Por Jesús Eguía Armenteros
Como espectador prefiero no conocer a priori nada de lo que voy a ver, si bien mis dos hijos, de ocho y nueve años, me freían a preguntas. Uno de ellos, el mayor, las formulaba con interés positivo, mientras que el pequeño básicamente no quería ir al teatro porque no se lo cree y dice que le aburre. Por suerte, la clave para interesar a ambos fue la palabra “magia”, que al instante relacionaron con Harry Potter y permitió abrir altas expectativas sobre lo que emergería en el escenario. Lo que yo no imaginaba es que tal disyuntiva entre hermanos reflejaría tanto las virtudes maravillosas de este espectáculo como su, me atrevo a decir, agujero negro que se le acerca: el público infantil del mundo digital.
Ya aguardando en cola, ante la batalla con el pequeño, un espectador de pelo blanco les anunciaba a los dos que él había visto este espectáculo hacía más de una década y aún lo tenía grabado, que era algo mágico que no olvidarían en sus vidas.
Nada más comenzar la obra entendí que para realizar esta reseña operaban tres puntos: la propia obra y las miradas y reacciones de cada uno de mis hijos. El inicio fue unánime, ambos boquiabiertos ante objetos maravillosos que volaban por el escenario sin señales humanas, una oscuridad misteriosa y música envolvente sin opción de distanciamiento.
Tras ello, se sucedía un número tras otro con una carga simbólica en aumento progresivo: ¿qué somos? ¿solo somos eso? ¿en qué nos podemos convertir? ¿lo que vemos es lo que ES? ¿qué hay dentro de las personas que se mueven a nuestro alrededor? Más aún, ¿todo lo que nos rodea, desde esta taza que tengo en frente hasta aquella estrella intermitente que parpadea a millones de años luz, están ahí ahora o ya se fueron? Y entre tanto, Olej, persiguiendo existir, buscando su hueco, El truco de Olej como acto de manifestación de un YO en esta realidad inestable en la que necesitamos que se nos escuche en tanto que YO como prueba de que “somos”. Contar esto desde un escenario, sin apenas palabras y en la oscuridad, ya es de por sí magia. Por contra, mientras uno de mis hijos se mantenía con la boca abierta, el otro iniciaba a hacerme preguntas, “¿es un láser? ¿es 3D? ¿cómo hacen ese truco? ¿podemos hacerlo en casa?” para, aproximadamente a la media hora, comenzar a aburrirse y manifestármelo. ¿Es culpa de Olej? La pregunta me conduce a una tristeza que todas y todos los amantes de las Artes Escénicas de alguna manera cargamos en la mochila. El uso de las denominadas “nuevas tecnologías” también está creado nuevos seres humanos y, por tanto, un nuevo tipo de espectador. El truco de Olej se sostiene en un mecanismo de luces y sombras que, sin lugar a dudas, a los espectadores pre-nuevas tecnologías nos seducía y nos seduce. Por contra, tras un Spiderman multidimensional y en 3D, la obnubilación se modifica. Para recibir El truco de Olej se requiere una inocencia, aquello que no paramos de mutilar en los niños actuales (y habla un padre con hijos que ni tienen vídeo consolas ni ven más de un ratito la televisión diaria).
Sin embargo, ¿por qué mi hijo mayor sí que quedó hipnotizado la mayor parte del espectáculo? Sería fácil decir “aún hay esperanza” o “es cuestión de personalidades”. Que El truco de Olej es una gran espectáculo para todos los públicos se puede afirmar con rotundidad, de igual modo que este tipo de espectáculos sustentados en efectos visuales en escena son los que encaran la mayor batalla respecto al tsunami del mundo digital y los espectadores que han nacido envueltos en ello.
Una señal que rompió la dualidad entre mis dos hijos acaeció ya terminado el espectáculo: el factor humano. Los artistas salen a escena, reciben aplausos pero antes de que salgamos nos anuncian un extra: van a mostrar las técnicas con las que desarrollan la ejecución. La inteligencia creadora, su impresionante coordinación, la presencia física y visual, el sudor in situ de aquellas personas generaron entre los espectadores y el espectáculo algo imposible en el “mundo digital”: la humanización. Quizá ahí esté la clave para que estos nuevos espectadores amen el teatro, en realidad la misma clave de siempre que cada vez que parece que el teatro va a morir, resucita.
Por Jesús Eguía Armenteros
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 1 de agosto de 2023 en el Teatro Pavón
DIRECCIÓN
Martín López Romanelli
INTÉRPRETES
Compañía Romanelli
60 minutos
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