Por Eva Llergo
Conozco a fondo a Antonio Buero Vallejo, autor de La Fundación estrenada en 1974, la obra original que Irma Correa ha adaptado para La Joven Compañía. Por supuesto, había leído este texto en concreto, hace años, y sabía desde el principio lo que Tomás, el protagonista, no sabe y se va desvelando poco a poco dándole sentido al verdadero mensaje de la obra. Ese «efecto de inmersión» tan típico de las obras de Buero, que hace que el espectador vaya descubriendo el conflicto de la obra, su situación misma, al mismo ritmo que un personaje es uno de los grandes logros de este texto y de la obra del dramaturgo en general. Pues bien, para mí el efecto de inmersión estaba roto. Sabía desde el principio qué era exactamente la fundación, conocía la razón del aparente sinsentido en las reacciones de los compañeros de Tomás y, obviamente también,el desenlace. Y, sin embargo, eso no evitó que presenciando En la Fundación pasara toda la obra agarrada al asiento con la misma intensidad y emoción que si estuviera en una montaña rusa.
El responsable, por supuesto, de esta emoción intensa es el propio Buero Vallejo y su gran obra. Por un lado, porque, al margen de tocar temas universales como son los binomios cordura/locura y libertad/opresión, en la obra importa no tanto qué se cuenta sino cómo se cuenta: la potencia de cada réplica, de cada giro argumental, de cada cambio de poder que se da entre los personajes de la obra… Todo ello, una perfecta definición de lo que se considera teatro en estado puro. Pero si Buero como dramaturgo, tiene un mérito incuestionable, justo es que señalemos la parte de gloria que se merece La Joven Compañía con su montaje. Subrayamos especialmente la audacia de ver las posibilidades de este texto con tener con el público adolescente (conviene recordar que la misión confesa de La Joven Compañía es «la incorporación de los públicos jóvenes al teatro»). Y tiene mérito haberlo percibido, porque estamos seguros de que Buero Vallejo no estaba pensado en adolescentes cuando escribió La Fundación en 1974. Sin embargo, después de ver el montaje de La Joven Compañía y escuchar las reacciones de los grupos de adolescentes de entre 14 y 17 años que la contemplaron el pasado miércoles, estamos seguros que la elección del texto no fue ni mucho menos por capricho o azar.
La Joven Compañía se caracteriza por mezclar en su repertorio obras actuales cercanas a los intereses de los adolescentes de hoy en día (PlayOff de Marta Buchaca o La edad de la ira de Nando López) con clásicos escogidos y actualizados (célebre fue su Hey boy, Hey Girl, versión de Jordi Casanovas sobre el Romeo y Julieta de Shakespeare, o sus Fuenteovejuna, La isla del tesoro o El señor de las moscas, entre otras).
Habíamos oído y leído mucho sobre ellos, pero solo con su En la Fundación nos hemos zambullido personalmente en su proyecto. Y da mucha satisfacción comprobar que el eterno debate en las aulas universitarias de si se puede o no seducir a los adolescentes con los clásicos, puede materializarse en un rotundo «sí» como ellos han demostrado con su montaje. Un «sí» con condiciones, claro está. Se percibe una gran reflexión sobre como presentar la obra a los jóvenes de hoy en día; tanto en la adaptación del texto de Buero que hace Irma Correa, como en el propio montaje dirigido por José Luis Arellano García. Una reflexión que busca tender puentes hacia este público adolescente del siglo XXI. Unos puentes que se traslucen también en la potencia y perfecta sincronía del espacio sonoro, el vestuario, la escenografía y las soberbias actuaciones de los jóvenes actores que dan vida a los personajes de Buero. Todo ello para crear una atmósfera onírica, salvaje, violenta, distópica (qué deliciosa ironía, cuando Buero escribió la obra disfrazando su «aquí y ahora» de la represión franquista). Una atmósfera que le viene como anillo al dedo al texto y que impacta al espectador (al adolescente pero también al adulto) hablándole con un lenguaje escénico y verbal tremendamente serio y al mismo tiempo tremendamente iniciático. Decimos «serio», porque los espectadores adolescentes son tomados en serio por el montaje, como seres inteligentes, con un tremendo potencial. Y seguro que fue percibido por ellos desde un primer momento: por la gravedad de lo que se les presenta y cómo se les presenta; pero también por la delicadeza y acierto de cómo transcurrió el coloquio posterior donde toda observación del público, independientemente de su adecuación, fue juzgada como oportuna por la compañía.
