Por Eva Llergo
“Así desapareció un ser humano que nunca tuvo quién le amparara, a quien nadie había querido y que jamás interesó a nadie”. “El abrigo” de Nikolái Gógol.
L’Anorak, de la compañía catalana Íntims Produccions, traslada al lenguaje teatral el relato “El abrigo” que Nikolái Gógol escribió en 1842. Es ni más ni menos la historia de un anodino oficinista, Akaki Akákievich Bashmachkin, con una vida gris y prosaica, vacía de cualquier placer pero llena de soledad, trabajo, rutina y miseria. Akaki es una de esas personas que atraen los infortunios y cuya desdicha parece imantar irremediablemente a los más dispuestos a burlarse de otros para no observar u olvidar la miseria propia. La existencia clónica de cada día del personaje solo se ve interrumpida por la llegada de un invierno feroz que trae una sorpresa: la rotura de su único abrigo. El sastre no puede repararlo pero haciendo incontables horas extra consigue comprarse uno nuevo y, entonces, cambiando algo tan ligero y aparentemente intrascendental como su atuendo, la suerte de Akaki parece cambiar. Con esa prenda nueva y brillante ya no parece tan miserable ni anodino, ya no dan tantas ganas de convertirlo una vez más en blanco de las bromas. Ahora apetece palmearle la espalda, hacerse llamar “su amigo” e invitarlo a salir de copas. El ascenso del personaje es tan intenso como breve y Gógol lo hace caer desde lo más alto. No contaremos más, para no estropear la sorpresa sobrenatural con la que cierra el relato que es fielmente reproducida en el montaje teatral y que, en cierto modo, le ofrece una especie de justicia divina al personaje.
A pesar de la amargura de la trama, tanto Gógol como Íntims Produccions nos cuentan la historia con grandes dosis de humor y de ironía. El increíble teatro físico de los cuatro actores (Isaac Baró, Aitana Giralt, Oriol Tosquella, Sandra Pujol, en alternancia con Arnau Boces y Marc Cartanyà ), a menudo colindando con el clown, le imprime un ritmo frenético e hilarante a la propuesta y, en algunos momentos, no recuerda a la afamada Companhia do Chapitô.
Por otro lado, Íntims Produccions traslada la ambientación a cualquier rincón de un país de Occidente sumido en el capitalismo donde, a menudo, encontramos a personas en riesgo de exclusión social como Akaki. A pesar de que apenas hay palabras, la información nos llega de forma multimodal y muy clara pues en la propuesta todo significa. Los símbolos están magistralmente jugados: los diferentes rangos de los oficinistas marcados por una disposición descendente en una escalera en la que Akaki ocupa el último peldaño o el tamaño desmesurado del jefe enfunddo en un brillante y magnífico abrigo rojo. La escenografía destartalada (banquetas de plástico, antenas de televisión, maletas remendadas), imprime a la escena un toque desolador como la existencia del protagonista. Especialmente interesante es el uso de unos paneles de contrachapado que van moviéndose al ritmo de los personajes para enclaustrarlos o liberarlos, formar puertas que se niegan a abrirse, paredes que surgen de la nada para impedir avanzar o barras de bar donde liberarse. El espacio sonoro, presente en prácticamente todos los segundos del montaje, ofrece los matices emocionales necesarios para matizar el dramatismo de algunas de las escenas más duras. La iluminación, magnífica, juega también un papel relevante en la ambientación de la obra.
Uno de los recursos más virtuosistas es que los cuatro actores, vestidos de manera idéntica con pantalón de traje, camisa y chaleco, van intercambiando la calva que caracteriza a Akaki para alternarse en su . Todo ellos consiguen, a pesar de la búsqueda permanente del humor en cada gesto, mantener el corazón del espectador encogido por la suerte que corre el personaje, despertando nuestra compasión incluso en la risa. Llegan incluso a desdoblarse en varios Akakis que conviven en escena, jugando quizás de nuevo un símbolo para interpelar al espectador y que sienta que, a pesar de la distancia entre la realidad mostrada en escena y la butaca, todos somos Akaki.
L’Anorak, consigue hacernos reír y llorar, sentir y pensar en la superficialidad de nuestros juicios y la falta de compasión que provocan nuestros modos de vida basados en la prisa y la transacción económica. Nos recuerda a ratos, en sus fundamentos más básicos, a otro maravilloso relato, “El hombrecito vestido de gris” de Fernando Alonso que también tiene un final en dos niveles, uno más amargo y realista y otro en el que se logra la justicia poética que merece el personaje.
A la función matinal de ayer en el Teatro de la Abadía habían acudido varios colegios con sus alumnos de Primaria. Los pequeños espectadores han sostenido la atención los 60 minutos de función a pesar de que la trama de la obra es muy reducida y el montaje se basa más en la recreación llena de ingenio y pericia física de los actores de unos cuantos sucesos de la obra. Ha sido una lástima que no hubiera coloquio tras la representación. El montaje está repleto de elementos artísticos y dilemas morales que habrían suscitado un interesantísimo debate entre los pequeños espectadores.
Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS:
Vista el 21 de marzo de 2025 en Teatro la Abadía dentro del Festival Teatralia
Autoría: Nikolái Gógol. Dramatúrgia de F. Xavier Manuel y Marc Cartanyà
Dirección: Marc Cartanyà Pena
Intérpretes: Isaac Baró, Aitana Giralt, Oriol Tosquella, Sandra Pujol, en alternancia con Arnau Boces y Marc Cartanyà
Diseño de escenografía: Marc Salicrú con la colaboración de Jan Clota
Diseño de vestuario: Joan Ros
Creación musical y diseño de sonido: Clara Aguilar
Diseño de iluminación: Marc Salicrú
Producción: Julià Simó
Espectáculo subvencionado por la Oficina de Suport a la Iniciativa Cultural (OSIC)
Duración: 60 minutos
A partir de 8 años
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