Por Eva Llergo

“Mudar” es una de esas palabras polisémicas que nos remite tanto actos físicos como a movimientos internos. Mudarnos de casa, mudarnos de piel pero también mudar de costumbres, de hábitos, de afectos. Si lo que mudamos en la “herencia” el abanico de posibilidades se abre más todavía, porque la “palabra” herencia es un término con una carga semántica tan amplia como oídos la escuchen.

Mudando la herencia es la propuesta que la directora y dramaturga Lidia Guillem llevó hasta la muestra Imparables que Nave 73 programa estos días en su espacio. En cuando el espectador se acomoda en el patio de butacas ya advierte que la propuesta va a estar cifrada por una serie de símbolos de diferentes niveles de complejidad interpretativa. Hay leimotivs polisémicos como las cajas de mudanza que ocupan la escena y que tiene un papel central en la propuesta; no solo porque encajen a la perfección con la idea plástica que cualquiera tenemos del término “mudanza”, sino porque, en este caso parecen estar en el origen de todo, en la chispa de inspiración primigenia: de dentro de unas cajas sacó la propia Lidia Guillem la correspondencia de los primeros tiempos de noviazgo entre sus abuelos Juanita y Bernardo; cartas que le dan pie a reflexionar sobre todo lo que significa esa relación, sus hábitos y sus vicios para sus sucesores.

Las cajas también son la residencia del títere que se mueve por escena iluminado, que es el responsable del hallazgo ante nuestros ojos de las cartas y, que entendemos, que es también el trasunto de la propia dramaturga. Los actores, dos hombres de traje y dos mujeres vestidas a modo de los 60, reproducen fragmentos de las cartas desde una dicción pretendidamente falsa y estereotipada, a menudo cayendo en la repetición, y mantienen relaciones de contacto físico que acaban convertidas en vertiginosos e inquietantes bucles.  Nuevos símbolos que no actualizaremos del todo hasta el final del montaje cuando la propia Guillem irrumpa en escena y lea una carta destinada a su abuela Juanita. Entonces se nos revelará que las palabras tan amorosas de las cartas quedaron en la verdadera historia como papel mojado y, además, que la herencia familiar resultó tan fuerte que los patrones acabaron repitiéndose en las generaciones siguientes. Se iluminarán entonces muchos símbolos, como el de la aparente duplicación de personajes.

En paralelo a la exploración más poética que narrativa de las relaciones entre las dos parejas, y que no plantea respuestas sino que lanza preguntas y sobre todo nos indica que toda reflexión sobre ellas está en tránsito (de ahí el gerundio del título), subyace también una propuesta más global sobre el concepto de “herencia”. Proyecciones de las definiciones de los conceptos clave o grabaciones de entrevistas a los actores desde su “yo” auténtico, interpelan a los espectadores para que se generen los mismos interrogantes: “¿cómo nos afecta lo que nos han dejado los que ya no están? ¿En qué medida afecta a nuestra identidad la herencia recibida? ¿Es posible deshacerse de las herencias?”

Mudando la herencia es un ejercicio personal de exorcismo de fantasmas y de búsqueda de respuestas que nos sirve a todos para internarnos en senderos parecidos e intentar contestar preguntas esenciales sobre el peso o la suerte de llevar a cuestas una herencia. A nuestro juicio a la potencia de la propuesta ayudan especialmente el espacio sonoro, la magnífica voz de Marina Paredes y la presencia escénica de Nadal Bin.

Para los jóvenes espectadores que nos acompañaron (11, 13 y 16 años) el cifrado simbólico y la buscada ruptura con el lenguaje escénico más tradicional supusieron, hasta cierto punto, un obstáculo para un disfrute 100% de la propuesta. Sin embargo, ello no impidió que se sembraran interrogantes e interpretaciones muy interesantes a la salida.  Hemos de hacer notar, una vez más, que en nuestro pase ellos tres eran los únicos asistentes menores de edad a pesar de que la propuesta se indicaba como a partir de 14 años. Desde El pequeño espectador venimos defendiendo la idea de que hay que romper el miedo a acercar a los niños y jóvenes a un teatro no hecho ex professo para ellos. Puede ir no ten bien como desearíamos (tanto como con las obras que sí van dirigidas a ellos), pero solo así ensancharemos su experiencia y les expondremos a temas y preguntas que son básicas para su existencia.

 Por Eva Llergo

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 14 de septiembre de 2024 en NAVE 73 (C/Palos de la Frontera, 5)

DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN DE ESCENA Lidia Guillem

ELENCO Marina Paredes, Nacho León, Nadal Bin y Elizabeth Sanjuán

PRODUCCIÓN Mnemosine Producciones

ILUMINACIÓN Manuel Lostes

ESCENOGRAFÍA Irma Vallés

DISEÑO DE SONIDO Benigno Moreno

MÚSICA ORIGINAL Benigno Moreno y Marina Paredes

VESTUARIO  Ayla Amat

AYUDANTE DE DIRECCIÓN Miryam Diego

DISEÑO GRÁFICO Lidia Guillem

FOTOGRAFÍA Miki Diaz

PRENSA Amanda H.C. – Proyecto Duas

Una obra de la compañía Mnemosine Producciones

50 minutos

A partir de 14 años

 

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