Por Sara Barquilla Guerrero

El pequeño espectador acude a la primera función de un ciclo de zarzuelas organizado por el Teatro Amaya, que trata de recuperar este género tan representativo del Madrid del siglo XIX. Precisamente se cumplen 125 años del estreno de la emblemática obra que abre esta serie: Agua, azucarillos y aguardiente, con música de Federico Chueca y libreto de Miguel Ramos Carrión. La pregunta que nos hacíamos antes de la representación es cómo ha envejecido el género chico, cómo se adapta al momento actual y si el pequeño espectador puede disfrutar de un espectáculo de este calibre.

Ya solo el título nos remite a otra época en la que nos encontraríamos a las aguadoras, algunas con puesto fijo y otras ambulantes, a las que acudían los paseantes que recorrían el Paseo del Prado o Recoletos. En esos paseos también podríamos encontrarnos a los barquilleros, vendedores de las chuches que hacían las delicias hace más de un siglo. Esta es una de las fortalezas de este género dramático que combina la representación hablada y la cantada: el reflejo de la sociedad madrileña decimonónica, con sus clases populares sufriendo por las dificultades para cumplir con sus pagos, y las clases adineradas, representadas en esta zarzuela en el usurero propietario de varios inmuebles y prestamista de sus propios inquilinos. Pero atención, aunque el “rico” de la historia sea cojo y se hagan burlas de este detalle físico, no hay crítica social en la zarzuela; es puro costumbrismo, reflejo de una situación social en la que el público puede verse reflejado y así empatizar más con los personajes. No obstante, es interesante ver que ciertos problemas actuales también acuciaban a los madrileños del aquel entonces, como el peligro de un desahucio o las dificultades para llegar a fin de mes.

La doble trama es bastante sencilla y se desarrolla en Madrid que, aun siendo una capital, permite el encuentro de los personajes en los lugares más animados de la ciudad. Por un lado, una madre y su hija apuran sus posibilidades económicas antes de tener que regresar al pueblo; tratan de aparentar una posición que no tienen y están dispuestas a cualquier cosa por asentarse en la sociedad madrileña. Por otro lado, dos parejas enfrentadas por antiguas disputas y malquereres se ven abocadas a arreglar sus diferencias. Este hilo argumental es atemporal y lo podríamos encontrar un siglo antes o dos después. Pero el género chico aporta el costumbrismo que permite situar la trama en un momento concreto de la historia a través del vestuario, la expresión verbal y la forma de relacionarse los personajes.

La zarzuela podría tener cierto interés para el pequeño espectador, sobre todo como documento histórico, siendo una forma sencilla de acercarse a la vida de Madrid de hace 150 años, con la alusión a sus calles y barrios o con la contemplación de los vestidos de las chulapas o la forma de hablar tan chulesca. La combinación de música y teatro lo hace muy atractivo, con la presencia en directo de un quinteto de cuerda y viento. Además, es un espectáculo de entretenimiento que busca la diversión del público a partir de los juegos de palabras, los traspiés verbales y físicos y la propia caricatura de los personajes. Sin embargo, sería necesario establecer alguna conexión con el momento actual para que el joven espectador, que es el que más partido puede sacar a la historicidad de la representación, se sienta atraído por la misma. Es necesario añadir que algunos comentarios o actitudes de ciertos personajes son tan evidentemente machistas que se estrellan en el siglo XXI.

Al finalizar la función, un portavoz de la compañía L’Operamore expresó su entusiasmo ante el lleno total de la sala, pues son una empresa familiar con varias décadas de trayectoria apostando por un género en decadencia. Esta afirmación quedaría desmentida por la abundancia de público, pero la ausencia de público joven es un índice sobre la necesidad de modernizar de alguna manera la zarzuela, conectándola con el mundo actual para que el pequeño espectador no la perciba tan ajena y, sobre todo, tan alejada.

Por Sara Barquilla Guerrero

 

 

Vista el 3 de agosto en el Teatro Amaya de Madrid.

Reparto

Pepa: Belén López.

Lorenzo: Marco Moncloa.

Asia: Raquel Albarrán.

Serafín: Ángel Castilla.

Manuela: Carmen Aparicio.

Doña Simona: Amelia Font.

Vicente: Francisco J. Sánchez.

Aquilino Antonio Queimadelos.

Guardia 1º/ Gachó del arpa: Jesús Ortega.

Ficha técnica

Dirección artística y escénica: Marco Moncloa.

Dirección musical y arreglos: Montserrat Font Marco.

Coreografía: Silvia Fuentes.

Diseño visual: Isabel García.

Orquesta Dolores Marco.

Música: Federico Chueca.

Libreto: Miguel Ramos Carrión.

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