Por Coral Gil

Recuerdo cuando siendo estudiante de Historia del Arte, tuve que hacer un análisis y  un comentario sobre la obra del Bosco El jardín de las Delicias. Programé un par de visitas al Museo del Prado pensando, ingenua de mí, que serían suficientes para tener una idea clara de los aspectos que debía resaltar sobre. Pronto me di de bruces con la complejidad con la que aquel tríptico me retaba y aunque  tras varias visitas más conseguí elaborar un trabajo digno, continúo a día de hoy sintiéndome atrapada por sus infinitos enigmas, por mucho que los estudiosos de la iconografía los hayan desgranado y explicado hasta la saciedad. Así es que si alguien, desde la perspectiva de un escenario me propone su visión de esta indescriptible obra pictórica, tengo que verlo. Si además viene de mano de Ñas Teatro, tengo que verlo y si además va dirigida al que considero el público más exigente e interesante para mí… mi pequeña espectadora y yo tenemos que verlo.

Reconozco que me inquieta la elección de una obra tan desconcertante y carente de convencionalismos, tan controvertida  y repleta de conceptos y símbolos a priori tan ajenos e inapropiados para una mente infantil, pero acepto el reto con curiosidad y me arrellano en mi butaca mirando esa cómoda con cajones de colores que sobre el escenario espera a que se apaguen las luces para contarnos su versión.

Esa cómoda es la que me devuelve a mis días en El Prado y me saca una sonrisa pensando que, efectivamente para enfrentarte a ese cuadro lo mejor es ir abriendo cada uno de sus cajones y explorar su contenido, hacerlo sin prisas, cada uno en su momento, porque al igual que es imposible saber qué esconde cada cajón de un mueble cualquiera si los abrimos todos a la vez, es imposible descifrar semejante obra si la abordas con una mirada global. Mi aplauso para ese primer personaje-objeto-cajonera que resulta tan pedagógico a la vez que estético.

Tengo que autoplagiarme en este punto para recordar que Ñas me sedujo hace años de forma parecida en De corazón a corazón: “Ya está. Embriagada y seducida estoy. Me interesa. ¿Y ahora qué?”

Pues ahora aparece Paula Portilla en escena, preparándonos para lo que será una aventura  a través de los mundos oníricos que hacen nacer el elenco de personajes que habitan la obra del Bosco. Qué mejor manera para conectar con los pequeños y pequeñas espectadoras que transmitirlo a través de los sueños de una niña, la niña en la que ella misma se transforma para contarnos este viaje en un lenguaje que todos entendamos. Y efectivamente lo entendemos porque no emplea un único código, sino esa mezcla idiomática que ella maneja con tanta soltura, en la que combina la expresión oral con la corporal, la poesía con la gestualidad y con la danza en una suerte de poliglotismo lleno de sensibilidad y ternura pero sin ñoñerías. Y es que cualquier buen viajero sabe que hacen falta idiomas para viajar, especialmente cuando sabes cómo y dónde empieza un viaje, pero no cómo ni dónde termina, y tú y yo sabemos que la obra del Bosco es así, como un camino sin señalizar en el que tú tienes la potestad de viajar por la imagen en la dirección que te venga en gana.

Pues así, entre ella y la cómoda, se va desliando la madeja de hilo que conecta los objetos y personajes que dan vida al cuadro pero de una forma lúdica, despreocupada y libre de los simbolismos religiosos que lo cargan de pesadas concepciones en torno al pecado, la culpa y todo ese tinglado rancio, algo que a priori nos desconecta de la obra original en la que tanto protagonismo tiene la temática pero que nos conecta con ese Bosco juguetón, sarcástico y  divertido que de haber nacido y creado su obra en nuestros días, seguramente  lo habría hecho en formato cómic. Es también un trabajo sensible donde el color y la composición se trabajan aportando valor visual al conjunto. Además el pequeño formato lo hace más íntimo, más gestionable, focaliza la atención en lo primordial, sin aditivos superfluos que desconcentren, muy redondito.

Mi pequeña espectadora con ya mucha butaca en su haber y que había visto el cuadro previamente, conectó enseguida con la propuesta al reconocer algunas de las figuras, le pareció divertido que salieran de los cajones: “!Mira mamá! Se abre y se cierra como el cuadro, que es como un armario” y sabe apreciar cuando una única persona hace todo el trabajo de escenario “Ella sola hace todo, canta, baila, nos pregunta, construye el cuadro, y hacerlo todo bien es muy difícil. Aunque bueno, alguien pone la música y las luces y todo eso, que también es trabajo ¿No? Y bien bonito también, porque si no, no sería lo mismo”.

En fin, asistimos a una propuesta ingeniosa que despertó la curiosidadde grandes y pequeños por echar un vistazo al cuadro, suerte la nuestra que la compañía había traído consigo una reproducción para poder contemplarla tras finalizar la obra. Suerte también que Manolo Carretero, la otra parte de la compañía (el de las luces y todo eso), guiase a los pequeños espectadores en un juego tipo ¿Donde está Wally?  (no podía ser de otra forma) dando continuidad a la obra ya fuera del escenario. Es lo que sucede cuando el arte se encuentra con el arte.

Por Coral Gil

 

DATOS TÉCNICOS:

Título: “Delicias de un Sueño”

Género: Teatro de objetos y danza

Edad recomendada: De 1 a 5 años

Intérprete: Paula Portilla

Guión e idea original: Paula Portilla

Dirección: Laura Szwarc

Escenografía y vestuario: En la chácena producciones

Luz y sonido: Manolo Carretero.

Musicalización: Pablo F. Frank

Duración: 30 minutos

 Vista el 23 de diciembre de 2022 en Sala Real del Centro Cultural de Becerril de la Sierra a las 18:00h.

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