Por Eva Llergo

Ciertamente la literatura infantil, y también el teatro, están cada vez más instrumentalizados. Es decir, parece que muchos autores que piensan en el público infantil no conciben sus obras para generar amor por la literatura, fomentar la imaginación, el espíritu crítico, la creatividad o la empatía a través del conocimiento de otras realidades. A juzgar por muchas de las publicaciones infantiles actuales sus autores parecen escribir pensando en la literatura como un pasaporte en primera clase para el acercamiento (cuando no adoctrinamiento) sobre los más diversos temas: la tolerancia, los mamíferos o la etnia gitana. Muchos autores se defienden de esta crítica alegando que es la sociedad (léanse las familias) quien demanda, quizás por falta de formación literaria o por exceso de apego a la educación emocional, que las obras que ofrecen a sus hijos tengan ese «valor añadido», esa dichosa moralejita que subraya la Utilidad (así con mayúscula) del libro en cuestión. (Olvidan quizás también los papás  -o los mayores en general- que los niños son capaces de captar los valores de una historia incluso aunque  no se les subrayen con triple línea fosforita y con relieve).

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Realmente esto no tendría nada de malo si en ese acercamiento bienintencionado al tema elegido no se perdiera de vista la calidad literaria. Pero, lamentablemente, nos encontramos con que hace falta mucho oficio y mucha sensibilidad para querer presentar un tema (que no crear una historia) y hacerlo, además, con calidad literaria.

Con este panorama en ciernes, comprenderán ahora ustedes mejor mis suspicacias cuando nos sentamos en el patio de butacas del Teatro Valle Inclán para ver Óscar, el niño dormido de la compañía malagueña El espejo negro una obra que se anunciaba como «la historia de un niño en coma». Probablemente, si no hubiera estado programada en Titerescena y llegara avalada por haber ganado el premio FETEN al mejor espectáculo de gran formato en su edición de 2016, nuestros prejuicios le habrían negado cualquier oportunidad.

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Pero la vida está para eso, para recibir lecciones. Porque, efectivamente, Óscar, el niño dormido, tiene ese equilibrio extremadamente complejo de conseguir entre la literatura fuertemente instrumentalizada y la buena literatura la que te hace vibrar empatizando con los personajes y se vuelve universal aunque te hable de un caso concreto. El espectáculo de Ángel Calvente, autor y director de la compañía, es, sin lugar a dudas, una obra concebida para hablar de un tema concreto pero general, el coma, a través de una vivencia concreta y real: la situación de Óscar, un niño auténtico, que quedó en este estado durante 9 meses tras un accidente. Esto que podría haberse convertido fácilmente en una suerte de telefilme teatralizado se transforma por obra y gracia de El espejo negro en una sucesión de estampas llenas de delicadeza y lirismo pero también humor, a través de las cuales contemplamos los lentos avances de nuestro protagonista para salir del coma y las reacciones que esto provoca en su entorno.

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Y sí, hemos puesto «humor» a sabiendas, porque uno de los más grande aciertos de El espejo negro es presentarnos esta historia con cierto distanciamiento, a veces basado en la comicidad, a veces en un cientifismo a la altura de los pequeños espectadores. La obra pretende, por lo tanto, explicarnos de una manera objetiva qué es el estado comatoso pero, al mismo tiempo, nos sumerge en el subconsciente del protagonista siguiéndole a través de sus sueños o ficcionalizando la lucha de sus neuronas contra los malvados hematomas.

Al mismo tiempo, nos vamos encariñando con Óscar, cuando se nos relata el día a día de sus cuidados o las visitas de su familia creando cierta sensación de inmersión como si nosotros, el público, también fuéramos parte del personal del hospital que lo atiende y acompaña en su día a día. Es evidente que otro de los grandes méritos de la historia son los títeres; unos títeres de gran formato y con una gran despliegue de figuras que, sin lugar a dudas, le hacen merecedor del FETEN en la categoría obtenida.

Pero si el descubrimiento de la calidad de los títeres fue una especie de profecía autocumplida, una auténtica sorpresa fue la de los titiriteros. Con frecuencia nos parece que el gremio se crece a través de los muñecos que manipula pero que, en cuanto se ve desprovisto de ellos en los breves momentos en lo que tiene que actuar solo ante el público, se resiente  notablemente su calidad actoral. Como decimos, no fue este el caso. Los tres actores/titiriteros demostraron un vivaz y sorprendente manejo de las marionetas y sus voces pero, al mismo tiempo, un derroche de naturalidad y simpatía cuando debía actuar separados de ellas encarnado a los enfermeros que cuidan a Óscar y que son, al mismo tiempo, nuestro cicerone por la obra y su tema.

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Nuestros pequeños espectadores asistieron a la obra con regocijo, celebrando los números musicales, las cuñas escatológicas o el humor distanciador y transgresor (en ocasiones más allá de los políticamente correcto: ojo al ictus que quiere provocar el Cardenal, jefe de los hematomas). Disfrutando también de la magia del movimiento de un ser inanimado, las marionetas, que hacen pesar, por momento, que lo imposible se hace realidad y, como Pinocho, los títeres pueden cobrar vida ante nuestros ojos. Quizás los más pequeños espectadores se queden solo con lo anecdótico y disfruten de la obra en esa zona de confort que es no acabar de comprender de todo la vida y su reverso oscuro. Sin embargo, para los no tan pequeños espectadores es más que una clase de ciencia o una advertencia sobre las consecuencias de la temeridad (aunque no se explicite que el coma de Óscar sea a causa de una temeridad, seguro que muchas familias «instrumentalizamos» la obra el la charla «post-espectáculo» para llevarla a nuestro terreno). La obra les removió en los más profundo, provocando su empatía, como lo hizo con los adultos que la vimos y que captamos su dimensión trágica más allá de la instrumentalización temática.

Óscar, el niño dormido es una de esas obras que nos reconcilian con la literatura que nace con el objetivo de presentar un tema. Nos recuerda, una vez más, el potencial de las letras para hablar de cualquier realidad, para simplificarnos su complejidad a través de su capacidad simbólica y hacer no solo que la entendamos sino que la vivamos.

Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS: 

AUTOR Ángel Calvente
GUIÓN Y DIRECCIÓN Ángel Calvente
ACTORES MANIPULADORES La Pili, Noé Lifona y José Vera
REGIDOR y AYUDANTE TÉCNICO Laín Calvente
TÉCNICO LUZ y SONIDO Adrián Alcaide
DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN MARIONETAS Y ATREZZO Ángel Calvente
CONFECCIÓN VESTUARIO Carmen Ledesma
CONFECCIÓN TRAJE DE GITANA Elisa Postigo
BAILAORA Olga Magaña
COMPOSICIÓN BANDA SONORA Antonio Meliveo
SELECCIÓN MUSICAL Ángel Calvente
ASESORAMIENTO TÉCNICO Antonio Regalado y Javier García
DISEÑO ILUMINACIÓN Antonio Regalado y Ángel Calvente
EDICIÓN IMÁGENES Y ANIMACIÓN Greyman Estudios S.L.
DISEÑO ESCENOGRAFÍA Ángel Calvente
CONSTRUCCIÓN ESTRUCTURAS Xevi Planas y Exclusivas Fortuna, S.L.
DISEÑO GRÁFICO Carlos Javier Calvente
CUADRO CARTEL Svetlana kalachnik
FOTO CARTEL José Luis Gutiérrez
FOTOS, FILMACIÓN Y EDICIÓN ESPECTÁCULO Salvador Blanco

Duración: 80 minutos

A partir de 7 años

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