Por Lorena Cámara

Ya al entrar en la Sala Jardiel Poncela del teatro Fernán Gómez se aprecia la delicadeza de un decorado hecho a mano. Un cuadrado metálico enmarca el escenario, contiene piedras en el suelo y una serie de planos verticales que se intercalan hasta lo que parece ser un fondo verde de vegetación. ¿Quizá un loro? Antes de comenzar, la protagonista interactúa con el público buscando complicidad en los ojos de cada pequeña espectadora y espectador en busca de esa proximidad robada. Son un jardín lleno de peques algo alborotados e impacientes.

Suena la música y se hace la magia. Los pies descalzos se acompasan a la melodía y una tela de mar ondea en el suelo. El tejido azul se ofrece al público de la primera fila que se vuelve parte de la obra. La lentitud, la suavidad y precisión de los movimientos provoca silencio y atención en la sala, ya nada queda del inicial alboroto. El textil se recoge formando una bonita espiral. Se detiene el tiempo hasta estirarse.

Sonidos de la naturaleza, agua y pájaros; y el juego del escondite. Aparece un compañero de recreo y la música se vuelve inquietante, escala la estructura metálica que forma el cuadrado. ¿Es un insecto? ¿Otro animal? ¿Es acaso una jaula? La escena se vuelve sugerente para darle rienda suelta a nuestra imaginación. Un diálogo diferente entre la escena y el público, sorpresivo, algo desconcertante quizá. Los movimientos de él son más intensos que los de ella, pero ambos con control. Los tejidos se mueven a su alrededor, el viento le rodea y tras, pequeños gestos, se produce la onda expansiva.

Lo simple. La belleza. Una tela al fondo sobre la que se proyectan sombras que deslumbran las miradas. Unas alas se mueven mientras suena un violín. Un peque se acerca. Las sombras se producen sobre el plano horizontal, después, sobre el vertical. Ella abre un camino en las piedras del suelo para que él lo atraviese, provoca un sonido agradable. Una huella en movimiento, piruetas, juegos, gestos grandes que se repiten, de nuevo interacción, imitación, ritmo.

Cucú baila ella, despliega algo del techo, y da vida a las flores. ¡Plun! Nos sumerge directos en el bosque. Una flor que estornuda provoca risas. Otro elemento que se despliega en horizontal, acompaña el caminar de él. Sincronicidad. Sintonía. Fondo y figura se integran como en un cuadro de bosque de Magritte.

Un punto de luz en la oscuridad. Un foco. La escena se vuelve minuciosa y busca nuestra atención al detalle en el plano del fondo. Un nuevo juego, de matices. Una lupa. Descubrimiento tras descubrimiento. Se acerca a dejar una piedra, caen frutos de los árboles, magia, un tesoro, juegos de manos, luciérnagas. Una luz de carril ilumina la secuencia de elementos ordenados. Nos acompañan sonidos de pájaros reales.

Una delicia de Jardín Secreto cargado de narraciones en constante movimiento, cíclicas. Las caritas atentas de las pequeñas espectadoras sonríen. Aplausos.

Por Lorena Cámara

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 6 de diciembre de 2020 en el ciclo Rompiendo el cascarón del Teatro Fernán Gómez de Madrid

Edad: Público infantil (hasta 4 años)

Compañía: Zig Zag Danza (próximas actuaciones aquí)

Concepto, Coreografía e Interpretación: Estrella García y Miguel Quiroga

Música Original: Miguel Pérez Iñesta y Emmanuelle Bernard

Diseño escenográfico: Miguel Quiroga

Creación y realización plástica: Nelo Polichi

Montaje de sonido: José Ramón Feito

Vestuario: Estrella García / Zig Zag Danza

Comunicación y prensa: Tatiana Zymlova

Imagen y video: Roger March / Palmira Escobar_Leitmotive

Producción ejecutiva: Secundino García

Producción y distribución: Zig Zag Danza S.L.

Coproducción: Centro Internacional Niemeyer

Colabora: Festival Internacional El Mes Petit de Tots

Proyecto residente: Centro de Recursos Escénicos del Principado de Asturias L´Estruch Fabrica de Creacio de las Arts en Viu, Sabadell

Fotografía: Palmira Escobar- Leitmotiv Ideas Visuales

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