Por Lorena Cámara

¿Somos capaces de hablar de la muerte con los niños? Sin tapujos ni eufemismos, sin miedo, y tratarla como lo que es, parte de la vida. ¿Somos capaces de mirarla de frente los adultos para hablar de ella con naturalidad?

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Pienso en cómo me afectó la muerte de mi abuela cuando tan solo tenía ocho años, en cómo me lo contaron y en cómo desearía que hubiese sido. Pienso en lo desgarrador que es para una personita comprender que esa persona especial ya nunca más estará a tu lado, al menos de esa forma. Y en la importancia de llamar a las cosas por su nombre para unir cerebro y corazón y gestionar esta emoción tan potente, en como las palabras se graban a fuego. Hemos perdido toda conexión con la muerte, nuestros antepasados paleolíticos se enfrentaban a ello cada día como parte de la vida cotidiana, cazando. El arte primitivo les obligó a tener conciencia de su propia mortalidad y la de los demás miembros de la tribu, colocó símbolos necesarios en su imaginación para entender y ordenar, y sus trazos en las cuevas fueron intentos deliberados de superar la muerte. ¿Es esta obra herencia de esos trazos?

¿Qué valor tiene la vida si negamos la existencia de nuestro propio final y la vivimos de espaldas? ¿Qué es una muerte digna? Estas preguntas se trataron durante la obra y el posterior coloquio a propósito de la inminente entrada de la ley de la eutanasia.

No te asuste mi nombre

Se abre el telón: unas manos se mueven bajo una tela, música, los focos dirigen nuestra mirada. Detrás, vemos una estructura sencilla de cama por su lado más largo, metálica, antigua. Un muñeco pequeño juguetea por sus aristas con movimientos enérgicos, tiene una risa envolvente, y en su baile, se introduce en un zapato de tacón. Un juego de límites desdibujados entre sueño y realidad dan comienzo a la historia.

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La enfermedad se presenta estática en la esquina inferior izquierda de esa cama, la vida revolotea por el negativo de esta imagen, dos ritmos muy diferentes, dos compases, que se complementan y buscan el diálogo en algunos puntos. La madre de Andresito le habla de su cercanía a la muerte, con el pelo blanco, con serenidad, con la sabiduría de alguien que ya ha vivido y sabe lo que le espera, la espera, pero su hijo no es capaz de asumirlo, quiere salvar a su madre de la muerte. Es entonces cuando se enzarza en un combate nocturno para alejar a su madre de la guadaña. Hay cierta agresividad en el ambiente, psicodelia y fogonazos de luz nos encogen la entraña, y la cama, da un giro brusco: “muerte a la muerte”.

Andresito decide alimentar a su madre y trata de matar un pavo como en tantas ocasiones. Un despliegue de diferentes aves discurren por el escenario, a cada cual más bella, están construidas a partir de retales de diferentes tejidos, lanas, guantes y mantones nos ofrecen texturas muy interesantes a la vista. Entre tanta escabechina de muerte, los pájaros se aman. Estos consiguen sacarnos alguna risa a los pequeños espectadores. El degüello del pavo se muestra bien gráfico, pero Andrés no consigue que muera del todo y se va a buscar otras alternativas.

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¡A pescar! Otro giro de cama y de escenario. Un maravilloso teatro de sombras se nos presenta tras una tela, una carpa ondula su bonito cuerpo, hay colores bellos que contrastan con  el negro sombra. Después, la música se acelera para dar paso a las trompetas y un ejército de ratones que recorren la estructura de la cama y el cuerpo del cazador. Ni al pez ni a los ratones es capaz de matar, el pez saltó de nuevo al agua y los ratones y ratas han ganado el motín por el granero, qué extraño, nunca antes había tenido este problema. Así que vuelve con la cabeza gacha a contar lo ocurrido a su madre: no tienen nada para comer.

Andresito le explica que ha matado a la muerte, ahora entiende, sin muerte estamos perdidos dice ella, todo lo que empieza debe acabar algún día. Ahora sí, un único foco ilumina la despedida de dos manos en su último contacto. Valentía y conciencia.

Muerte, ¿estás viva? Muerte, te necesito.

Dos edades diferentes realizan una danza bañada de luz, de caricias y ternura, un dulce viaje de vuelta a casa para que todo vuelva a funcionar como antes. La aceptación de la muerte para que la vida siga su curso, un baile entre ambas donde se entrelazan los momentos dulces y amargos, la luz y la sombra, la alegría y la tristeza apoyada por la cara angulosa de la madre y la expresividad de la del hijo.

Una pausa. Una carta.

“Me gustaría cambiar las cosas, pero nadie puede”

                                                                               F I N

Por Lorena Cámara

 

DATOS TÉCNICOS

 

Premio FETEN 2005 al mejor texto

Premio Dira de Titelles de Lleida 2006 a la mejor propuesta dramática

Dirección: Mauricio Zabaleta

Texto: Marías José Frías y Nuria Aguado

Manipulación e interpretación: Marías José Frías y Nuria Aguado

Género: Teatro de títeres y actrices

Lugar: Sala de Teatro Cuarta Pared

Domingo  9 febrero 17:30 h

Edad: Público Familiar (+ de 6 años)