Sara Barquilla Guerrero

Un chico, Eitan, y una chica, Wahida, inician una historia de amor a partir de unas románticas casualidades; sin embargo, su relación tiene demasiadas amenazas: la familia de él, ciertas convenciones sociales e incluso un suceso trágico se interponen en su amor apasionado y sin límites. Planteado así, el esqueleto argumental de Todos pájaros nos recuerda enormemente el rollito shakespeareano de Romeo y Julieta. Wajdi Mouawad actualiza la tragedia: ella es árabe y él es judío. Su relación está abocada al fracaso; que conste que no lo digo yo. Los dos protagonistas dibujan trayectorias inversas: Eitan, cuanto más se acerca a Wahida, más debe alejarse de su familia y romper con los clichés culturales y religiosos impuestos. La única forma de salvar su relación es cortando el cordón umbilical para encontrarse a sí mismo y cumplir sus deseos. Sin embargo, Wahida recorre el camino contrario: esta relación la empuja a acercarse a sus orígenes, a una cultura que había anulado y rechazado; así que su reconstrucción como árabe la aleja de Eitan, que es judío. No mueren estos modernos Romeo y Julieta, pero sí su relación.

El drama escrito por Mouawad va más allá de la relación imposible y plantea otros estereotipos tradicionales. Uno de ellos es el enfrentamiento del hijo con el padre, hombre hecho a sí mismo que resulta no ser aquello que defiende a ultranza, sino su peor enemigo. El descubrimiento de ese secreto tan bien guardado por sus padres (abuelos de Eitan) le hace sucumbir: no es capaz de asumir esa nueva realidad y cae fulminado. Es difícil de explicar sin hacer espóiler, pero la caída de este personaje es muy simbólica y lleva a pensar en el significado que esconde: ¿por qué no se puede reconstruir en ese nuevo yo? ¿Por qué plantear esa imposibilidad tan definitiva? El dramaturgo sigue rizando el rizo, porque esta negativa del padre ante la relación amorosa de su hijo choca con su propia historia, judío que se casó con una alemana y generó también un revulsivo familiar. Y seguimos con el tirabuzón, pues a la madre también le habían ocultado un detallito “sin importancia”: es judía. En definitiva, se cuestionan las identidades y las derivaciones que se suceden a partir de las mismas. Por ejemplo, el padre de Eitan se siente muy orgulloso de esa tradición que ha heredado su hijo, mientras este argumenta que esa transmisión no está en ningún cromosoma y, por tanto, carece de tal valor determinante.

La puesta en escena de Mario Gas es muy potente y utiliza todas las posibilidades a su alcance para mostrar los contrarios irreconciliables y el conflicto descarnado. Por eso se opta por el minimalismo: no hay elementos en escena que puedan distraer al espectador, que solo debe concentrarse en el intercambio dialógico de los personajes. De esta forma el escenario se convierte en un comedor colocando una mesa alargada y unas sillas; en un hospital, con el enfermo sobre una cama; en una sala de interrogatorios, con una silla solitaria. En el centro se eleva una plataforma inclinada que señala el desequilibrio constante: es incómodo lo que se representa y eso se percibe “a simple vista”. En esta desnudez escénica juega un papel fundamental la luz que representa el claroscuro de los contrastes ideológicos: el escenario se oscurece para resaltar el foco de luz sobre un personaje, cuyas ideas y emociones chocan contra la oscuridad circundante. Por último, el fondo es una gran proyección rectangular que juega un papel narrativo, señalando los lugares y las fechas donde sucede la trama; también es la televisión donde el periodista informa sobre la actualidad; pero sobre todo acompaña a los pasajes más reflexivos y simbólicos, con la proyección de cielos llenos de nubes y pájaros que sobrevuelan la escena, obligando al espectador a ir más allá del conflicto escénico. También le dan un toque de belleza que contrasta con los parlamentos de odio e intolerancia de algunos personajes.

Valoro la puesta en escena, la creación de un texto dramático con personajes enfrentados a extremos absolutos, la dificultad de acercarse a este tema y realizar un montaje que remueva al espectador y le haga reflexionar sobre Palestina e Israel. Sin embargo, creo que el texto de Wajdi Mouawad ni logra remover ni emociona como debería. Eso sí, me ha resultado incómodo en varios momentos por las palabras pronunciadas o por el enfoque elegido, y considero que no procede llevar a escena una obra de este calibre con el genocidio que se está llevando a cabo en Palestina. Me parece insultante mostrar una amplia variedad de opiniones del pueblo judío (el extremismo del padre, la postura conciliadora del abuelo, la frivolidad ácida de la madre o el desapego del hijo), si los palestinos solo aparecen para perpetrar un atentado que lleva al protagonista a debatirse entre la vida y la muerte. Me parece confuso dibujar el enamoramiento de una militar judía hacia Wahida cuando momentos antes la interrogaba descarnadamente, obligándola a desnudarse y humillándola. ¿Puede haber romanticismo en una vulneración de derechos? Y para terminar, no procede declarar, en el monólogo final del protagonista, que no va a poder ser feliz (él, judío) mientras haya dos pueblos que se están despedazando mutuamente. ¿De verdad se quiere señalar que se trata de un conflicto equitativo? ¿De verdad se está poniendo al mismo nivel una relación amorosa y un genocidio que, por cierto, no es nombrado en ningún momento.

 

Por estas cuestiones no recomendaría esta obra al pequeño espectador, puesto que se llevaría una imagen absolutamente descontextualizada de la actualidad y porque la falta de otros referentes le llevaría a la confusión, a no saber qué pensar de lo que está ocurriendo en escena. ¿De qué le sirve escuchar las peroratas del supremacismo judío si el desenlace le da la razón, que esa relación no es posible? Las opiniones vertidas por el padre son salvajes, extremadamente duras, pero es insuficiente escucharlas si no reciben una respuesta curativa o esperanzadora. Como espectadora, no me deja la conciencia tranquila ver una obra de este tipo, porque Romeo y Julieta están trasnochados cuando muchas personas no saben si van a despertarse al lado de sus seres queridos cada mañana.

Sara Barquilla Guerrero

 

FICHA TÉCNICA Y ARTÍSTICA

Vista el jueves 26 de diciembre de 2025 en los Teatros del Canal (Madrid).

Texto: Wajdi Mouawad
Traducción: Coto Adánez
Dirección: Mario Gas

Reparto
Eitan – Aleix Peña Miralles
Wahida – Candela Serrat
Leah – Vicky Peña
Etgar – Manuel de Blas
David – Pere Ponce
Norah – Anabel Moreno
Eden – Lucía Barrado
Wazzan/Rabino – Juan Calot
Enfermera – Núria García
Médico/Camarero – Pietro Olivera

Escenografía: Sebastià Brosa
Ayudante de escenografía: Igone Teso
Vestuario: Antonio Belart
Ayudante de vestuario: Eva Mendoza
Iluminación: Carla Belvis
Música original y audioescena: Orestes Gas
Videoescena: Álvaro Luna
Colaboradora videoescena: Elvira Ruiz
Ayudante de dirección: Montse Tixé

 

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