Por Eva Llergo

Todos hemos contado alguna vez mentiras. De hecho, hay mentiras de todos los colores. Incluso hay unas que tienen color blanco y tacto suave. ¿Lo adivinan? Sí, las piadosas. Pero de todas las mentiras, las peores son aquellas que nos contamos a nosotros mismos porque queremos creerlas rabiosamente con tal de no mirar la realidad. Eso es lo que le pasa a Pino, el niño/marioneta protagonistas de esta preciosa historia que nos cuenta Cal Teatro: Mentira cochina.

Pino va a un cole nuevo y sabe que el primer día, al presentarse, tendrá que contar dónde y con quién vive. Su realidad, según el mismo nos cuenta, no es nada “guay”; se dan solo unas pinceladas, sin subrayar el dramatismo, pero el espectador adulto recoge que esconde pobreza, abandono, alienación y enfermedad. Para salir del paso, Pino echa mano de dos creativos fundadores de la empresa “Mentira cochina” que, por un módico precio, te inventan una escusa si no has hecho los deberes o has roto de un balonazo la ventana de tu vecino. En “Mentira cochina” crean para ti una mentira tan grande como una casa. El problema es que la realidad de Pino es tan triste y la mentira que le inventan tan buena que tras contarla se apropia de él y se convierte en la única realidad que quiere creer. Porque, ¿quién no prefiere tener una madre que haga esquí acuático en vez de una a la que le duela constantemente el nervio ciático?   

Los integrantes de Cal Teatre nos cuentan de una forma magistral esta historia que rebosa imaginación, humor, poesía y ternura. Todo fluye de una forma mágica; desde el propio movimiento coreográfico de los dos actores, cargado de significado y comicidad, hasta la delicada y hermosísima presencia de las marionetas que dan vida a Pino y a su familia, pasando por la escenografía y el atrezo que transita de las formas funcionales de un estudio de arquitectura (de mentiras) hasta materializarse en esa gran mentira grande como una casa. Está sabiamente jugada también la omnipresencia del color blanco (los trajes, las gafas, las líneas de la mesa, el papel, las marionetas) porque el blanco es el color que mejor se impregna de otros colores, el color que mejor se camufla para transformarse en otras cosas, como hacen las mentiras.

Todo el montaje es un regalo para la vista. La iluminación se ha ideado con una gama de matices que aporta seriedad, tragedia o humor según lo solicita la trama en cada momento y que acompaña perfectamente los cambios de la obra que pasan del mundo humano de los “diseñadores de mentiras” hasta el de las marionetas; muchas veces a penas sin transición, pero de forma perfectamente legible para cualquier espectador independientemente de su edad. En este sentido, también las sombras juegan el reverso de la luz y aparecen de forma constante y de manera significativa. Por su parte, el espacio sonoro aporta un delicado acompañamiento para nutrir de fuerza los momentos más intensos o de comicidad cuando el argumento lo requiere.

Nuestra pequeña espectadora iba un poco a la fuerza al teatro ayer y, sin embargo, quedó cautivada por la historia desde el primer momento.  Por la belleza de las imágenes, por la humanidad de las marionetas (como ella misma nos señala) y por la poesía y la verdad del tema que, aún estando tan presente en nuestras vidas, no suele ser materia de ficción.

Mentira cochina es una de esas pequeñas joyas llenas de poesía, belleza y verdad que no hay que dejar pasar porque, como le ocurrió a nuestra pequeña espectadora, te reconduce cualquier tarde torcida y convierte un ceño fruncido en unos ojos bien abiertos y una gran sonrisa.

Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 27 de abril de 2024 en el Auditorio Municipal de Chapinería

Texto y dirección

Dora Cantero

Intérpretes

Jordi Font y Carlos Gallardo

Espacio Escénico y Títeres

Carlos Gallardo

Iluminación

Mario Andrés

Música

Joan Bramón

Vestuario

Paulette San Martín

Material audiovisual 

Nina Solà

Duración: 50 minutos

A partir de 7 años

 

 

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