Compañía Nacional de Danza

Por Sara Barquilla Guerrero

Se celebra la 40ª edición de Veranos de la Villa con multitud de eventos a lo largo de los meses de julio y agosto: música, teatro, danza, talleres, exposiciones, etc. Algunas de las actividades están relacionadas con el país invitado, que este verano es Japón. En nuestro caso, acudimos al espectáculo que ofrece la Compañía Nacional de Danza durante el fin de semana del 19 al 21 de julio, consistente en cuatro movimientos y una duración total de una hora y cuarenta minutos. Más que un espectáculo, asistimos a un goce de los sentidos, la poesía hecha movimiento. Una verdadera maravilla.

El primer movimiento se llama Remansos y es una coreografía de Nacho Duato, que combina lo clásico con lo contemporáneo. Seis bailarines, tres mujeres y tres hombres, representan una coreografía en varias secuencias; algunas de ellas invitan a imaginar una narratividad, otras juegan con el humor, pero en general destaca el dinamismo, el vínculo entre las escenas y la expresividad de los movimientos. Los bailarines mueven magistralmente cada parte de su cuerpo, dando forma a la música: con delicadeza o brusquedad, con parsimonia o con prisa, en soledad o en compañía. Impresiona la coordinación entre los cuerpos cuando entran en contacto y la realización en conjunto, donde todos los movimientos suman y se convierten en uno solo.

La segunda parte del espectáculo se llama Sinatra Suite pues se basa en cinco temas de Frank Sinatra. La coreografía de Twyla Tharp es para dos bailarines, una mujer y un hombre que realizan mayormente baile de salón, una coreografía en pareja en la que descubrimos una relación entre ambos a partir del baile. Primero hay una conexión muy fuerte que los lleva prácticamente a flotar, pues su danza es armónica y la comunicación fluye. Más adelante, surgen las discordancias, no se entienden, hay un tira y afloja, la danza representa la discusión y las desavenencias. El resultado es la marcha de ella, el abandono del espacio. Queda él sobre el escenario y danza en soledad, masticando su tristeza y su impotencia. Es curioso cómo la coreografía va construyendo un relato y, sin apenas darnos cuenta, la danza se ha desarrollado sin interrupción y en armonía con la historia que deseaba expresar.

En el tercer movimiento disfrutamos de una pieza clásica, un extracto de El lago de los cisnes de Tschakovsky. El título es Tschakovsky pas de deux y la coreografía corre a cargo de George Balanchine. Si el segundo movimiento sorprendía respecto al primero, ahora el espectador se encuentra con algo completamente distinto. Viajamos a la danza decimonónica, con un vestuario clásico de tutú y corset para la mujer, malla y camisa con mangas bombachas para el hombre, y las imprescindibles puntas en ambos, pues buena parte de los movimientos se basan en la técnica de Pointé. Esta parte del espectáculo transmite la virtuosidad de los movimientos, donde reinan los giros infinitos y la elevación imposible de puntillas. El espectador contempla extasiado la perfección técnica y la capacidad física de los bailarines.

Después de un breve descanso, se inicia el movimiento final de Joaquín de Luz, Passengers Within. La nueva propuesta es la multitud: casi una veintena de bailarines entran y salen del escenario para demostrar no solo la técnica impoluta a nivel individual, sino la perfección de la realización colectiva. La coreografía en varios momentos nos recuerda a un canon, donde se van añadiendo nuevos elementos a los anteriores y cada uno se introduce correctamente en la coordenada espacio-temporal correcta. Es la representación de un imposible: allá donde se mire, todo está en movimiento y respetando la armonía del conjunto. Los bailarines y las bailarines parecen flotar y se convierten en seres etéreos cuyos movimientos son bellísimos per se.

El pequeño espectador está presente en en el Centro Conde Duque. No es posible que no disfrute. Más allá de la asiduidad con que se vean este tipo de espectáculos, está la sensibilidad para percibir la belleza que transmiten los movimientos individuales y colectivos. Por ello, no hay una edad concreta para disfrutar de la danza. El espectador puede cumplir los años que sean, solo necesita acudir y contemplar. La belleza está ahí enfrente, preparada en bandeja de oro.

Por Sara Barquilla Guerrero