Por Coral Gil

Andábamos pensando, en esos días del final de verano en los que sientes que ya las chanclas lo han dado todo y el sol empieza a necesitar unas vacaciones, que íbamos necesitando un cambio de paisaje, y claro, qué mejor paisaje para mirar que ese que emerge desde esa línea de horizonte de madera sobre la que nunca sabes si va a amanecer o todo lo contrario, si va a haber una tormenta o es una carcajada la que va a romper el silencio, donde no hay nada más esperado que lo inesperado, donde la luz, la música, el movimiento… simplemente ocurren, así, por arte de magia, como en una dimensión paralela a la vida y al tiempo. En fin, que el cuerpo nos pedía una dosis de escenario.

Por otro lado, se nos hacía un poco bola renunciar  al disfrute de seguir haciendo cosas al aire libre, ese lingote de oro que hemos recuperado y revalorizado recientemente debido a que un día nos lo arrebataron. Realmente tendría que ser una propuesta irresistible la que nos hiciera salir corriendo y cambiar un sábado de pic nic por uno de entrada, butaca y telón, y mira que nos apetecía.

Y pasó lo que tenía que pasar, que alguien pareció escucharnos y pensó que tendría que abrirnos la enorme y pesada puerta del otoño si quería tentarnos a cruzarla. ¿Y quién tenía la llave? Ni más ni menos que Aracaladanza y Espacio Abierto Quinta de los Molinos. ¿Qué dices de pic nic? ¿Qué pic nic?

Pues sí, queda claro que Espacio Abierto Quinta de los Molinos en su afán por ofrecernos ocio de calidad para toda la familia, se ha convertido en un referente cultural difícil de superar por su apertura a la innovación y a ideas y propuestas enriquecedoras y diferentes, por su versatilidad y manera de entender lo multidisciplinar que puede llegar a ser nuestro apetito cultural, por su carácter reflexivo y su sensibilidad a la hora de seleccionar los programas, los estímulos y la diversidad a la que van dirigidos y por tantas otras cosas. Es un orgullo tener un lugar así en la capital. Cómo no iba a ser la Quinta y su Espacio Abierto quien inaugurase la temporada de otoño con un espectáculo de Aracaladanza ¡Y además al aire libre! ¡Tachaaán!

Poco podemos decir de la trayectoria de esta compañía que no se haya dicho ya, de su reconocimiento a nivel nacional e internacional ¡Si es que les llueven los MAX y los FETEN señoras y señores! Si es que Europa hace tiempo que se les quedó pequeña y Asia, África, Australia y América han podido disfrutar de sus propuestas, si es que son más de veinticinco años creando y madurando ideas que después nos cuentan sobre un escenario (o sobre la hierba, según) con el lenguaje rico, directo, expresivo y fluido de la danza contemporánea. Qué más vamos a añadir.

Porque sí, aunque no lo creáis, la danza contemporánea es apta para los pequeños espectadores, más que apta, es conveniente, enriquecedora, inspiradora… pero claro, lo es cuando una compañía pone toda su magia y su buen hacer para que así sea, cuando se afronta ese reto tremendo de llevarla no solo al público más exigente que pueda haber y que es el infantil y juvenil, sino también a ese acompañante adulto que les propone y les acompaña a la sala. Cuando esto ocurre, cuando los ojos, independientemente de su edad, se abren hasta sus máximas posibilidades como queriendo dar entrada a todo lo que pasa ahí delante sin perder un detalle y cuando eso de ahí delante es capaz de enternecernos, de divertirnos, de asombrarnos y de emocionarnos a todos por igual, Voilà! Sueño cumplido, ya podemos hablar de Aracaladanza como un referente en lo que a artes escénicas se refiere en general y a danza contemporánea en particular. Nos lo acaban de demostrar una vez más en Quintaneando.

Sin telón esta vez, ni butacas, ni luces, ni tecnología visual, casi a capella podríamos decir, nos guiaron a través de un sendero hasta el lugar donde las cosas ocurren a través de pistas muy reveladoras. Estas eran preludio de lo que iba a ocurrir: un rompecabezas de cinco piezas de diferentes espectáculos de Aracaladanza donde la expresividad de una chica que recoge fresones entre los árboles hace de hilo conductor.

Un ave del paraíso o quizá un avestruz vestido de fiesta (en Arcaladanza nunca nada es lo que parece), se había escapado de Pequeños Paraísos para conducirnos hasta un invernadero donde el pájaro azul extraído de Vuelos, escapa de su jaula en lo que interpretamos como una bonita alegoría de la imaginación que echa a volar y nos devuelve la libertad de crear según nuestros sueños y deseos.

Una vez acomodados en el ruedo sobre alfombras mágicas (os prometo que así eran) y con los pies descalzos sobre la hierba, nos dispusimos, con la mente y el corazón tan abiertos como los ojos, a disfrutar. Y vaya si lo hicimos. En una perfecta simbiosis entre música, danza y escenografía fueron sucediéndose con muy buen ritmo extractos bien secuenciados y trenzados que reconocíamos de otras propuestas de Aracaladanza.

