Por Eva Llergo

El faro de los colores de Ñas teatro cuenta la historia de Naty, una aguerrida niña que decide embarcarse en una aventura para descubrir si las historietas sobre la Isla del Fin del Mundo y su hermoso faro de los colores que siempre le contó su admirado abuelo son verdad o solo cuentos, como piensan «los mayores. En este periplo, como suele suceder, hará un viaje interno aún más importante con el fin de reconocer sus emociones y aceptar la marcha de su abuelo.


El comienzo de la historia, pues, nos llena de expectativas. Escénicamente nos resulta muy prometedor: un barco de papel enorme en escena (metáfora  viva de tantos sueños infantiles) y dos actores intercalando con sus voces la visión infantil y la de los adultos, sirven para poner contexto intuitivo y sutil de la trama. Y enseguida aparece Naty la marioneta  protagonista, encantadora y achuchable como una muñequita de porcelana, dispuesta a ser fiel a sus impulsos infantiles y seguir la estela de su abuelo.

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A partir de ahí, como decimos, comienza su viaje. Montados en su barco, los espectadores asistimos a una sucesión de sorpresas y  «fuegos artificiales» que aderezan el periplo de la protagonista: una tormenta con sus efectos especiales, vídeo proyecciones, gaviotas que sobrevuelan la cabeza de la protagonista y peces bajo sus pies y la pesca de un buzo que enseguida se convierte en su cómplice y compañero de aventuras. No es fácil tener química en escena con una marioneta pero Manolo Carretero, el actor que encarna a Buzo,  tiene ese punto clown bonachón y entrañable que lo hace conjugable con cualquiera. Reseñable es también la solvencia de Paula Portilla manejando la marioneta protagonista y prestándole su voz.

Otro de los aciertos de la obra es la polivalencia de los objetos que forman la escenografía. Resulta toda una experiencia estética ver cómo el barco de papel acaba convertido en el faro, motivo de aventura. Además la conversión sucede delante de los ojos que los pequeños espectadores, haciendo una alarde de las posibilidades creativas  de los objetos y una invitación a la imaginación.

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Sin embargo, aunque el argumento, insistimos, va de sorpresa en sorpresa y efecto en efecto,  cuando la aventura finalmente se resuelve no tenemos muy claro de dónde ha partido y dónde ha querido ir. Nos deja un regusto agridulce, como si nos hubiéramos perdido algo; como si hubiéramos asistido más a una anécdota regada de efectos especiales y sorpresas más que a una verdadera aventura iniciática con su trasfondo simbólico, que es a lo que parecía encaminada la obra en un principio. La sensación de desconcierto al final se justifica, a nuestro juicio, por un lado, por la aglomeración de intenciones que sostiene el argumento: aparte del viaje iniciático y la vivencia de la propia aventura, queda patente desde el título de la obra la intención mostrar la equivalencia de las emociones y los colores. Nos obstante, el desfile de emociones en el faro con sus correspondientes colores y su correspondencia con los diferentes estados de ánimo de la protagonista durante la obra apenas de perciben y quedan como una lección de inteligencia emocional apresurada y superficial.

Por otro lado, encontramos ciertos vacíos de información no resueltos o resueltos de una manera apresurada (basada sobre todo en la solución final de que todo ha sido un sueño). A nuestro juicio, esto afecta directamente a la coherencia y consistencia del argumentos y de sus los personajes. Por ejemplo, no acabamos de entender el papel del farero en la encarnación onírica (o no) del abuelo de Naty cuando en un primer momento se presenta como el abuelo de Buzo. Y más cuando el propio Buzo, indispensable en la primera parte de la obra, desaparece, y el farero niega su existencia a la protagonista. Entendemos que argumentalmente todos estas indeterminaciones están justificadas por la solución final:  el episodio es en realidad un sueño. Como adultos, sin embargo,  nos parece una solución demasiado fácil, una suerte de «todo vale» y, por lo tanto, no encontramos esa redondez argumental que nos hubiera gustado. Para nuestros pequeños espectadores resultó un elemento demasiado surrealista, difícil de digerir, y que les obligó a numerosas preguntas tras el visionado de la obra para reconstruir lo había pasado y qué se quería contar con ello.

El faro de los colores es, sin duda, una obra bienintencionada, que quiere darle un impulso escénico a la comprensión de las emociones en los más pequeños. Usa un lenguaje dramático vistoso y solvente y está sostenida por dos actores que saben congraciarte con el público. Pero, en nuestra humilde opinión, para ser redonda necesitaría darle más consistencia a la su trama para que el efecto catártico que parece buscar por su planteamiento inicial fuera realmente efectivo en los pequeños espectadores .

Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS

Vista el 28 de septiembre en el Auditoria de Chapinería (Madrid)

FICHA ARTÍSTICA
Guión e idea original: Ñas Teatro
Interpretada por: Paula Portilla y Manolo Carretero
Escenografía: En la Chácena Producciones
Vestuario: Ñas Teatro
Marionetas: Anselmo Siesto
Musicalización: Pato Frank
Técnico de luces y sonido: Pato Frank
Voz del abuelo: Carlos Jiménez
Audiovisuales: Ximena Velásquez
Cartel y diseños gráficos: Nicholls Comunicaciones
Video promocional: Rafa Bernard
Producción y distribución: ÑAS TEATRO

Duración: 50 minutos

A partir de 4 años.