Por María Soledad López

VACÍO, como el corazón de una madre, como el sistema que hiere de muerte a adolescentes sensibles.

El espectáculo que fui a ver en mayo de 2023, dentro del Ciclo Titerescena, es Vacío de la compañía La Rous, creado e interpretado por la actriz Rosa Díaz que lo codirige junto a Joan Font. La Rous es una compañía teatral con sede en Granada que se dedica al teatro familiar y los títeres desde 1984. En esta ocasión, al estar inscrito en el Ciclo Titerescena llevado a acabo en el Centro Dramático Nacional (Teatro valle – Inclán), en sesión matinal, se dio por hecho que estaba dirigida a un público familiar pero los niños que asistieron al espectáculo no lo pasaron bien porque era demasiado intenso y duro para ellos. Está más bien pensado para un público adolescente y adulto, que va a enfrentarse con dureza a uno de los temas más preocupantes en la sociedad actual al hablar de la adolescencia: la tentativa de suicidio, y por eso no lo recominedo para menores de 16 años, quizá, pero nada se nos advirtió a las incautas familias que llevamos allí a nuestros pequeños la mañana del domingo.

No quiere decir esto que el montaje no me haya gustado. Me ha gustado, y mucho. Rosa Díaz ha creado, con ayuda de su hija, para y por su hija, la historia de sus primeros 18 años de maternidad, desde el momento del parto hasta que Arcoiris, la niña protagonista, cumple 18, sana de su profunda depresión y decide volar fuera de casa. Ahí está el origen del título. La maternidad es un camino de acompañamiento donde entregas todo por amor y recibes esa sensación de vacío desde que le bebé que habitó 9 meses en tu interior deja tu cuerpo. Después la madre disfruta de su niña, de su educación y sus juegos pero hay conflictos que van acrecentando ese vacío, conflictos que la actriz vivió realmente (llevar a su niña de gira por toda España, criarla sola, explicarle el divorcio, la ausencia del padre, genera momentos de conflicto entre ambas, conflicto interpersonal entre una madre de carne y hueso y una niña de lana, un títere (tres muñecas: bebé, niña y adolescente) de una belleza extraordinaria e hiperrealista. Pero el conflicto entre actriz y títere, que pone voz y da vida a ambas con ayuda de otro actor, se nos antoja a los espectadores a ratos conflicto interno porque realmente la madre está sola en escena y está intentando explicarse su propio vacío, sus dudas de si fracasa como madre y educadora en cada conflicto con la niña, sobre todo cuando llega el silencio y la incomunicación de adolescencia, o cuando las muñecas de la niña se abren y se desangra en hilos de lana roja.

La puesta en escena es de un hiperrealismo preciosista, más que títeres es teatro de objetos. Cada juguete, cuento o detalle de la casa o del hospital están recreados con mimo y belleza y muy ayudados por la iluminación, cálida, envolvente pero también centrada en los objetos. Nada más salir la actriz a escena nos llama la atención la luz que porta en su vientre, se abrirá la bata y aparecerá un útero transparente de cristal, y dentro un bebé de lana envuelto en algodones que Rosa mueve desde los laterales y que tiene su propia iluminación. Así ocurre con otros detalles como el trenecito de los juguetes, los zapatitos y el vestido del bebé o los miles de osos de peluche que casi la sepultan, con los que la autora se permite un gag cómico, porque también hay momentos para la risa y la ternura en esta obrita deliciosa.

Como efecto técnico, cabe destacar que se usan grabaciones con la voz de la hija en la adolescencia o el momento en que Rosa reflexiona sobre el paso de los años envuelta en una túnica blanca que abre y se transforma en una pantalla donde proyectar fotos de su pequeña, desde su nacimiento hasta que llega la adolescencia y no hay más fotos: comienza el vacío. La música también contribuye a crear ese espacio sonoro envolvente, y escuchamos el ritmo atronador que aísla a Arcoiris detrás de sus cascos de quinceañera. La escenografía es sencilla pero efectista. Hay dos paneles, uno negro y otro rojo acristalado, que sirven paraa crear los dos espacios fundamentales: la casa y el hospital y al cuidar cada detalle podemos ver con realismo la habitación de la pequeña, su carrito de bebé que ha sido trasformado en coche con el que la madre corre sola, conduciendo al hospital, su bañera y después, su cama, su cuarto de juegos, su colegio, todo creado con los mismos paneles móviles, para más tarde bajar un nivel, dejar a la niña adoelscente a ras de suelo, como se siente emocionalmente, en un cuarto cada vez más oscuro y poblado de pantalles (ordenador, tablet, móvil). Y ahí empieza el camino que la sepulta entre enormes bolsas de basura que la madre y su ayudante van llenando de aire (de vacío) ante nuestros ojos. Debajo queda la muñeca y cuando la sacan, está inerme y la sangre brota de sus delicados brazos de lana.

Pero, finalmente, la historia termina bien, con tarta de cumpleaños y velitas con el número 18, la edad adulta, el fin de los problemas, el principio de su propio viaje. Despedimos a Arcoiris entre lágrimas y su madre recibe una profunda ovación.

Por María Soledad López

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 20 de mayo de 2023 en el Teatro Valle Inclán (Ciclo Titerescena)

Texto

Rosa Díaz

 

Dirección

Rosa Díaz y Joan Font

 

Reparto

Rosa Díaz

 

Fotografía

Gerardo Sanz

 

Producción

La Rous

 

Duración

70 minutos

 

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