No tenemos duda de que la violencia verbal, hasta cierto punto explícita, del texto/montaje fue probablemente uno de los catalizadores en la decisión de apostar por el texto de Buero, y lo consideramos un acierto. Esa violencia es, para los adolescentes, al mismo tiempo un imán (hablar con un lenguaje descarnado típico de la cultura posmoderna) y un purgante (tan humanas son las reacciones de los personajes que sufrimos una catarsis al estilo griego) que les llevó seguro a sufrir un viaje, una transformación personal, durante el espectáculo. Seguro que en sus cabezas resonaron preguntas tan ontológicas como ¿dónde está los límites de la locura/cordura?, ¿podría ser yo un traidor?, ¿es mejor mirar a la realidad directamente a los ojos o de soslayo?
Pero no se equivoquen. En la Fundación es un montaje que hace pensar y sentir, y mucho. Que inicia al joven espectador en un sistema vital adulto, con dilemas morales adultos y de enorme trascendencia. Pero, al mismo tiempo, mantiene ese difícil equilibrio con la diversión que solo tienen las grandes obras maestras. Una diversión trepidante que dejan al espectador sin aliento, que no cede un momento a la tensión, que no deja espacio a la distracción o al aburrimiento. Una diversión que garantiza un pacto con el teatro que muchos jóvenes espectadores habrán iniciado con La Joven Compañía. Qué honor y satisfacción para ellos conseguir este reto.
Nosotros, desde luego, hemos firmado también ese pacto personal de seguirles en sus futuras propuestas, para seguir comprobando que «el más difícil todavía» conseguido en este montaje al aunar la presentación de un autor canónico con el auténtico disfrute es posible. La Joven Compañía nos lo ha demostrado, con la generosidad, además, de desvelar abiertamente los entresijos de su éxito: juzgar a los receptores adolescentes con seriedad y respeto, unas grandes dosis de audacia y sensibilidad para seleccionar las obras más propicias a sus intereses y la sabiduría y creatividad de saber traducirlas a un lenguaje (verbal y escénico) próximo.
Por Eva Llergo
Teatro Conde Duque, calle Conde Duque 11
Hasta el 5 de mayo:
Martes y miércoles 10 y 12.30
Jueves y viernes a las 11
Viernes, sábados y domingo a las 20h.
Elenco
Óscar Albert, Álvaro Caboalles, Víctor de la Fuente, Jota Haya, Pascual Laborda,
Nono Mateos, Juan Carlos Pertusa, Mateo Rubistein y María Valero
Dirección: José Luis Arellano García
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI) / Escenografía y vestuario: Silvia de Marta
Música y espacio sonoro: Luis Delgado, sobre temas de Bach y Telemann
Videoescena: Álvaro Luna (AAI) y Elvira Ruiz Zurita / Movimiento escénico: Andoni Larrabeiti
Caracterización: Sara Álvarez
Dirección del proyecto: David R. Peralto / Dirección de producción: Olga Reguilón
Dirección técnica: David Elcano / Dirección de comunicación: José Luis Collado
Márketing y desarrollo: Pedro Sánchez y Rocío de Felipe / Regiduría: Dani Villar
Ayudantía de producción: Nuria Chacón, Rocío de Felipe, Víctor Hernández y Dani Villar
Ayudantía de escenografía y vestuario: Álvaro Millán e Irene Monje
Ayudantía de comunicación: Samuel García (CM) y Pedro Sánchez
Ayudantía técnica: Iván Belizón
Realización escenografía: Juan Carlos Rodríguez y MAY servicios / Sastrería: Conchi Marro
Ambientación escenografía: Lydia Garvín y Marco Prieto (Espacio PROA)
Colaboración musical: Ana Cristina Marco y A5 Vocal Ensemble
Fotografías de ensayo: @SamuelGarAr / Fotografías de escena: David Ruano
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