En Aracaladanza es habitual jugar y bailar con elementos que no son mero atrezzo, sino que tienen el poder de dejar de ser solo objetos para convertirse en prolongaciones del cuerpo del bailarín añadiéndole ese extra de espectacularidad que junto con la destreza física y artística, que en esta compañía todos y todas ponen de manifiesto, garantizan que su espectáculo nunca deje indiferente a quien lo ve.

Así, hay una poética muy especial en esa enorme mariposa blanca cuya intérprete subraya con habilidad casi circense y con una armonía de movimientos que contrasta con la dificultad que conlleva manejar un vestuario que sobrepasa exageradamente las dimensiones humanas. Los suspiros entre el público más cercano se suceden tras su marcha, nos ha tocado el corazón. Tendremos que volver a ver Constelaciones, un espectáculo concebido para la infancia de cualquier edad, de cero a cien años, igual que la obra del artista en la que se inspira, Joan Miró.

Por suerte aves coloridas vienen al rescate y nos arrancan sonrisas con su particular talante y una expresividad que solo quien se divierte interpretándolas es capaz de brindar. Casi se nos olvida que fueran una suerte de títere de no ser porque pronto pudimos ver a los bailarines que habitaban en su interior y les dotaban de esa gracia. Me pregunto si alguna vez podremos disfrutar de nuevo de Pequeños Paraísos. Qué pensaría El Bosco si supiera que su arte inspiró este espectáculo.

Reconectamos con Vuelos, con una versión 9.0 de la Ultima Cena extremadamente lúdica y sui géneris. Desarrollar e interpretar una coreografía sentados a la mesa es algo que escapa a nuestra concepción de la danza, hasta que ves cómo se mueve esta gente con ese ritmo, dinamismo, coordinación e interacción con los objetos, danzan irreverentes y divertidos hasta contagiarte toda esa energía.

Arte tampoco falta en esta compañía, van sobrados de ello. Con el color rojo como protagonista rotundo de su vestuario y la madera de la vajilla, seguro que Leonardo pensaría que su Ángel con laúd ha sido clonado cinco veces en una versión loca y disparatada con la que seguro se habría sentido identificado.

Le toca el turno a Play donde el juego toma el relevo y la coreografía desata la alegría y la diversión. Un ejemplo de cómo a partir de un vestuario puede desarrollarse una coreografía, invirtiendo el proceso más ortodoxo.

Según la interpretación de mi pequeña espectadora: “es una fiesta en casa con mis amigos y hemos abierto el armario de papá y mamá, nos hemos puesto vuestras camisetas y luego hemos saltado sobre la cama sin parar, ¡Buah!, ¡Alegría total!”. No tengo nada más que añadir.

Esta pieza conecta y rima a las mil maravillas con la última, que de nuevo abraza el universo de Constelaciones en la cual cientos de pedazos de colores primarios puros, brillantes y propios de los pinceles chorreantes de un Joan Miró en plena tormenta creativa, lo invaden todo volando por los aires de manos, quizá, de los niños de las camisetas ¡La que han liado!

Está claro que Aracaladanza está ahí con el firme propósito de recordarnos que aún tenemos capacidad para asombrarnos, que el arte, la belleza y la diversión, no tienen edad y que una misma propuesta puede compatibilizar el disfrute de los pequeños espectadores con el de los más curtidos en experiencias de butaca. Que pretender que un público infantil no tiene exigencias estéticas es un error y casi una falta de respeto y consideración, que su apertura a propuestas en las que el arte contemporáneo tiene la palabra es siempre superior a la de cualquier adulto al igual que su capacidad para interpretarlo, transformarlo y asimilarlo. Que los pequeños espectadores y espectadoras son capaces de valorar las exigencias técnicas y la dificultad a la que se enfrentan los artistas y que, aunque no puedan muchas veces explicarlo con claridad, agradecen cuando un intérprete es capaz de hacer su labor con sensibilidad y respeto por la diversidad del público que les mira y admira.

Una compañía como  Aracaladanza tiene la madurez y la solidez para responder a todo esto con imaginación, destreza y versatilidad. Con escenografías exquisitas y coreografías que a pesar de su exigencia, resultan impecables en su factura y emocionantes en su expresividad. Saben que no queremos dejar de soñar, porque solo una infancia que sueña es capaz de cambiar el mundo.

“Estas cosas no se me van a borrar del cerebro, porque no quiero” dijo mi pequeña espectadora de 7 años

“Queremos más”, dije yo.

Por Coral Gil

 

DATOS TÉCNICOS:

Vista el:  25  de septiembre a las 13:15h.

Duración: 45 minutosLugar: Espacio Abierto Quinta de los Molinos

Género: Danza contemporánea

Público: Familiar

Dirección: Enrique Cabrera

Intérpretes: Carolina Arija Gallardo, Jorge Brea Salgueiro, Raquel de la Plaza Húmera, Jonatan de Luis Mazagatos y Jimena Trueba Toca

Música: Luis Miguel Cobo y Mariano Lozano P. Ramos

Vestuario: Elisa Sanz

Atrezo: Ricardo Vergne

Sonido: Enrique Chueca Peña

Maquinaria: Óscar Alonso Sánchez

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