Por Gerardo Fernández San Emeterio
Es un título poco frecuente: no inspira mucho o se da por descontado lo que puede dar de sí en cuanto se sabe de qué se trata. ¿Qué podía decir sobre la rebelión de los moriscos en 1567 un sacerdote, capellán de un rey que era nieto del que publicó la pragmática que la encendió, y sobrino nieto, por lo tanto, del general que la aplastó?
Sin embargo, la lectura del texto de Calderón supone una sorpresa, una grandísima sorpresa: el dramaturgo se pone en la piel de los agraviados, más allá de su religión y de su forma de vida, para empatizar con ellos en tanto que seres humanos. Es verdad que en el cierre de la obra, tan agudamente comentado y completado en la versión de Carlos Martínez-Abarca y Verónica Morejón que vimos ayer, Calderón pacta con su tiempo y reconoce, por boca de doña Isabel Tuzaní, el error que ha supuesto rebelarse contra el rey. ¡Pues claro!: tiene que devolver a su público a la realidad y plantearles, con ello, la diferencia (eterna) entre la realidad y el deseo, que nos dejó dicho Cernuda. El salto, recurrente, entre lo que debiera ser y lo que tenemos delante.
Todo esto se mantiene en la inteligentísima versión que pude ver anoche en Nave 73, completado por unas claras y contundentes referencias a la situación actual de “los otros” (migrantes o minorías, da igual), en un inteligentísimo écart (el término, del filósofo francés François Jullien, implica un punto de tensión positiva y creativa entre dos elementos vivos y, por lo tanto, con necesidades y características propias) que viene, desde el pasado, a hablarnos de hoy día y, necesariamente, también del mañana.
Conozco y admiro esta obra desde hace muchos años, lo que me suponía un inconveniente a la hora de mirar de forma crítica, pero abierta, la versión que se nos ofrecía. Llegaba uno a Nave 73, además, mojado y preocupado por las noticias del día. Sin embargo, me bastaron unos segundos para entrar de lleno en la obra, olvidar mi ropa mojada y la angustia por el presente, para conectar, ¡y cómo!, con el dolor y la indignación, profundamente humana, de la actriz que interpretaba a don Juan Malec y con el de su familia y amigos. No iba a ser una excepción, no mucho menos: la compañía funcionaba como un equipo que ponía todo su interés en extraer del texto todo lo posible.
La representación fue, por tanto, un interpretación detallada del texto calderoniano, sin grandes alardes, buscando detalles del texto que lo acercasen, sin desvirtuarlo, a circunstancias actuales. Especialmente visible fue esto en la primera escena entre doña Clara Malec y don Álvaro Tuzaní, en la que la primera (por cierto, quienes acusan al teatro español del XVII de carecer de personajes femeninos de verdadero lucimiento, tal vez debieran darle una vuelta o dos a esta Maleca) tenía, sin romper jamás el prodigioso ritmo del verso, entonaciones y actitudes cercanas a las de una joven actual que habla con su pareja.
Sorprendente fue el trabajo de esta actriz, que pasaba de interpretar a Maleca a don Juan de Austria en un meter y sacar de vestido, y un adoptar una cojera para incorporar al general. Los cambios de personaje fueron constantes en la obra; de hecho, el mismo actor incorporó a don Diego Valor (Abén Humeya) y al gracioso Alcuzcuz, aspecto que contribuía a marcar el carácter humano de la historia: en un momento dado, Alcuzcuz hace ver a Tuzaní que él puede pasar por español, porque ha recibido una educación esmerada, en tanto que él, el pobre, va a ser reconocido de inmediato como morisco.
Dentro de este transmigrar de los personajes por los cuerpos de los actores, resultó muy curioso, y siempre claro, que el personaje de Tuzaní pasara por todos los actores (hombres y mujeres), mostrando una variedad en la interpretación que no se salía, eso sí, de un trabajo de coordinación en el que se veía la experta mano de Martínez-Abarca. También es digna de destacarse la rapidez en las transiciones (especialmente dramática, casi dolorosa, la del quejido de los moriscos vencidos a la risotada de los soldados vencedores) y lo eficaz del vestuario, limitado pero siempre claro.
Revivir textos poco conocidos y hacerlo desde la complicidad con ellos, buceando en cuanto nos puedan transmitir todavía, ponerlos en pie y llamarnos desde ellos a viajar del pasado al futuro con escala en ese momento sucesivo del presente, eso es lo que hicieron anoche con Amar después de la muerte, y yo no puedo estar más feliz.
Por Gerardo Fernández San Emeterio
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 18 de septiembre de 2020 en NAVE 73 (C/Palos de la Frontera, 5)
VERSIÓN Y DRAMATURGIA
Carlos Martínez-Abarca y Verónica Morejón
DIRECCIÓN
Carlos Martínez-Abarca
INTÉRPRETES
Olga Díaz, Irene Maquieira, Verónica Morejón, Julio Prego, José F. Ramos
DISEÑO DE ILUMINACIÓN, ESPACIO ESCÉNICO Y VESTUARIO
Antiel Jiménez
MÚSICA ORIGINAL
Irene Maquieira y José F. Ramos
DISEÑO SONORO Y DIRECCIÓN MUSICAL
Irene Maquieira
CONFECCIÓN DE VESTUARIO
Hilando Sueños
DISEÑO DE CARTEL Y PROGRAMA DE MANO
Chío Romero
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN
Julio Prego
COMUNICACIÓN Y RRSS
Irene Maquieira, Verónica Morejón
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