Por Eva Llergo
– ¿No te suena? El curioso incidente del perro a medianoche es una novela que el británico Marck Haddon publicó en 2003 y que enseguida cosechó varios premios, entre ellos el de «Mejor primer libro para jóvenes lectores». Sí, mujer, ese libro publicado por la editorial Salamandra con un coche rojo en la portada y la silueta de un perro ensangrentado dibujada bajo las ruedas. Seguro que la has tenido que ver en alguna librería. ¿A que ahora sí sabes del que te hablo? Pues esa novela fue llevada al teatro por obra y gracia de Simon Stephen y estrenada en 2012 en el Royal Theatre de Londres. Ahora ha llegado a Madrid. Se estrena la adaptación del texto por José Luis Collados, dirigido por José Luis Arellano en el Teatro Marquina y…
– Pero, para, para. ¿No has dicho que era una novela? ¿una novela en el teatro?
Comprendo a mi interlocutora ficticia. No es más que mi alter ego. Así que debe querer decir que yo también me guardo ciertas reservas hacia aquello que es ideado por una mente de una manera y, por arte de birlibirloque, acaba transformado en otra cosa por el capricho de otro. Al fin y al cabo el teatro tiene sus códigos y las novelas los suyos; y tantas y tantas buenas obras dramáticas duermen en el cajón de los productores que da rabia pensar que se pone en escena una novela solo porque fue famosa, un best seller, y hay que seguir sacándole partido. La rabia lleva, pues, al escepticismo y a pensamientos irracionales y totalitarios del tipo: «Todas las adaptaciones de novela a teatro van a ser decepcionantes». Pero, admitámoslo, el escepticismo es un sentimiento completamente estéril y, afortunadamente, el ser humano tienen una infinita capacidad para la sorpresa.
Así pues, decidimos arriesgarnos con la versión teatral de El curioso incidente del perro a medianoche. No a ciegas. La verdad es que el tema de la novela, rotundo y escalofriantemente, nos había deslumbrado allá en el 2007 cuando la leímos. Ahora, además, las circunstancias del protagonista, Christopher, han tomado un nuevo significado, lo que había redoblado nuestro interés (y curiosidad) sobre cómo podía traducirse esta historia. Por otro lado, la colaboración del montaje con La Joven Compañía nos hacía confiar en que, como poco, el montaje no nos dejaría indiferentes.
Ese era nuestro conglomerado de expectativas cuando nos sentamos en el patio de butacas. Esta vez podemos decir que no estábamos ni a favor ni en contra. Empate de expectativas, pues. Nervios sí había. Nos acompañaban nuestro pequeños espectadores de 5, 7 y 11 años. El montaje se definía como a partir de 14 años. Sí señor, nos gusta el riesgo.
Hasta aquí lo preliminares. Esperemos que sirvan para contextualizar todo lo que viene a continuación. En lectura adulta el montaje es trepidante: todo se mueve y sucede a velocidad de vértigo y percibimos varios estímulos a la vez: el ruido, la imagen, el movimiento, la palabra, en perfecta sincronía como la haría la mente de Christopher, el protagonista, con su síndrome de asperger o autismo de alta cualificación. Un efecto de inmersión que resulta de un efectismo palpable. Es el ritmo lo que hace que el espectador se sienta atrapado por la historia desde el primer momento, incluso si conoce todo el argumento de antemano. Tal vez, precisamente por eso, porque el directo da por sentado que la mayoría de la gente ha acudido a la obra al reclamo del regusto que le dejó la novela. Probablemente a todos esos espectadores debían tener en mente cuando ideaban el montaje. No lo decimos como crítica sino como halago. Es una tarea delicada y compleja ofrecer un resultado de calidad cuando tienes que superar las expectativas de un público que ya conoce la historia. Entendemos cuan complicado debe ser lidiar con esa presión y no acabar cayendo en tópicos (darle al público lo que está esperando). Y aquí no se caen en tópicos, se lo aseguro.
Por otro lado, el género teatral tiene un elemento muy potente a su favor: la inmediatez, la cercanía. Por mucho que nos hubiéramos imaginado todos los lectores de la novela a Christopher, no hay nada comparable como tenerlo delante. Aunque de este hechizo tiene mucho mérito el actor que lo encarna, Alex Villazán y todo el trabajo de observación e interiorización que ha debido de acometer para poder encarnar a Christopher.
Y otro gran acierto del montaje es la escenografía de Gerardo Vera: tecnológica, funcional, polivalente, simbólica y posmoderna. Como a ese mundo hostil al que Christopher se enfrenta en su odisea.
Pero el potencial del montaje lo observé, sobre todo, a través de los ojos de mis tres pequeños espectadores que permanecieron atónitos los 135 minutos que duró la obra. Tiene mucho mérito conseguir crear esa ilusión de realidad que es el teatro con ellos, que además, no conocían el argumento como yo y probablemente la mayoría de los adultos que abarrotaban la sala. Hechizarles con esa escenografía sin atisbos de realismo, con los objetos plurisignificados y simbólicos, con los espacios y tiempos solapados, con la sensación de extrañeza que provoca un protagonista que es tan «distinto» a lo conocido en su universo, con la extensa duración de la obra, con su intensidad, con las complejidades del mundo adulto, con la palpable evidencia de lo cruel que puede resultar la realidad.
A través de sus ojos se derritieron mis suspicacias (si es que quedaba alguna) a lo largo del espectáculo. Hay mucho trabajo en esta versión de El curioso incidente del perro a medianoche, mucha delicadeza, mucha profesión y mucho respeto por la situación contada, por su tragedia y su grandeza. Los ojos de mis tres pequeños espectadores me hicieron verlo: la versión teatral era propia, necesaria, significativa. Era una historia que tenía que ser contada de nuevo.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS
Teatro Marquina, C/ Prim, 11.
Del 5 de septiembre al 14 de octubre
Edad recomendada: A partir de 14 años
Martes, miércoles, jueves, viernes: 20 horas
Sábado: a las 17 horas y a las 20:15 horas
Domingo: 18 horas
Autor de la adaptación: Simon Stephens
Dirección escénica: José Luis Arellano García
Adaptador del texto: José Luis Collado
Escenografía: Gerardo Vera
¡Geniaaal!