Por Sara Barquilla Guerrero

Una voz masculina distorsionada destilando venganza anuncia un posible apocalipsis. Proyectadas en una pantalla en negro, imágenes difusas que incorporan letras, palabras y números, acompañan el profético anuncio. Unos focos iluminan la parte superior de una estructura, custodiada por unos ángeles, observadores mudos de la tensión que respiran los personajes. Así comienza Cielos, dirigida por Sergio Peris-Mencheta y escrita por el escritor libanés-canadiense Wajdi Mouawad, que cierra con esta obra su tetralogía “La sangre de las promesas”, compuesta por Incendios, Litoral, Bosques y esta última, Cielos.

La obra es un thriller protagonizado por cinco personas que trabajan para un servicio de inteligencia. Desde hace meses siguen la pista a una amenaza terrorista que no logran descifrar. La trama comienza cuando uno de los integrantes del equipo se suicida y deja escrita la necesidad de incorporar a un especialista en encriptación cuyo vínculo con él será la clave para resolver el enigma. El trabajo se desarrolla en una especie de búnker o habitáculo subterráneo en un lugar indeterminado de la geografía planetaria. Se compone de una sala de reuniones, donde tienen lugar las relaciones interpersonales y laborales de los personajes, y las habitaciones individuales, cubículos claustrofóbicos en una planta inferior, donde los protagonistas nos descubren sus inquietudes, miedos, reflexiones o relaciones fuera de ese lugar, porque es donde contactan con sus familias.

La apuesta escenográfica es una de las fortalezas de la obra. La estructura de tres pisos se superpone al escenario, por lo que incluso la planta inferior está más alta que los propios espectadores y, sin embargo, sabemos que está bajo tierra. Esa recreación de espacio subterráneo genera claustrofobia, más aún los habitáculos individuales donde los personajes apenas tienen espacio para estar sentados. Podríamos decir que las paredes les atosigan tanto como la dificultad para resolver el rompecabezas al que se enfrentan. La sala de reuniones representa muy bien el entorno tecnológico del equipo con máquinas, luces de colores y pantallas táctiles cuyo contenido se proyecta en el muro de cristal de la cuarta pared. Estamos ante un trabajo de alto nivel de confidencialidad que requiere y posee todos los medios a su alcance y la escenografía lo hace verosímil. Y finalmente, la planta superior, el jardín de los ángeles, esas estatuas celestiales que hacen un guiño al título de la obra. Si los personajes pretenden asaltar los cielos resolviendo su enigma, su objetivo será sencillamente volver a su vida anterior, a sus familias y amigos, a sus relaciones fuera del búnker. En definitiva, volverán a pisar la tierra que tienen la suerte de tocar esos ángeles caídos del cielo para observar su trabajo de cerca y saber si son capaces de detener la tragedia que puede asolar a la humanidad. Pero los ángeles también están presentes en una de las pistas que pueden seguir: el ángel de una Anunciación de Tintoretto, que baja del cielo para darle la buena nueva a la Virgen. Un motivo religioso para explicar un plan terrorista. Arriesgado a la par que enigmático.

Los meses pasan. Lo sabemos porque los personajes se refieren a la fecha de cada día, cuentan los días transcurridos, restan los que faltan para la cita fatídica. La amenaza se cierne sobre los espías, que no logran ponerse de acuerdo en qué pista seguir, si aquella más usual que apunta al islamismo u otra más controvertida porque se sale de lo común, porque mezcla terrorismo con belleza y poesía, porque el objetivo es difuso, porque el código no es descifrable con los ítems que maneja el servicio de inteligencia. Y en esta parte es donde entra en escena la juventud, según las pistas, responsable confesa de la amenaza de ataque mundial. ¿Qué opina la gente joven de cómo va el mundo, de cómo se han gestionado los conflictos en política interior y exterior en el siglo XX y lo que llevamos de XXI? El espectador solo sabe que hay disconformidad y rebeldía en la nueva generación, porque de nuevo falta mucho por desencriptar en los mensajes que ha recibido la célula de inteligencia. Esa juventud ha mamado discordia y disensión; es la leche con la que ha crecido y ahora toma la iniciativa y le da forma a esa divergencia. Han elegido terrorismo. ¿Por qué? ¿Es la forma aprendida o es devolver la pelota? Y en definitiva, ¿será el equipo, con las herramientas de que dispone y la jerarquía que debe respetar, capaz de resolver el problema? No haremos más spoitler.

El pequeño espectador no está presente en la sala, pero tenemos nuestras dudas sobre la comprensión que pudiera hacer de la trama, tan encriptada en algunos momentos como los mensajes que reciben los trabajadores del búnker. Sin embargo, es una obra que habla sobre la juventud, sobre cómo puede ver el mundo que hereda de los adultos. Para plantear el tema de cerca, aparece en diferido un joven de 16 años, hijo de uno de los informáticos, que pide ayuda a su padre para un trabajo de Historia del Arte. De esta forma sobrevuela la relación entre progenitores y sus hijas e hijos, en un sentido literal, pero también a nivel generacional, como hijos e hijas que heredan un planeta asolado por la barbarie de la guerra.

Como thriller, tiene un ritmo ascendente que va añadiendo dosis de intriga en la que participan la luz, el sonido y el propio espacio escenográfico. El buen uso del género lo acerca a un público joven que además captaría el lenguaje tecnológico sin mayor problema de descodificación. Todo esto son aspectos que habría que valorar, pero siempre teniendo en cuenta que el tema principal es el terrorismo y por mucho que se hable de arte, poesía y belleza, el trasfondo es verdaderamente terrible y desolador.

Por Sara Barquilla Guerrero

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 27 de septiembre de 2024 en el Teatro de la Abadía.

Texto: Wajdi Mouawad.
Traducción y dirección: Sergio Peris-Mencheta.

Reparto: Marta Belmonte, Patxi Freytez/Xoel Fernández, Álvaro Monje, Pedro Rubio y Javier Tolosa.
Escenografía: Alessio Meloni.
Iluminación: David Picazo.
Videoescena: Ezequiel Romero.
Composición musical: Joan Miquel Pérez.
Vestuario: Elda Noriega.

Producción: Barco Pirata Producciones.

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