Por Eva Llergo
¿Para siempre? Para algunos una promesa, para otros una condena. ¿Se puede cumplir algo, de verdad, para siempre? ¿Se puede aguantar un sufrimiento para siempre? Sobre la dificultad de cumplir las promesas y los sueños y sobre los estigmas de los que parece que nunca nos vamos liberar versa el último espectáculo de Kulunka teatro.
La compañía vasca que nos emocionó hasta las lágrimas con su revisión de la vejez en Solitudes, vuelve con una obra dura e intensa sobre la incomunicación, la frustración y el fracaso. Recurriendo de nuevo a las máscaras y prescindiendo de las palabras, nos presenta las ilusiones de una pareja joven y enamorada. Nada especial: solo el paquete básico de hijos, cuatro paredes a las que llamar hogar y algo que llevarse a la boca. Pero todo se tuerce desde el principio. El hijo que no llega y que, cuando lo hace, aterriza con una discapacidad. Y a partir de ese momento, el miedo y la pena se van abriendo camino entre los sueños y las esperanzas y lo arrasan todo. En una espiral de destino trágico los personajes van cayendo en pozos cada vez más profundos y no parece que haya asideros para, no ya frenar, sino al menos decelerar la caída. Pero, no se equivoquen, no se nos plantea esta historia desde la magnificencia trágica clásica. Es una tragedia, literalmente, de andar por casa, con sus contradicciones y ridículos que nos arrancan cada dos por tres una sonrisa. Aunque, según van pasando los minutos de la obra, cada vez más amarga según vamos comprobando que se trata de la tragedia cotidiana de cualquiera. De nuestro vecino, de nuestra prima o… ¡ay, sí!, de nosotros mismos.
Las máscaras y la ausencia de palabras nos ayudan a distanciarnos un poco de la angustia en la que se van sumergiendo los personajes. Nos salvan de ver las lágrimas o de escuchar el llanto. Y, sin embargo, ahí están de todos modos. Aunque no las veamos. El trabajo gestual de los tres actores es tan magnífico que, literalmente, habla por sí solo. Al salir una se descubre diciendo: “¿Recuerda cuando han dicho que…? Espera, si no hablaban…”.
Forever cuenta además con un elemento escenográfico esencial que potencia toda la tragedia y su transmisión y le confiere al espectáculo una dimensión cinematográfica: un escenario giratorio que nos permite entrar hasta en tres cuartos de esta casa que no consigue la categoría de “hogar”. Su giro nos otorga a veces como espectadores la posibilidad de estar en dos cuartos a la vez y ver las reacciones genuinas de los personajes manifestadas por su aparente soledad; otras simplemente representa el paso del tiempo, pues a cada vuelta de giro podemos advertir pequeños grandes cambios que simbolizan lo que ha significado en la vida de los personajes unas horas, unos días o unos años. La duplicación de máscaras de los protagonistas consigue también que varias versiones de ellos mismos convivan en la misma escena (el pasado y el presente o una proyección psicológica de ellos mismos); como observamos ya en la primera escena que anuncia una estructura circular del espectáculo y que anticipa ya la desgracia.
Si los símbolos en el lenguaje escénico siempre ocupan un papel revelador, en una propuesta sin palabras alcanzan una posición de preponderante. Muy claro, pero no por ello menos contundente, es el símbolo del cojín con forma de corazón que la mujer regala a su marido por su cumpleaños el mismo día que deciden tener un hijo. Un corazón aterciopelado, intacto y brillante, como su amor. El cojín sigue presente en toda la trama, los personajes pelean por él (en vez de pelear por su relación), y él va deturpándose, envejeciendo, como también hacía el retrato de Dorian Gray subyacentemente, sin que nadie volviera sus ojos hacia él, sin que nadie se diera cuenta de que su transformación es demasiado reveladora para no ser tenida en cuenta.
No había demasiados pequeños o jóvenes espectadores en la sala. Nosotros nos dejamos arrastrar por nuestra experiencia anterior en la que contemplamos cómo Solitudes impactaba en un grupo de adolescentes de Secundaria y despertaba de lleno su sensibilidad. Quizás, Forever juegue en otra liga de edades: por su dureza, su violencia, pero, sobre todo, porque la esperanza solo brilla y de manera ambigua con un leve atisbo al final. Como adulto abandonas la sala abatido y conmocionado. Pero somos firmes defensores de que sobreproteger a la infancia no es un recurso para empoderarla y darle las herramientas con las que va a necesitar trabajar en su presente como niños y en su futuro como adultos. El mundo tiene un lado cruel y no sirve de nada ocultarlo. Mejor prepararles para ello. Mejor configurar su mirada desde un posicionamiento crítico y proporcionarles experiencias artísticas para que puedan vivir, aprender e, incluso, escarmentar con vidas que no son las suyas.
Por Eva Llergo
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 29 de diciembre de 2023 en el Teatro María Guerrero ( C/ Tamayo y Baus, 4)
Dramaturgia
Edu Cárcamo, José Dault, Garbiñe Insausti e Iñaki Rikarte
Dirección
Iñaki Rikarte
Reparto
Edu Cárcamo, José Dault y Garbiñe Insausti
Escenografía
Ikerne Giménez y Javier Ruiz de Alegría
Iluminación
Javier Ruiz de Alegría
Diseño de vestuario
Ikerne Giménez
Diseño y realización de máscaras
Garbiñe Insausti
Composición musical y espacio sonoro
Luis Miguel Cobo
Construcción de escenografía
Readest Montajes
Sastrería
KKUM
Producción ejecutiva
Kulunka Teatro
Ayudante de dirección
Alberto Huici
Dirección técnica
La Cía de la Luz S.Coop.Mad.
Distribución
Proversus
Prensa compañía
María Diaz
Producción
Centro Dramático Nacional, Kulunka Teatro, Teatro Arriaga de Bilbao y Teatro Victoria Eugenia de Donostia
Diseño de cartel
Equipo SOPA
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