.
Edad recomendada: a partir de 10 años
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