Por Sara Barquilla Guerrero
Dice el diccionario de la RAE que “indigencia” es “la falta de medios para alimentarse, vestirse, etc.”. Y un largo etcétera, sería apropiado decir. Son muchos los eufemismos para nombrar a las personas en esta situación: “sin techo”, “sin hogar”, “vagabundos”. Pero no se utiliza la palabra “indigente”. Quizá porque nos estalla en la cara, quizá porque nos obliga a mirar de frente a una situación de esta sociedad moderna, una sociedad que invita al carpe diem, a disfrutar de cada minuto de nuestro tiempo dejando de lado las preocupaciones. Esa invitación al individualismo supone olvidarse de aquellas personas que viven al margen de esa vida. Nos olvidamos de ellas, no las vemos. En Madrid, es el 2% de la población. Están en nuestros barrios, en nuestra calle, en nuestro portal. Y no las vemos.
Laboratorio del Sótano nos propone una reflexión sobre este tema. El punto de partida es una mujer de 80 años que acaba de ser desahuciada de su vivienda y traslada sus objetos personales por la calle buscando un lugar donde asentarse. Las entradas y salidas de este personaje nos señalan el deterioro de la persona por el paso del tiempo: la vida en la calle pasa factura.
Diez actores en escena representan personajes de los que no conocemos su origen, pero tampoco importa, porque los indigentes solo tienen presente. De esta manera, “Indigentes” es un retrato de personajes variopintos, dispuestos en parejas, que conviven en un espacio mínimo pero apenas interactúan entre sí.
En el centro de la escena se sitúan dos mujeres ataviadas con bolsas de basura que decoran con un floripondio. Toman el té en lindas tazas de porcelana que reposan en cajas de fruta mientras conversan sobre cuestiones filosóficas. Solo ellas perciben los paseos de la “nueva” en la calle y se preocupan por su estado. También son las únicas cuyos parlamentos despiertan la risa por lo surrealista de los mismos: que si los cauces endorreicos o exorreicos, que si la ley de Pascal, que si Freud y su teoría de los sueños… Nos recuerdan al Sombrerero Loco y a la Liebre de Marzo, que toman continuamente el té; el espectador es Alicia, tratando de entender sus conversaciones y el sentido de su estar.
En la parte derecha nos encontramos con un indigente que habla de literatura y recita poemas con sus alas a la espalda (un ángel caído absolutamente) y una elegante joven que habla a su pareja, seguramente muerta, pero ella persiste en sus confesiones (¿infinitas horas con Mario?).
Al fondo, otra pareja de personajes se colocan cual Piedad renacentista: él, entronizado, se ocupa de hacer recuento de todo en un libro de actas, convirtiéndose en la memoria de este grupo de personas que se van desligando de su pasado con el paso del tiempo; entre sus piernas, una joven embarazada se queja lastimera hasta parir un bebé que acaba en las manos de un personaje que está solo a la izquierda. Esta es la única que tiene un cobertizo, aunque es de cartón. Y posee un carro en el que va acumulando todo lo que cae en sus manos. Ese coleccionismo caótico da sentido a su existencia, es su misión. Por último, nos encontramos la pareja de yonquis, presentes y ausentes a la vez. En contraste con su vecina, ellos se tienen el uno al otro, no necesitan aferrarse a lo material.
El foco dramático va saltando de uno a otro para ir conociendo breves pinceladas de sus existencias, hasta que un hecho rompe el equilibrio y entonces esa efímera individualidad se transforma en colectividad. Son un grupo de indigentes, son uno solo porque no los conocemos, no sabemos de dónde vienen ni si mañana estarán ahí. Son tan anónimos que pierden la identidad. Lo han perdido todo.
El pequeño espectador no está presente en la sala. Sería una obra recomendable para adolescentes porque es una buena oportunidad para reflexionar sobre la sociedad en que vivimos y para aprender a ver, a mirar.
La metáfora que abre y cierra la función es clara: estas personas han perdido un tren y ya no pueden volver a subir. No pueden porque no hemos creado las paradas.
Por Sara Barquilla Guerrero

Vista en la Sala de Teatro Bululú 22 de enero de 2023
FICHA ARTÍSTICA
Elenco: Jennifer Baldoria, Susana Patier, Ernesto Martín, María José M. Arjona, Milán Capilla, Sergio Monforte, Rosa Jurado, Jorge Pozo, Esther Sánchez, Rosa Gómez, Javier Eguía.
Compañía: Laboratorio del Sótano.
Dirección: Francisco de los Ríos.
Autoría: Francisco de los Ríos.
Duración: 60 minutos.
Recomendación: a partir de 13 años.
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