Por Eva Llergo
Las aventuras del náufrago Robinson Crusoe que Daniel Dafoe ideó en 1719, y que rápidamente se convirtieron en el primer «best seller» de novela juvenil -sin pretender ni lo de «best seller» ni lo de «juvenil»-, se ha convertido hoy ante nuestro ojos por obra y gracia de Markeliñe en una «metáfora de la vida».
Ciertamente, Crusoe, como el niño que nace, es abandonado a su suerte en una isla desierta (un «mundo» que a veces puede ser despiadado y cruel, pero que las más de las veces tiende a la clemencia y a colocar en nuestro camino piezas de suerte si sabemos verlas). A partir de ahí, Crusoe/niño debe aprender a valerse solo: con sus miedos e torpezas, con su manera de soñar, con su infinita capacidad para el aprendizaje y para la esperanza, con sus contradicciones y mezquindades. Y mientras prueba, ensaya, se equivoca y acierta, la vida (en la isla) va pasando, su barba va haciéndose cada vez más larga y cada vez más blanca. Hasta que un día el mar, tal y como le abandonó a su suerte, vuelve para buscarle.
Una bellísima historia, con toda la fuerza que tienen las historias simples pero universales, pero que tal vez en otras manos, habría resultado obvia o simplista. No es así en el caso que nos ocupa. Ya conocíamos a la compañía vasca Markeliñe porque hace unos años disfrutamos de su veterano espectáculo La vuelta al mundo en 80 cajas. Acudimos, pues, a la sala con cierta sensación de seguridad y confianza, convencidos de que lo que vamos a presenciar no puede defraudarnos. Pero ya se sabe que cuando uno tiene las expectativas tan altas, es fácil que la realidad no encaje con ellas. Sin embargo, hemos abandonado el patio de butacas del Teatro Fernán Gómez más emocionados de lo que entrábamos. ¿Cuál es su secreto? En este caso nos parece justo revelar algunos de los sellos de identidad de los montajes de Markeliñe: la belleza y potencia de su construcción escénica basada en la polivalencia de los objetos y su identidad simbólica que, una vez resuelta por el espectador, transmite tanto información como emoción (mágico el momento de la transformación del guante en pez). Un trabajo actoral magnífico basado sobre todo en lo corporal, con un perfecto equilibrio entre la comedia y la ternura. Su elegante y audaz capacidad de sugerencia en la construcción de la historia que mantienen atentísimos y bullendo en todo momento los cerebros del público (especialmente los de los pequeños espectadores que a ratos ni pestañeaban). Y, como comentábamos al comienzo, su habilidad para trasponer historias del pasado al presente, subrayando todo lo que hay de universal en algunos conflictos y aumentando su potencial con ciertos guiños que los actualizan e inciden críticamente en la realidad que nos ha tocado vivir (genial el momento de Crusoe con su móvil en la isla). En este caso, además, tiene dos añadidos interesantes a esta fórmula magistral: la obra, originalmente concebida como teatro de calle, potencia muchos de sus aspectos más líricos con la posibilidad de jugar con la intensidad de las luces dentro de una sala; por otro lado, tiene la indiscutible potencia y acierto de la música en directo de Roberto Castro.
En resumen, Crusoe es una joya que no deben perderse. Escribimos esta crítica casi al salir de la obra esta mañana para darles tiempo de reacción. Aprovechen que todavía quedan tres pases más aquí en Madrid, dentro del festival Madrionetas que Fernán Gómez ha programado para estas fiestas. No solo disfrutarán de una obra de teatro que sus pequeños espectadores recordarán durante mucho tiempo y que a ustedes les dejará una honda huella, sino que podrán disfrutar también de la espectacular exposición de marionetas (gratuita) que también celebra el arte del títere. Narra la renovación de los títeres españoles desde los años 50 hasta la actualidad con un montón de marionetas reales, muchas de ellas con las que los pequeños espectadores podrán jugar y crear.
Si, finalmente les es imposible asistir a Crusoe, porque naufraguen de camino o una gran ballena blanca les salga al paso, recuerden que Markeliñe vuelve al festival el 28, 29 y 30 de diciembre con su obra La vuelta al mundo en 80 cajas. No dejen pasar la oportunidad.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS
Intérpretes: Fernando Barado, Jon Koldo Vázquez, Itziar Fragua y Roberto Astro.
Música: Roberto Castro.
Escenografía: ATX Teatroa.
Vestuario: Marijo de la Hoz.
Coordinación: Joserra Martínez.
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