Por Eva Llergo
De la localización gallega en la que Emilia Pardo Bazán ambientó su novela Los pazos de Ulloa, en la versión que nos acerca LaJoven, solo queda el eco en su nombre: Ulloa. Pero lo importante subyace: la lucha por el poder, la ambición, la falta de escrúpulos, el egoísmo de la supervivencia superponiéndose como caras de la misma moneda a la fragilidad, la bondad visceral y atolondrada, el deseo de ser amados y la infinita tristeza de no serlo.
No importa para la esencia de la novela que la ambientación ahora sea en un solar que sirve para celebrar raves y que el marqués don Pedro Moscoso se haya trasmutado aquí en el gerifalte de todo el cotarro: un bruto ignorante pero magnético, tal vez por la fuerza que le otorga ser consciente de su tremenda ignorancia al mismo tiempo que del poder de su atractivo. Un poder que ejerce de manera caprichosa, especialmente, con Sabela, la madre de su hijo Perucho y hermana de Primitivo (Tabo), su fiel esbirro y verdadero líder del negocio en la sombra. En este ambiente de decadencia se insertan dos figuras puras, como en la novela: Julián, aquí un ex compañero de instituto de Pedro, al que tiene comprado con la fuerza de la gratitud por haberle liberado de todos los acosadores que le asediaban atraídos por la fuerza de su bondad innata y al que contrata para que le revise unas cuentas que no le cuadran. Y Nucha, su nueva novia, una mujer que le queda demasiado grande: inteligente, bondadosa, pura y llena de luz.
Desde el minuto cero, la tragedia está servida. Los personajes son arrastrados por la fuerza de sus pasiones y el espectador sabe desde el minuto cero que nada ni nadie va a impedir que se desencadene el desastre. Ni las buenas intenciones y la diligencia de Julián; ni la pureza y la bondad de Nucha, ni los intentos de redimirse de Sabela y, sobre todo del propio Pedro. Hay momentos de infinita ternura en la conciencia de ignorancia de Pedro y a ratos damos como verídicas sus ganas de transformarse. Tal vez porque en el propio devenir de su personaje se gasta más energía en mostrar sus intentos de redención que en evidenciar su crueldad. En ella tenemos que confiar a través de lo que otros personajes dicen de él… aunque no acabamos de verla del todo desarrollada con nuestros propios ojos. ¿Es esto un voluntario proceso de inmersión para el público, observar a Pedro más a través de los cándidos ojos de Nucha, o es que el propio montaje siente simpatía por el personaje y exculpa así su comportamiento, a pesar de que él va a ser el único castigado al final?
Y es que sorprende la resolución del espectáculo, donde parece solo enjuiciarse a Pedro, olvidándose de los delitos de otros personajes, como los de Tabo. A nuestros ojos es el verdadero Maquiavelo en la novela de Pardo Bazán y aquí queda muy difuminado precisamente por la manera silente y discreta de presentar al personaje. ¿De dónde nace su traición? ¿Protege a su hermana Sabela? ¿Es una manera de vengarse o su propia ambición lo que le mueve? Se nos dan pocas pistas para entenderlo.
El montaje de LaJoven es, como siempre, un derroche de energía y ritmo contagiosos desde el minuto 1. Es una aclamante llamada a todos los sentidos. Sobre todos a través de guiños constantes al mundo audiovisual al que el público joven al que destinan en primer lugar sus espectáculos está acostumbrado, con la finalidad obvia de ganarles para el teatro partiendo de los mismos recursos que encuentran en sus ocios habituales. Las onmipresentes pantallas de proyecciones de LaJoven se combinan aquí con una estructura que permite jugar dos niveles en el escenario: uno a pie de suelo, salvaje y terrenal y otro donde a menudo los personajes se permiten creer que la luz, la bondad y la pureza son posibles, y en el que conciben una conexión más humana en busca de esa ansiada redención. Al mismo tiempo, la música y el baile como proyección del mundo interior de cada personaje trabajan para esclarecer las pasiones que les mueven (en este caso con una fusión muy acertada de música electrónica y ópera).
El joven espectador que me acompaña afirma que le contó asentarse y comprender el conflicto de la obra (que comienza con un sugerente pero complejo “in media res”, justo antes del comienzo de la rave). Aunque una vez que entró en la trama no perdió ripio y al salir analizó la funcionalidad de cada personaje, destacando que Jessy no cumplía ninguna función concreta ni útil para el argumento (y después de un rato debatiendo tuve que darle la razón de que tal vez no aportaba nada que no hubiera podido ser abordado por otro personaje). Mi joven espectador confirma también que este montaje de LaJoven es “más fuerte” que otros que ha podido visionar (no en vano, la compañía lo ha catalogado para Mayores de 15 años). Aunque la “fuerza”, según él, no recae en la violencia psicológica ejercida sobre la mujer, ni en el consumo de alcohol y drogas de forma descontrolada sino en la proyección de Sabela bailando desnuda aunque pixelada en la gran pantalla… ¿Justificará este comentario las sorprendentes catalogaciones de contenidos de violencia como solo de más 16 años mientras que los sexuales son catalogados para mayores de 18 o será este joven espectador víctima de un mundo en el que es más “fuerte” una mujer desnuda que un acto de violencia contra otro ser humano?
Como siempre ocurre con los montajes de LaJoven, nuestras críticas acaban sembradas de interrogantes. Eso es indudablemente bueno. Son buen teatro, potente agitador de conciencias, punto de partida de emociones pero también de infinidad de controversias.
Y, lo que es más importante, los jóvenes, ese público con el umbral de sorpresa cada vez más alto, se sienten atraídos de manera natural por estos espectáculos. En ellos su inteligencia es respetada y el público joven advierte que se le interpela sin miedo a desvelar tabúes, sin tapujos ni censuras del mundo adulto, con sus luces y sus sombras. Se les invita, a descubrir y a pensar sobre lo descubierto. ¿Y no es esa una de las más necesarias y viejas funciones del arte?
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 04 de abril de 2021 en los Teatros del Canal
Una coproducción con la Comunidad de Madrid
Duración: 1h 30 min
Idioma: Castellano
Recomendada a partir de 15 años
Texto: Irma Correa
Dirección: José Luis Arellano García
Reparto:
Alejandro Chaparro – Tabo
Víctor de la Fuente – Julián
Álvaro Quintana – Pedro
María Romero – Nucha
María Valero – Sabela
Cristina Varona – Jessy
Escenografía y vestuario: Ikerne GIménez
Iluminación: David Picazo
Videoescena: Álvaro Luna
Música y espacio sonoro: Alberto Granados
Fotos: Ilde Sandrín
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