Por Eva Llergo

Aunque en el siglo XXI todos conozcamos a Calderón por su teatro filosófico (La vida es sueño), por sus dramas de honor (El alcalde de Zalamea) o por los autos sacramentales (El gran teatro del mundo) en su siglo, el XVII, sus obras más representadas fueron comedias palatinas que hoy en día no identificaríamos como identitarias del dramaturgo. El castillo de Lindabridis se estrenó hacia 1661 como fiesta cortesana en el Salón real de Palacio y es un homenaje a los libros de caballerías. Cuenta la historia de la aguerrida princesa Lindabridis del reino de Tartaria; en él no hay ley Sálica que valga y pueden reinar por igual hombres y mujeres, primogénitos o segundogénitos. Todo quedan en manos de los designios del rey. El problema es que el rey de Tartaria ha muerto justo cuando iba a pronunciar el nombre de la persona que le sucedería: la princesa Lindabridis o su hermano Meridián. Para salir de dudas, se decide que Lindrabridis buscará un marido y éste se batirá en un torneo con Meridián. El vencedor designará la sucesión. Así pues Lindabridis recorre el mundo en busca de un marido digno de tal empresa con la ventaja añadida de que se le ha otorgado un medio de transporte rápido y eficaz: un castillo volador. A medio camino entre una novela de caballerías y una película de Estudios Ghibli, y con todos los aderezos de una comedia de capa y espada (actrices travestidas, juegos de identidad, amores cambiantes) y unos toques de fantasía (el castillo volador, un fauno), se cocina un argumento con muchas papeletas de atraer tanto al público del siglo XVII y al del XXI. 

El montaje de Nao d’Amores le otorga frescura y agilidad al complejo verso de Calderón.  La escenografía, como un trampantojo que se vuelve realidad, se despliega por los actores ante nuestros ojos partiendo de un aparentemente uniforme suelo de madera. Esos pedazos de manera se transmutan en la cueva de un fauno, o en el mismo mar. Al mismo tiempo, las gradas en las que se sientan los músicos se convierte ante nuestro ojos en el mismísimo castillo mágico de la protagonista. A propósito de los músicos, la ambientación musical y coreográficos es otro de los grandes hallazgos del montaje. Con inspiración barroca y siguiendo las pautas que ofrece el propio Calderón en su texto, Nao d’ Amores recrea en directo varias piezas de la época en las que sobresale el tema central que abre y cierra el montaje: “Si li femmene purtassero la spada” (Si las mujeres portasen la espada), famosa villanella napolitana anónima del siglo XVII que no le puede venir mejor al mensaje que se pretende subrayar de la obra.

A pesar del peso del verso los intérpretes consiguen darle frescura y dinamismo, hasta cierta actualidad siempre respetando su esencia clásica. Sin embargo, la densidad y el artificio son, a menudo, causa de que los espectadores menos entrenados en teatro clásico se desorienten hasta perder el hilo. A pesar de que el argumento y el propio montaje podrían ser más que propicios para iniciar a los jóvenes espectadores en el visionado del repertorio clásico, no consideramos esta la pieza más fácil de seguir y disfrutar de Calderón. Y eso que, insistimos, la brillantez de la dirección de Ana Zamora, la pericia del elenco y todos los recursos puestos en escena para llenar de significado, movimiento y belleza el texto calderoniano, son más que notables. Entendemos, no obstante, su elección para el montaje también por su conexión con el empoderamiento femenino que, aunque expuesto en el texto de una manera naif y superficial, encajan a la perfección con los postulados de nuestra época. Así mismo, los elementos fantásticos y de aventura le otorgan una frescura y un enganche con el público más neófito y/o joven que sería difícil de conseguir con otras tramas.

En resumen, El castillo de Lindabridis es un regalo para los ojos gracias a través del cuidadísimo montaje de Nao d’Amores aunque no sea el Calderón más accesible para el público joven del siglo XXI.

Por Eva Llergo

nDATOS TÉCNICOS:

Vista el 10 de febrero de 2024 en el Teatro de la Comedia (C/ del Prícipe, 14)

Versión y dirección
Ana Zamora

Intérpretes
Miguel Ángel Amor
Mikel Arostegui
Alfonso Barreno
Alba Fresno
Inés González
Paula Iwasaki
Alejandro Pau
Isabel Zamora

Asesor de verso
Vicente Fuentes / Fuentes de la Voz

Arreglos y dirección musical
Miguel Ángel López /
María Alejandra Saturno

Vestuario
Deborah Macías (AAPEE)

Escenografía
David Faraco / Cecilia Molano

Iluminación
Miguel Ángel Camacho

Coreografía
Javier García Ávila

Trabajo de objetos
David Faraco

Asesor de movimiento
Fabio Mangolini

Asesor de danza barroca
Jaime Puente

Asesor de armas
José Luis Massó (AAPEE)

Ayte. de dirección
Álvaro Nogales

Ayte. de escenografía
Almudena Bautista

Ayte. de  vestuario
Victoria Carro

Realización de escenografía
Purple Servicios Creativos

Realización de vestuario
Maribel Rodríguez
Ángeles Marín

Realización de utilería
Miguel Ángel Infante
Paco Cuero

Pintura escenográfica
Nuria Obispo

Prensa
Josi Cortés

Técnico maquinista
Juan Manuel Román

Dirección técnica
Fernando Herranz

Producción ejecutiva
Germán H. Solís

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