Sara Barquilla Guerrero

Siempre he sido reticente a las adaptaciones teatrales de obras narrativas. Sin embargo, después de ver Nada, no soy capaz de repetir tal afirmación. Recuerdo cuando leí la novela de Carmen Laforet; se me atragantó un suspiro que ni se iba ni se quedaba. Fue una lectura angustiosa como un potaje cocinado a fuego lento: un sufrimiento constante que se extendió más allá del fin de la novela. No me sucedió lo mismo cuando leí el cómic, que me dejó bastante indiferente y se lo achaqué a la representación visual de algo que en mi cabeza se había colocado de otra manera. Por eso no esperaba demasiado de la producción del CDN, pero me equivocaba y mucho. Nada no solo ha superado todas mis expectativas, sino que se ha colocado a años luz de ese prejuicio mío hacia las adaptaciones. Siguiendo con la analogía culinaria: ayer Nada no era un guiso de legumbres que va desprendiendo su sabor lentamente, sino una sartén que fríe al máximo de temperatura, que quema con fervor y salpica sin piedad. Además, terminada la función, continuó el chisporroteo.

El gran acierto, en mi opinión, es partir de la adaptación que es y mantener viva la voz narrativa. La protagonista, Andrea, se desdobla en dos roles. Es el personaje principal, eje del espacio dramático en torno al cual sucede todo, pero también es narradora, como en la novela. Esta Andrea narradora rompe la cuarta pared y le cuenta al público lo que ve, percibe y siente. Intercala sus pensamientos entre los diálogos que se suceden y se superponen a veces. Esta función narradora es un plano que encaja perfectamente en el desarrollo dramático y y llega a convertirse en un personaje más, sobre todo en las situaciones de tensión, que abundan en la trama. En ellas, la voz interior de Andrea necesita hacerse oír, tapar ese mundo lleno asperezas y amarguras. Grita incluso, pero los chillidos de su entorno son más fuertes que ella. O no, porque ella se mantiene firme en su objetivo: no dejarse contaminar por la pobreza moral de posguerra, por las vidas atormentadas de su familia, por la tristeza errabunda que le asalta a cada paso.

Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas”. Así describe Andrea en la novela y en la representación la primera mirada vertida sobre el que será su hogar en Barcelona. Este destartalado piso de la calle Aribau debió vivir momentos mejores, pero ahora es un almacén de recuerdos y sinsabores. Sobre el escenario tenemos dos niveles: uno principal representa la vivienda, que es salón, cocina o dormitorio, según se van moviendo los muebles que lo llenan hasta los topes; y otro superior, que es la buhardilla donde hace vida el tío Román, un personaje más accesible en un primer momento, aunque resulta estar tan podrido como el resto. Al fondo se ubica la escalera de comunicación, separada de la vivienda por una tela que permite ver la acción cuando se ilumina el espacio.

Un fondo oscuro de muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas”. El escenario está lleno de trastos. La aglomeración, el amontonamiento y la yuxtaposición sin sentido nos señalan todos los asuntos irresueltos que tiene esta familia como tantas otras de la posguerra española, porque mover muebles es airear emociones. Lo describe bien Andrea destacando que había algo angustioso, y en el piso un calor sofocante como si el aire estuviera estancado y podrido”. Así la familia sigue adelante en una situación poco alentadora y navegando a la deriva en tal decadencia. Sin embargo, en el centro de esa vorágine de muebles, que es emocional, se halla el piano. Un edén cuando alguien lo toca, dando un respiro al espectador y a la propia protagonista, joven inquieta a la que su tío Román da alas que rápidamente corta su tía Angustias.

Además del piano, se cantan varias canciones a lo largo de la representación. Las voces de los actores son muy bellas y están muy bien conjuntadas en los temas corales. Respecto a la trama, dan aire fresco a un espacio dramático saturadísimo de gritos, silencios y sentimientos encontrados. También se introduce música ambiente, destacable al inicio de la obra y al regreso del descanso, preparando al espectador para la historia, absorbiendo su atención con delicadeza (la que no van a tener los personajes a la hora de expresar su rabia y su dolor).

Andrea estudia y se hace amiga de gente con una posición económica desahogada. Aquí juega un papel crucial el vestuario. Los pocos medios de que dispone Andrea se reflejan en ropa vieja, raída y anticuada, frente a la modernidad y buena calidad con la que visten Pons, Ena o sus familias. También es importante el contraste entre la falda larga y camisa recatada de Angustias frente a la bata de seda roja de Gloria. No todo el mundo vivía la posguerra en la miseria, así que Andrea se apura cuando visita la casa de sus amistades, avergonzándose de no poder estar a la altura. En la novela se hace bastante hincapié en las artimañas de Andrea para tapar sus estrecheces, mientras que en la representación queda un poco forzado el reproche que le hace Ena, pues no se han dado demasiados detalles de esa falsa ostentación de la protagonista.

Por último, algunos actores se ponen en la piel de al menos dos espectadores. El vestuario ayuda en esa metamorfosis, pero también la personalidad propia de cada personaje, en todos los casos representada con soltura. Destaca la escena en el barrio chino, en la que casi todo el elenco se ha transformado así como el escenario, con luces rojas. El espectador no puede desengancharse de la trama con este logro tan verosímil de la puesta en escena, aunque el peso fundamental de la obra recae sobre Júlia Roch. La actriz que encarna a Andrea está presente sin pausa, durante tres horas, actuando y narrando, manteniendo el ritmo trepidante de una trama que tiene encogidos los estómagos de los espectadores. Trabajazo de esta actriz.

El pequeño espectador podría hacerse una idea de la posguerra española con esta obra, previo aviso de la dureza brutal de muchas escenas donde la única y absoluta protagonista es la violencia. El punto de vista está centrado en la protagonista, que es una joven estudiante, ahogada en su ambiente familiar, pero entusiasta en su descubrimiento del mundo y las relaciones con sus iguales, jóvenes entusiastas como ella, pero con dinero. Y esto último, la búsqueda de la identidad, el deseo de encajar y la necesidad de descubrir la vida son temas que están presentes en la protagonista y en cualquier persona joven, pero también adulta.

 

Sara Barquilla Guerrero

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista en el Teatro María Guerrero el jueves 5 de diciembre de 2024

De: Carmen Laforet.

Adaptación: Joan Yago.

Dirección: Beatriz Jaén.

Reparto: Carmen Barrantes, Jordán Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Júlia Roch, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives.

Escenografía: Pablo Menor Palomo.

Iluminación: Enrique Chueca.

Vestuario: Laura Cosar.

Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo.

Vídeo: Margo García.

Coreografía: Natalia Fernandes.

Producción: Centro Dramático Nacional.

 

 

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