«Nunca fuimos débiles, fuimos frágiles»
Por Araceli Hernández
#Malditos16 se enmarca dentro de la programación destinada al público juvenil del Teatro Galileo acorde a una iniciativa pedagógica que intenta conectar con este público tan complejo de seducir, programando un conjunto de obras que les interpelen directamente a través de historias que ponen el foco en las preocupaciones, las dudas, los sucesos y las experiencias que podría vivir cualquier joven de hoy día. El éxito de esta iniciativa fue evidente tras echar un rápido vistazo al público de la sala, mayoritariamente juvenil.
Dentro de esta propuesta, es reseñable la audacia del teatro al acometer temas polémicos sin miedo a exponer crudamente los tabús de nuestro tiempo. En el caso de #Malditos16, el suicidio infantil y juvenil, un tema incómodo y desgarrador al que parece evidente (y se denuncia con mucha entereza y fuerza en la obra) que no le estamos dando, como sociedad, la importancia que requiere.
Como punto de partida nos presenta a cuatro jóvenes que intentaron acabar con sus vidas a sus 16 años y se reúnen de nuevo, por petición de Violeta, la doctora que les trató, en el mismo centro de recuperación, para formar parte de un proyecto piloto en el que ayuden a otros adolescentes que hayan pasado por el mismo trauma. El elemento que dispara la tensión es el nuevo profesional médico, Sergio, receloso ante la iniciativa, frío y meticuloso en sus formas, encargado de entrevistarles para validar hasta qué punto será beneficiosa su colaboración.
El planteamiento del intruso que penetra en la dolorosa intimidad del grupo de supervivientes como elemento de ruptura que acabará por desencadenar de nuevo las crisis pasadas, aunque arquetípico y en cierto modo, quizás demasiado previsible, no deja de resultar lógico. Para Sergio importan las evidencias y está dispuesto a llegar hasta donde haga falta en su intromisión, reabriendo heridas muy difíciles de sanar. Es el forastero que se entromete sin pudor en los resquicios más insondables del alma, aquellos que jamás querríamos ver revisitados, y mucho menos aún por un extraño.
Conforme transcurre la trama, vamos accediendo, gracias a la indagación de Sergio, a las historias personales, nuevamente recurrentes y predecibles; pero en cierto modo, emplear estos estereotipos ayuda a dotar de universalidad los dramas que acontecen sobre el escenario y entender que la denuncia de #Malditos16, aunque utilice las palabras de Ali, Dylan, Naima o Rober, bien puede referirse a las desgracias de multitud de jóvenes que sufren diariamente sin ser capaces de encontrar si quiera las palabras con las que poder expresar su dolor o la resolución para enfrentarse a los problemas que los atormentan. En definitiva, esa es la verdadera tragedia: sufrir desde la incomprensión y la soledad.
La historia nos presenta los dos planos temporales: la primera recuperación y el reencuentro. Y este quizás sea el elemento más disonante, ya que los flashbacks del primer contacto se traen a colación a través de salidas y entradas abruptas y repentinas de los personajes, resultando difícil, en ocasiones, resituarnos en el espacio temporal de la trama, y rompiendo la tensión de algunas de las escenas con una ejecución un tanto confusa. No sabemos si la idea era generar la misma sensación de ofuscación de los personajes; de serlo, desde luego se logra a través de este uso caótico del espacio.
La interpretación, especialmente de los jóvenes, parte de una clara vocación de honestidad y acierta al huir de lo melodramático, reivindicando siempre la dignidad de los protagonistas y consiguiendo integrar en los mismos actores el rango de los 16 a los veintitantos con cierta solvencia. Es justo reseñar aquí la preciosa voz de Paula Muñoz, y, aunque resulte acorde a la historia, no podemos dejar de lamentar que los momentos musicales sean tan escasos.
Pese a todo, al final, la obra se ve constreñida en su propia trampa, insistiendo continuamente en el aislamiento de los personajes en su dolor y planteando una unidad únicamente entre las víctimas, terminando por alejar al espectador que asiste como un testigo extraño e indeseado a lo que acontece, formando parte de esos ‘otros’ que «no pueden entender lo que es estar ahí». Aunque valoramos positivamente, como decíamos al inicio, el valor a la hora de abordar temas tan controvertidos sirviendo de altavoz cultural a denuncias tan necesarias, la realización presenta luces y sombras en un intento desigual que, en nuestra humilde opinión, genera más incertidumbres que certezas.
Por Araceli Hernández
FICHA TÉCNICA:
Texto: Nando López
Dramaturgia: Fernando J. López
Dirección: Quino Falero
Reparto: GuIllermo de los Santos, Juan de Vera, Andrea Dueso, Paula Muñoz, David Tortosa y Rocío Vidal
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Juan Ripoll
Vestuario: Rebeca Sanz
Producción: COART+E Producciones
Duración: 1 h
A partir de 13 años
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