Por Jesús Eguía Armenteros
Lo primero fue quedarse boquiabierto. Me había saltado la recomendación por los seis meses que a mi hijo aún le faltan 6 meses para cumplir 8 años, edad mínima recomendada, pero la boca abierta fue la de ambos: un bosque nocturno de bombillas con filamento iluminado (más de 300 dice el programa) y un TIC-TAC con una especie de hombre rana en traje negro que se desplazaba lateralmente balanceando las bombillas. Entretanto, nos sentábamos en las butacas como si penetrásemos en un espacio hipnagógico, algo ajeno a la Plaza de Legazpi que da pie a las Naves del Matadero. “Eso es una rana”, me dijo mi hijo. Fuera lo que fuera, lo llamaremos rana y, fuera la edad que fuera, a los dos nos hipnotizaron.
El espectáculo comienza oficialmente cuando Elena (Helena Bittencourt) entra con un monólogo duro, violento, sobre el maltrato infantil al tiempo que la “rana” continúa, por detrás, ya como Ruggero (Goos Meeuwsen), enredando a Elena entre malabares extraordinarios con sombreros, acrobacias de partirse de risa, bombillas que van y vienen, magnéticos juegos de sonido y canto que logrando dos planos, los dos planos de la vida de aquel niño Ruggero: la agresión y los juegos imaginarios que le permitían sobrevivir. Uno y otro se van sucediendo a veces por separado, otras unidos, ¿cómo la vida?
“Hay dos clases de personas. Los que caminan por la orilla, ven a un cangrejo construyendo su casita y con mucho cuidado evitan pisarlo; y los que no solamente pisan la casita sino que no levantan el pie para ver qué pasa si el cangrejito ni siquiera puede salir de la catástrofe.” Con esta comparación, Elena nos resume la historia que cuenta, o quizá con esta otra: “Cuando los gigantes deciden morirse, no piensan en los pequeños que van a destruir por debajo. Cuando un gigante cae, destroza todo lo que hay por debajo.” Elena y Ruggero son dos pequeños con heridas cicatrizadas a base de juegos, dos niños que crecen y al hacerse adultos, lucha por seguir soñando en un mundo de gigantes, o vivir como en sus sueños. Para hacerlo se marchan a un lugar lejano de los golpes, esperando a que nadie los pise, edificando su austera casita de cangrejo en donde abrazarse y llenarse de amor el uno al otro, pero llega el día en que los gigantes también los pisan, sin ningún objetivo aparente, simplemente por pisar, y ellos intentan de nuevo refugiarse en los juegos. Se nos narra una historia dura, que araña y deja sangre, aunque la sangre luego te flote por el aire como las bombillas que vienen y van, como los cánticos mezclados a coro o los sombreros voladores; o las carnes balanceándose de risa, palabras dardos que se encienden y se apagan: relleno de algodón para un cuchillo afilado. ¿O cuchillo de algodón para un relleno afilado? He aquí la duda del espectáculo. ¿Qué es real? ¿Qué se queda finalmente en nuestra memoria cuando miramos atrás y queremos recordar lo vivido? Ruggero, lleno de moretones, se pinta el cuerpo de morado para que no se noten y todos se rían. ¿A qué recuerdo de los dos nos abrazamos?
A espectadores con canas, por momentos nos recuerda a la angustia de un buen Waiting Godot de Samuel Beckett, a la magia del The Dark Side of the Moon de Robert Lepage, al Hamlet de Peter Brook, los tres una batalla de sueño y violencia o violencia en sueños, los tres un volcán de vida. En definitiva, la Compagnia Finzi Pasca nos regala un espectáculo inolvidable: no en vano lleva desde 2014 en repertorio. La pregunta es ¿en qué medida podemos decir que es “Teatro familiar” o “broad public (starting from 8 years of age)?”. A mi hijo le faltaban 6 meses para cumplir el rango, de acuerdo, me salté la ley aunque pasados los días aún me habla de la rana, las bombillas, los sombreros, los saltos. Por otro lado, tampoco olvido como durante los largos monólogos de Elena me pedía marcharnos, no por lo narrado, que por suerte era demasiado complejo para que lo entendiera, sino porque narraban y le aburría. Sin certificado de especialista para medir rangos de edades pero como persona que fue niño, adolescente, joven (y ya “no tan joven”), puedo teorizar que si hubiera visto este Bianco su Bianco con 15 años, mi visión de lo que es el teatro me habría llevado a quién sabe qué escenarios, a qué puertas que tardaría otra década en abrir. De igual modo, a los 15 años me habría ayudado a entender, a querer mejor a unos cuantos de los compañeros del colegio que luego no llegarían al instituto, a imaginar el Amor, a desear soñar, sobre todo a eso, a desear soñar más. Si ves el cartel de Bianco su Bianco en tu ciudad, ve corriendo, salta la valla, entra, no te lo pierdas. Sueña.
Por Jesús Eguía Armenteros
DATOS TÉCNICOS:
Vista el 1o de julio de 2021 en Naves de Matadero dentro del programa de Veranos de la Villa
Autor, director, co-diseñador de iluminación, de coreografías y de la Firefly Forest: Daniele Finzi Pasca
Directora de creación y productora: Julie Hamelin Finzi
Actores: Helena Bittencourt y Goos Meeuwsen
Música, compositora y co-diseñador las coreografías: Maria Bonzanigo
Escenografía, accesorios y co-diseñador de la Firefly Forest: Hugo Gargiulo
Productor ejecutivo miembro del equipo creativo: Antonio Vergamini
Vestuarista: Giovanna Buzzi
Co-diseñador de iluminación y de la Firefly Forest: Alexis Bowles
Co-diseñador de la Firefly Forest: Roberto Vitalini – bashiba.com
Asistente de dirección: Geneviève Dupéré
Diseño de maquillaje: Chiqui Barbé
Director técnico: Marzio Picchetti
Técnico: Pietro Maspero
Representación internacional: Sarai Gómez
Duración: 90 minutos
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