Por Eva Llergo

Siento una tremenda responsabilidad al encarar una crítica de Casa, el último proyecto de la compañía Cross Border que capitanea Lucía Miranda. El papel del crítico siempre es delicado y hay que afrontarlo con pies de plomo. Cualquier trabajo artístico, independientemente de su calidad final, es merecedor de una previa reverencia solo por el hecho de haber salido al ruedo, de haber construido una historia que contarle al mundo en un formato, el artístico, que es juzgado por muchos como prescindible, anecdótico, insustancial. Qué coraje, que entereza, que energía interior, que resistencia a los golpes y al desencanto, que cantidad de idealismo (dicho como una gran alabanza y no como un insulto como lo usan algunos…) tienen los profesionales del arte. Me quito el sombrero. O mejor, el cráneo, como diría Don Latino a Max Estrella en Luces de Bohemia.

Pero el caso de Casa, es especial.  Lucía Mirando, como ya hizo con su espectáculo Fiesta, fiesta, fiesta, ha construido su obra con testimonios reales recogidos con su grabadora, siguiendo la técnica verbatim. El texto de Casa, es la transposición, al 95% literal, de esos testimonios humanos escalofriantes, rotundos, llenos de vida, con su parte luminosa y sin ocultar tampoco su parte oscura. Así pues, encarar la crítica de Casa es, de algún modo, no solo realizar una valoración del trabajo de Cross Border, sino que al estar la dramaturgia de la obra tejida con los testimonios de cinco seres humanos reales parece implicar que, de no andar con pies de plomo entraré en el terreno del juicio sobre la vida de otros… Así es, realidad y ficción tejidas con el hilo del arte indisolublemente. Está bien… acepto el reto. Veremos cómo salgo de esta.

Pero seguramente será fácil. Porque, como nos ha sucedido otras veces, el trabajo de Cross Border es delicado, enérgico, absolutamente profesional. La selección para escoger de los 40 entrevistados a los cinco protagonistas no debió de ser sencilla. Finalmente por Casa transitan: un arquitecto jubilado que después de construir 500 casa solo puede dejar a su hija en herencia solo unos cimientos, una refugiada política venezolana, una afectada por la hipoteca al borde del desahucio, un chico que lleva media vida en una residencia de menores y un hombre con diversidad funcional y su familia. Las cinco historias son escalofriantes y le dan un nuevo sentido a eso de que “la realidad supera la ficción”. Las cinco historias son un reflejo de este tiempo convulso que nos ha tocado vivir: especulación, dejación de funciones del estado en el apoyo a la diversidad y a lo social, crisis económica, restricción de la libertad, y un largo y tristísimo etcétera. Quizás por eso se entretejen con tanta naturalidad como una de esas colchas patchwork en las que se cosen recuadros de tela que nada tienen que ver entre sí pero que tan estéticos y cálidos resultan en conjunto.

Los cinco actores (Pilar Bergés, César Sánchez, Macarena Sanz. Efraín Rodríguez y Ángel Perabá) que dan vida a los cinco personajes principales (y también a un buen puñado de secundarios) están soberbios. No solo por la pericia de asumir como propios registros, tonos de voz, cadencias, tics verbales de los entrevistados y cambiar de uno a otro en apenas pocos segundos, sino sobre todo por en el nivel de humanidad que alcanzan en este acto literal de ponerse en la piel de otro. No sabemos a quién responsabilizar del acierto de que los diálogos tan absolutamente realistas sean al mismo tiempo tan tremendamente teatrales. Será, pensamos, un coctel perfecto entre la pericia dramatúrgica de Lucía Miranda, la destreza actoral de los cinco intérpretes y de nuevo ese estrecho hilo metaficcional que posibilita que la vida sea literatura y la literatura vida.

 La escenografía de Anna Tussell transita por este mismo camino. Deja desnuda y ante nuestros ojos las tripas de esa casa que ha construido Lucía Miranda. Los actores permanecen toda la función en escena, sentados en sus sillas personalizadas (elegidas por su parecido con las sillas auténticas de los entrevistados) cambiando de vestuario (con ropa basada en la que visten los protagonistas reales), sacando y metiendo objetos de cajas como en una infinita mudanza, en un continuo alarde de realismo que va más allá de la verosimilitud y flirtea con la propia realidad.

En el pase al que asistimos no había pequeños ni jóvenes espectadores en la sala, a excepción de los míos, a pesar de que la obra aparece recomendada a partir de 13 años. Mis pequeños espectadores, el más mayor de 14 años, salieron sacudidos por la temática y algo abrumados por la cantidad de información y referencias contextuales a una realidad que a ratos les hacía reír y a rotos les abrumaba. ¿Este es el mundo que nos estáis dejando los mayores?, parecían decirme sus ojos al salir del teatro de La Abadía. Me apena que no hubiera, al menos, más jóvenes espectadores. ¿De qué les estamos protegiendo? Nos hemos planteado como sociedad restringir su acceso a la violencia y al sexo, pero no deberíamos hacerlo de los dilemas de la vida adulta. La mayoría de las obras destinadas a la juventud solo hablan de los problemas intrínsecos de la adolescencia, olvidando que esos jóvenes van a ser pronto, muy pronto, adultos, y que necesitan ciertas dosis de exposición a ese mundo convulso, desequilibrante y lleno de grises que es el mundo adulto.

Casa es pues un coctel de realidad insertada perfectamente en un marco artístico. Está repleta de emoción, como la vida, pero regada con un ritmo trepidante, casi cinematográfico, con momentos musicales casi cabareteros, televisivos, la intervención de marionetas y de la cultura pop con el guiño final a E.T. Sin desvelar mucho más, diremos que Lucía Miranda remata la obra con un ejercicio de honestidad y consecuencia que merece ser celebrado, exponiéndose también ella a convertirse en personaje como le ha pedido a sus entrevistados. Valiente, emocionante, enérgica, reivindicativa, es esta Casa a la que nos invita a entrar Cross Border.

 Espero fervientemente haber hecho justicia a este montaje con mis palabras. Aunque es algo consustancial al teatro, aquí la implicación humana está a flor de piel quedando, incluso, por encima de lo artístico. Así pues, alabando Casa no alabo solo la maestría dramatúrgica de Lucía Miranda o la pericia técnica de los actores o la escenógrafa. Alabo la valentía de uno seres humanos que se han prestado a ser carne de teatro para sacudir a los espectadores, para convulsionar la época que les ha tocado vivir que, como todas, está llena de taras pero también de posibilidades. Y alabo a Cross Border por elegir hacer teatro comunitario y aplicado, teatro documental que nos sacude y emociona. Y es que sin emoción, sin pasión, sin implicación no puede haber auténtico cambio.  Es el comienzo de todo.

Por Eva Llergo

DATOS TÉCNICOS:

Vista el 06 de marzo de 2022 en Teatro de La Abadía (C/ Fernández de los Ríos, 42)

Dirección y dramaturgia Lucía Miranda

Reparto Pilar Bergés, Ángel Perabá, Efraín Rodríguez, César Sánchez, Macarena Sanz

Iluminación Pedro Yagüe
Espacio sonoro Nacho Bilbao
Visuales Javier Burgos
Vestuario y escenografía Anna Tusell
Ayudante de dirección Román Mendez
Auxiliar de dirección Marina Álvarez Moltó
Producción Helena Ordoñez Bergareche
Ayudante de escenografía y vestuario Fátima Cué
Construcción de decorado Mambo decorados
Construcción casas Creators of legend
Construcción Muppets Merche Cuesta Ramón – La casica Puppets
Asesor de muñecos Manuel Román

 

 

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