Por Sara Barquilla Guerrero

Por algo los llamamos clásicos. Los siglos transcurren implacables, pero ellos se mantienen frescos como el primer día. Sobre todo si la compañía teatral sabe conjugar con maestría pasado y presente.

El barroquismo de Calderón de la Barca, con unos toques medidos de modernidad, puede transformarse en un texto cercano y asequible para todos los públicos. Quienes conocen la obra seguirán emocionándose con el famoso “¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad?”; mientras quienes se aproximan al genio del siglo XVII por primera vez, lo degustarán pasito a paso y, sin darse cuenta, habrán llegado al postre emocionados. Por tanto, la ovación final es completa y bien merecida a esta coproducción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Cheek by Jowl y LAZONA Teatro.

Declan Donnellan, responsable de dirección, nos propone una versión que nos asombra desde el primer momento. Una obra tantas veces representada se ve en la obligación de ofrecer algo diferente. En esta ocasión, los personajes traspasan la cuarta pared e incluso interactúan con el público, pueblo de Polonia. Segismundo no sale de su asombro ante este despertar a la vida y se acerca a los espectadores para comprobar que son reales. Sus brazos, sus manos, sus abrigos le hacen confirmar que no está soñando, aunque su vida lo parezca.

Otro de los elementos que nos descoloca es el humor. ¿Quién dijo que la reflexión filosófica que provoca angustia existencial no puede a su vez desatar las carcajadas? Quizá sirva para reírnos de nosotras mismas; quizá sea un recurso para evadirnos de ese cuestionamiento tan profundo y al que podemos llegar de forma más suave; quizá esa conjugación de piezas, la risa y el dramatismo, no estén tan lejos como aparentan. Lo que está claro es que el humor da dinamismo a la representación, más allá de las intervenciones de Clarín (Goizalde Núñez), el donaire de La vida es sueño, que son igualmente estelares.

El dinamismo, la acción que se sucede vertiginosa, dramática, intensa o hilarante, contrasta con un personaje que se mantiene en escena la mayor parte de la representación. Es Basilio. Observa inquieto cómo se transforma la realidad que él mismo manipula. Observa a Segismundo, su dolor, su perplejidad, su desesperación. Y, a cambio, el público le observa a él, cómo vive resignado la decisión de encerrar a su hijo, cómo las dudas le llevan a ponerlo a prueba, cómo valora decepcionado el comportamiento desatado de su hijo y cómo sufre viéndolo de nuevo en su prisión. Porque es un tirano pero también es un padre.

El vestuario es uno de los elementos que desanclan La vida es sueño de su estreno en 1635. El pueblo que se rebela viste de camuflaje, preparado para la guerrilla. Astolfo luce un abrigo ruso que recuerda su origen. El vestido de Estrella y su abrigo nos transportan al periodo de entreguerras. Pero Segismundo se presenta igual que lo haría en el siglo XVII, semidesnudo, desaliñado, barbudo y de mirada extraviada. Es curioso cómo todo se moderniza en torno a un eje, que es Segismundo, y no resulta asincrónico. El protagonista, aunque privado de libertad, es capaz de poner en movimiento a todo el pueblo de Polonia. Y eso sucedería en el pasado y en el presente pues para los ideales de justicia y honestidad tampoco pasa el tiempo.

El sonido es otro de los ingredientes asombrosos de la representación. Las bombas que estallan en Polonia parecen retumbar en el propio teatro. La música que se repite nos lleva de nuevo a entreguerras; es un ritmo pegadizo que bailan los personajes solos o acompañados en distintos momentos de la trama y que nos hace reír por lo absurdo de la mezcla. Y lo más llamativo y muy divertido, los aplausos y las risas enlatadas cual comedia de sobremesa, que acompañan primero al rey Basilio en su discurso, luego a Segismundo y, más tarde, a la discusión entre Rosaura/Astrea y Astolfo. La representación de esta escena nos recuerda completamente a una comedia de enredo y el trabajo vocal y gestual de los actores es espectacular.

Y todo esto, solo con un fondo con siete puertas. A veces se abren todas y los personajes bailan, se exhiben o incluso siguen parlamentando en el más allá. Y la escena minimalista se reduce a una silla: el trono. Fácil de instalar y de retirar, como el propio poder.

Tan pocos elementos para que los actores y actrices brillen con luz propia, para que el texto se transmita de forma directa, para que el dramatismo de las reflexiones filosóficas nos sobrecoja en su propia desnudez. Y Segismundo (extraordinario Alfredo Noval) demostrando que, aunque la vida sea un sueño, bendito sea el teatro, una ilusión de la que no siempre queremos despertar.

Si el pequeño espectador, el que ronda la adolescencia, tiene la oportunidad de ver la obra, no cabe duda de que esta inmersión en el Siglo de Oro va a dejarle una huella imborrable, porque las dosis de humor y dramatismo están tan perfectamente conjugadas que va a disfrutar, se va a emocionar y, entonces, querrá repetir.

Por Sara Barquilla Guerrero

 

 

 

Vista el 5 de febrero de 2023 en el Teatro de la Comedia (Madrid).

REPARTO

Ernesto Arias: Basilio

Prince Ezeanyim: Elenco

David Luque: Clotaldo

Rebeca Matellán: Rosaura

Manuel Moya: Astolfo

Alfredo Noval: Segismundo

Goizalde Núñez: Clarín

Antonio Prieto: Elenco

Irene Serrano: Estrella

EQUIPO ARTÍSTICO

Dirección: Declan Donnellan.

Adaptación de la dramaturgia: Declan Donnellan y Nick Ormerod.

Diseño de escenografía y vestuario: Nick Ormerod.

Diseño de iluminación: Ganecha Gil.

Movimiento: Amaya Galeote.

Diseño de sonido y composición musical: Fernando Epelde.

Asesor de dramaturgia: Pedro Víllora.

Ayudante de dirección: Josete Corral.

Ayudante de escenografía: Alessio Meloni.

Ayudante de vestuario: Elena Colmenar.

Ayudante de iluminación: Javier Hernández.

Ayudante de sonido: Gaston Horischnik.

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