Por Sara Barquilla Guerrero
Tener una actitud positiva es un bonus de éxito para todo aquello que nos planteemos. Puede que lo logremos o no, pero el mero hecho de intentarlo y dar lo mejor aporta un grado de satisfacción insuperable. Solo por eso, merece la pena el optimismo. También porque aporta buen humor y la sonrisa es una de las mejores medicinas conocidas. Sonriamos, disfrutemos y no nos dejemos caer en la frustración, el enfado y la impotencia. Así nos lo enseña el protagonista de L’Actitud, que debe enfrentarse a una serie de catastróficas desdichas que encadenadas se transforman en un show lleno de humor y fantasía.
Rememorando los gigantes del humor como Buster Keaton o Harold Lloyd, que ensalzan la torpeza o el error rocambolesco, JAM nos traslada a un mundo azul donde todo es susceptible de romperse, provocar caídas o golpear a nuestro protagonista. Este, con toda su buena intención, llega puntual a su cita laboral y se dispone a preparar el negocio para que esté todo a punto cuando llegue la clientela… Nada más lejos de la realidad. A cada paso que da, el food truck se descompone literalmente en trozos y más difícil es poner a punto la crepería donde sillas, mesas, barras y demás parecen haberse desencolado de repente, para agobio creciente del protagonista.
La preparación de la crepería tampoco tiene desperdicio. La apertura se hace con mimo y todos los detalles tienen un protocolo humorísticamente complicado. Algo tan básico como abrir la puerta se convierte en un escape room al modo de muñecas rusas donde las cerraduras se multiplican infinitamente. Nuestro regente no pierde la esperanza y cumple con rigor todos los pasos necesarios. Ciertamente, no siempre escoge el camino más fácil o su despiste le lleva a tropezar con la misma piedra una y otra vez. Pero el objetivo está claro: abrir el negocio. Cueste lo que cueste aunque, por lo que vemos, todo se complica tanto que el tesón y la constancia son también ejemplos de actitud positiva.
Toca decirlo por fin: se trata de un espectáculo de clown. Lo más asombroso de este tipo de obras es el silencio que se genera en los primeros minutos. El público sigue con atención al protagonista, único en escena, cuyos movimientos dan información de lo que está ocurriendo tanto como los gestos elocuentes que describen sus emociones. El silencio solo se ve interrumpido por los gruñidos desesperanzados así como por los gritos ilusionados. Los espectadores van metiéndose poco a poco en la historia y comprendiendo el lenguaje que utiliza este payaso que suma más derrotas que aciertos. Se van incorporando monosílabos básicos, sí y no, que sirven para comunicarse con el público infantil que rápidamente establece un diálogo con el personaje; le anima a seguir o a parar y, sobre todo, le informa de aquellos elementos de los que no se entera, como puede ser un incendio.
El escenario es un carro ambulante azul con todos los accesorios azules así como el uniforme del trabajador. Hay que decirlo: esta Crêperie es muy cuqui. Es una pena que se rompa de esa manera, que se queme, que se moje… Este motivo hace sufrir al público: la posibilidad de que se destroce un espacio tan bonito y apetecible. La belleza de todos esos elementos azules se pone en escena en el momento de la preparación; el protocolo de apertura significa colocar con primor y establecer un diálogo con los objetos. Aquí tiene un papel fundamental el técnico de sonido, que incorpora los ruidos en el momento preciso para que nuestro protagonista juegue con los objetos y nos haga fantasear, como es la escena del paraguas que es, entre otros, guitarra eléctrica, remo, espada pero también paraguas que lucha frente a una tormenta espantosa. Parte de esa fantasía es la pizarra que, en lugar de contener el menú, sirve para dibujar todo aquello que no aparece cuando más se necesita. No pasa nada, se pinta y se atrae: pensamiento mágico.
El clown no está solo, tiene un público en torno que le observa atentamente y él lo utiliza cuando considera. Pide palmas para automotivarse, se apropia de la bebida o comida de los asistentes y, cómo no, se enamora de una espectadora que recibe todas las atenciones musicales, especialmente el karaoke de I will always love you, de Whitney Houston, que se repite recurrentemente en todos los rincones del carromato generando la hilaridad en el público. Un guardaespaldas es lo que necesita él para arreglar todo este desaguisado.
Todo el público disfruta con el espectáculo porque el humor es universal e intergeneracional pero el pequeño espectador más aún porque vive la trama en su propia piel: sufre con el protagonista cuando se hace daño, se ríe de sus caídas, se regocija con sus errores repetidos, teme que se queme el negocio y se desgañita para ayudar al torpe camarero y salvarle del aprieto. El pequeño espectador vive el espectáculo en primera persona y demuestra poseer la mejor actitud del público: darse en cuerpo y alma.
Por Sara Barquilla Guerrero
DATOS TÉCNICOS:
Vista el viernes 2 de agosto de 2024 en el Palacio de la Sagra de Chapinería (Madrid).
CREADOR E INTÉRPRETE:
Jaume Jové, JAM
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