Por Marta Larragueta

Toca ahora la segunda maravilla que he ido a ver en Teatralia 2019: Jon Braun. Esta vez, encima, el día acompañaba ya que el sol y el buen tiempo ofrecían una mañana fabulosa para acercarse a La Casa Encendida. Una vez más, el auditorio estaba repleto de pequeños y jóvenes espectadores y sus familias, algo que siempre es de agradecer, sobre todo cuando la propuesta es de un nivel tan alto.

La obra venía ya con apellido y es que había logrado el Premio al Mejor Espectáculo 2018 en el festival Titeremurcia. Esta vez, en Madrid, tampoco decepcionaron con su puesta en escena. La historia parece una de las antiguas películas de indios y vaqueros, aunque esta vez la valiente es Malintxe, la hermana mayor que es todo energía, decisión y descaro, y el antihéroe es Jon Braun, el hermano pequeño que se ve obligado a emprender su particular viaje iniciático y de crecimiento. Un malvado vaquero, con su acento yanqui y sus botas de cuero, rapta a la joven india, y el temeroso Jon decide ir en su busca para rescatarla. No queda muy claro quién rescata a quién pero al final se reencuentran y el bellaco cowboy recibe su merecido a base de sartenazos.

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Pero el desenlace feliz se hace esperar y, por el camino, la obra va construyendo la tensión y el miedo, con valentía y profunda confianza en su auditorio. La música y los sonidos de algunas escenas dejan muy clara la tristeza y desesperación de Malintxe, retenida y encerrada, y la soledad de Jon Braun, que se ve abandonado a su suerte y empujado a emprender un viaje para el que no parece estar preparado. Los pequeños espectadores se revuelven en sus butacas en algunos momentos y uno incluso rompe a llorar por la incertidumbre. Sin embargo, al final de la obra, todo son caras satisfechas, felices y emocionadas. Porque el teatro, el arte, es emoción. Es emoción para grandes y también para pequeños. Y la emoción, al menos eso creo yo, no es solo sonrisas sino que también se construye con gotas de tensión y una pizca de tristeza si la obra lo requiere.

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Anita Maravillas, la compañía detrás de esta propuesta, nos ofrece a dos intérpretes de lo más multifacéticas: manejan con destreza los títeres para llenarlos de vida y expresión, construyen personajes con un poco de tela de saco y un sombrero, hacen de especialistas de sonidos y efectos especiales empleando un sinfín de recursos (cuencos de agua, planchas de acetato, instrumentos musicales…) y hasta interactúan con los protagonistas y con el público en un momento dado, resquebrajando la cuarta pared en un divertido guiño cómico. En la obra hay luces, sombras, proyecciones animadas… La música, por su parte, acompaña la historia marcando los ritmos y, además, el ingenioso attrezzo multiusos nos transporta a cada una de las localizaciones de la obra. Todo un despliegue de medios que aporta riqueza a la trama y capta la mirada de mayores y pequeños.

Los aplausos del final demostraron el aprecio de los jóvenes espectadores y demostraron, sobre todo, que propuestas valientes que confían en el público y saben jugar con la tensión en su justa medida son muy necesarias en el panorama de teatro infantil.

Por Marta Larragueta

 

FICHA TÉCNICA

GÉNERO: teatro de títeres

EDAD RECOMENDADA: a partir de 4 años

DURACIÓN APROXIMADA: 50 minutos

DIRECCIÓN: Iván Alonso

INTÉRPRETES: Miren Larrea y Valentina Raposo

ESCENOGRAFÍA: Iñaki Ziarrusta

DISEÑO DE VESTUARIO: Anita Maravillas

CREACIÓN MUSICAL: Fran Lasuen

DISEÑO DE ILUMINACIÓN Y DIRECCIÓN TÉCNICA: Ion Chávez

CONSTRUCCIÓN DE TÍTERES: Anita Maravillas

DISEÑO DE SONIDO: Alberto de la Hoz

DISEÑO GRÁFICO: Susanna Martín

PRODUCCIÓN EJECUTIVA: María Goricelaya

PRODUCCIÓN:  Portal 71 y Anita Maravillas