Por Araceli Hernández
Con Kalek, historia de un caballo tuvimos nuestro primer y esperado contacto con el festival de Teatralia en este atípico segundo año de teatro entre pandemias y nos congratuló ver que, pese a las complejas circunstancias, el aforo (dentro de las restricciones pertinentes) estaba bastante completo con un público mayoritariamente conformado por pequeños espectadores. Arrancamos con las instrucciones previas en las que, como ya es habitual, nos indicaron las medidas de seguridad COVID y se instó al pequeño espectador, muy acertadamente, a controlar que los espectadores adultos no se desmadrasen ni se distrajesen mirando el móvil porque la obra iba a comenzar.
El título ya nos advierte, con bastante precisión, de qué vamos a ver. Así, la obra se inicia con los primeros pasos como potrillo acompañando a un pequeño y tímido Kalek en sus felices y despreocupados días trotando por el campo con su abnegada madre, siempre dispuesta a defenderle de los peligros más escalofriantes encarnados en este punto por un obstinado pato, fan entregado de Tchaikovsky, que no está dispuesto a dejar que Kalek irrumpa su acompasado baño. Los días pasan y Kalek no sólo aprende a trotar o a saltar arbustos, sino que se convierte en un intrépido rocín, veloz como el rayo, al que difícilmente consiguen echar el lazo por más que lo intenten todos los cazadores, agricultores y mandamases del lugar.
Pero a la fuerza ahorcan y finalmente Kalek, pese a sus impetuosos esfuerzos, termina por ser atrapado. Despojado de sus conocidos prados en los que galopaba a placer, Kalek comienza entonces a pasar de dueño en dueño ejerciendo los más variopintos y afanosos empleos: penco de tiro de un desdichado granjero, conductor de elegantes calesas en las urbes más boyantes, caballo de carreras, mulo de carga, montura de picador lidiando en las plazas con un imponente toro de lidia… Y, finalmente, acaba con sus trabajados cascos en un circo haciendo cabriolas acompañado de una esbelta bailarina. Son días arduos para el pobre corcel que sólo encuentra un breve solaz por las noches en las que su único amigo, el clown Payasete, le saca a escondidas a cabalgar bajo la luz de la luna. Noches en las que Kalek y Payasete sueñan con saltar ese río de plata que ilumina los senderos y recuperar su libertad.
Y por si no fuera poco, aún quedan nuevas sorpresas desagradables para el pobre Kalek y su amigo circense a los que la trama no da un respiro: estalla la guerra en el país y los dos desdichados personajes se ven empujados a convertirse en caballo y soldado de combate a los que se les asigna una terrible misión. Entonces, cuando parece perdida ya toda esperanza, la sincera y emotiva amistad que les une consigue finalmente liberarles de sus pesares en un abierto final transmitido con una dulzura sumamente enternecedora.
Son tantos y, en consecuencia, breves y rápidos (por una simple cuestión de tiempo), los diferentes incidentes que van aconteciendo a Kalek, y estos están narrados a través de un despliegue técnico tan absolutamente apabullante, con una sucesión que parece inagotable de títeres y objetos animados a cada cual más detallado y espectacular que, en ocasiones, se hace difícil seguir las vicisitudes que acaecen al protagonista pasando la historia a un segundo plano y disfrutando sencillamente de la proeza escénica que se despliega ante nuestros ojos.
Kalek, historia de un caballo, nos parece, ante todo, una obra de contrastes, contrastes que la dotan de un ritmo muy cambiante ya que constantemente nos bombardea con imágenes y sensaciones muy diversas que tocan todo el espectro emocional. La función se sirve de una particular banda sonora que combina alegres y dinámicas piezas de corte ragtime con melancólicas y parsimoniosas sonatas al piano. La historia intercala momentos de una hilarante comicidad física, que nos recuerdan a los tiempos en los que el humor lo protagonizaban personajes con bombín, con instantes descarnados de una potencia visual y dramática desgarradora como, por ejemplo, la muerte de algunos personajes que se aborda sin paliativos de ningún tipo. A nivel técnico, utiliza marionetas de una facción impecable junto con objetos cotidianos, apenas intervenidos, en los que, dando muestras de una profunda sensibilidad y una extensa poética visual, se aprovechan de las texturas, las formas y el color, para recrear los personajes (absolutamente magnífico ese toro de lidia generado a través de un estuche de cuero, una diadema y un pañuelo de un vibrante y cegador rojo intensísimo).
Se nota la larga y premiada trayectoria de una compañía como El Retablo caracterizada por una interpretación impecable, una factura artesanal primorosa y una visión que es capaz de captar la poesía que subyace en los elementos cotidianos y vulgares de nuestro entorno. Es una obra que interpela las emociones del pequeño espectador (desde la risa desenfrenada hasta el sobrecogimiento) hablándole de tú a tú, sin tapujos, pero a través de un lenguaje sutil cargado de gestos profundamente conmovedores. Aunque como decíamos, la sucesión vertiginosa de las peripecias en ocasiones nos desplaza de la trama que acontece a Kalek, sólo por la belleza de la puesta en escena merece indudablemente la pena acercarse al nuevo espectáculo de la compañía y soñar como Kalek, resguardados por la oscuridad del teatro, con la libertad.
Por Araceli Hernández
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 5 de marzo de 2021 en el Centro Cívico el Castillo (Villanueva de la Cañada)
Intérpretes: Daniela Saludes y Pablo Vergne.
Dramaturgia: Pablo Vergne.
Diseño y realización de marionetas: Ricardo Vergne.
Otros elementos escenográficos: Ana Iturrate.
Música: Constanza Lechner.
Asistente: Silvina Mañanes.
Compañía: El Retablo.
Distribución: Proversus.
Dirección: Pablo Vergne.
Edad recomendada: para todos los públicos.
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